EL PAÍS
ZEDRYK RAZIEL
México – La camioneta en la que viaja Omar García Harfuch para hacer su campaña al Gobierno de Ciudad de México es una fortaleza móvil. Tiene un blindaje de nivel siete, apto para operaciones militares y contra el terrorismo, impenetrable ante municiones de fusiles Barret. Y adentro del vehículo hay armas, cortas y largas, dispuestas de tal manera que estén al alcance de la mano. También hay pesados escudos y demás equipo táctico. A bordo viajan varios guardias, además del chofer, también entrenado. Harfuch (Morelos, 41 años) pide no especificar cuántas pistolas hay en el vehículo, “para no darles ideas”. ¿A quiénes? A los que quieran hacerle daño otra vez. Hace ya tres años que fue objeto de un atentado del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG). Dos de sus custodios murieron, además de una mujer alcanzada en la refriega. Él se llevó algunas heridas, de las que ya sanó. Ahora, tanto el armamento como los hombres que lo cuidan fueron provistos por la Secretaría de Seguridad capitalina, más que por el ataque, como una prestación a la que tienen derecho los extitulares de esa dependencia.
Harfuch, que durante casi cuatro años fue jefe de la policía capitalina en la gestión de Claudia Sheinbaum, quiere ahora ser el candidato de Morena al Gobierno de una de las ciudades más complejas del mundo. En un asiento de su camioneta hay pañuelos, cremas y fijador para el cabello. También, junto a una pistola, hay un peluche de Batman que le obsequiaron. Sus asesores de imagen han querido resaltar una cierta semejanza entre el exfuncionario y el invencible superhéroe del cómic. Una comparación problemática. Si bien el personaje enmascarado de Ciudad Gótica es un sobreviviente del crimen con un enorme sentido de la justicia, también, en una lectura crítica, es un vigilante que se pone por encima de la ley y muchas veces se va por la libre.
—¿Usted se considera Batman?
—¡Ojalá! —dice Harfuch, riéndose, a bordo de su coraza—. Batman es una persona que todo lo puede, no necesita un equipo. Y yo, todos mis logros, la carrera que tengo, que la considero exitosa, es gracias a mi equipo.
El grosor del blindaje hace que los ruidos del exterior lleguen en sordina. Pero, cuando se abre la puerta, la realidad entra de golpe, el ruido de la campaña en todo su esplendor. A Harfuch le tienen preparados dos mítines este viernes con los sindicatos de trabajadores del Gobierno de Ciudad de México, uno en la alcaldía Gustavo A. Madero y otro en Venustiano Carranza. El exfuncionario se come una menta antes de abandonar la camioneta. Desprovisto de cualquier armadura —aunque lo sigue de cerca un grupo reducido de guardias—, se entrega a sus simpatizantes, sobre todo mujeres que lo que más anhelan es una selfie, abrazarlo, darle un beso en la mejilla. “¡Que se encuere!”, le gritan. “¡Papacito!”. El exjefe policiaco sonríe con modestia, acepta los piropos, es complaciente, se deja querer.
Tarda en llegar al templete, donde lo esperan los líderes de las secciones sindicales. Agradece a los cientos de trabajadores por estar ahí, acompañándolo en su lucha por la candidatura de Morena. Los empleados, desde oficinistas hasta barrenderos y panteoneros, han usado un día de su labor para acudir al mitin. ¿Les descontarán el día? Para nada. Los líderes sindicales les justificarán la inasistencia al trabajo. En tiempos de campaña, todos apuestan algo, hacen política. Harfuch ofrece a los asistentes que se les eleve el sueldo, que se jubilen con una mejor pensión. Para eso, hay que apoyarlo en la encuesta con la que el partido definirá la candidatura capitalina. Harfuch lee unas hojas, improvisa poco. El discurso es muy breve, pronto vienen los aplausos, las serpentinas. Lo que sigue es bajar del templete para ir de nuevo a los abrazos, a los besos, a las fotos, a todo eso que no requiere de palabras.
—¿Cómo es hacer campaña después del ataque? ¿Qué le hace pensar que no podría volver a pasar en un mitin, con toda la gente?
—No doy por hecho que no vuelva a pasar. A mí lo que me importa, primero, es que la gente que nos acompaña esté bien. Por eso a veces se retrasan los eventos, porque pedimos a las autoridades que nos ayuden para cuidar a la gente —dice Harfuch en el trayecto a uno de los mítines—. Pero si yo dejo de trabajar, si me quedo de: “No me voy a meter al proceso interno [de Morena] porque está peligroso, puede pasarme algo, mejor me quedo aquí”… todo lo que hemos trabajado por muchos años, todos los crímenes que hay en la ciudad que hay que frenar… se me haría muy cobarde de mi parte decir: “Híjole, no, porque me pueden matar”. No le veo sentido a dejar de hacer algo por temor. O sea, lo que dejes de hacer por miedo, siento que es algo que tienes que eliminar de inmediato, o dedicarte a otra cosa.
Se le nota una serenidad en la postura, en el habla. La mayoría de las encuestas lo coloca en primer lugar en la interna de Morena, con una holgada ventaja sobre su competidora más fuerte, la exalcaldesa de Iztapalapa Clara Brugada, y aún más lejos de quien fuera el zar federal contra la pandemia de covid, Hugo López-Gatell. Las altas probabilidades de que Harfuch se convierta en el candidato de la izquierda para gobernar la ciudad ha provocado una rebelión interna en el partido del presidente, Andrés Manuel López Obrador. Varios pesos pesados de Morena han comenzado a socavar las aspiraciones de Harfuch y a hacer campaña a favor de Brugada, una política con larga militancia en la causa obradorista.
Hace dos semanas, la exalcaldesa reunió a un grupo de intelectuales, periodistas e influencers en una casa de Polanco, un barrio adinerado del poniente de la capital. Brugada les platicó de sus propuestas. Quienes más hablaron durante la cena fueron los demás asistentes. Un analista llamó a sus colegas a “equilibrar la balanza” en la cobertura mediática sobre los aspirantes, pues sostuvo que Harfuch tenía comprados muchos espacios, según relató a este medio una persona invitada. Otra participante dijo que la izquierda estaba en un momento definitorio de su historia, ante el dilema de postular a un policía para gobernar la capital. Los detractores de Harfuch, además de considerarlo un outsider, le critican, precisamente, su formación policiaca.
—Yo creo que nadie tiene el manual exacto o el pasaporte para decir: “Tú eres de izquierda, tú no” —se defiende el exsecretario de Seguridad—. El mismo presidente López Obrador ha dicho que ser de izquierda es servir a los demás, luchar por la justicia social, ver por la gente más vulnerable, y eso llevo haciendo muchísimos años. No es que empecé a servir a mi país ahora que inició el proceso interno de Morena. Llevo muchos años trabajando exactamente por los principios que rigen a la izquierda y los objetivos que quiere la izquierda.
—¿Qué opina de la crítica a su perfil policiaco?
—He escuchado y leído que de manera despectiva dicen “el policía Omar”, como si eso me fuera a ofender. ¡Es mi máximo orgullo! Yo me metí a la policía con miles de jóvenes porque queríamos servir, y la policía me dio esa oportunidad. En todos los lugares donde he estado [en la campaña], no ha habido una sola persona que me diga: “Oye Omar, es que eres policía”. Al contrario, la gente dice: “Nos vale si eres policía, doctor, empresario, nada más ven y resuelve”. Y la policía sabemos hacer eso, sabemos resolver.
—Pero también es una institución sobre la que pesa una enorme percepción de corrupción.
—Sí, de corrupción, y agregaría represión, abuso de autoridad, tortura —concede el aspirante—. Claro que ha habido abusos en la historia de nuestro país, pero recordemos que eran ordenados por políticos, y eso es lo más importante, que la policía no actuaba sola.
El exfuncionario defiende su gestión al frente de una corporación de 80.000 elementos; repasa la disminución de varios indicadores delictivos, afirma que hubo casos aislados de corrupción interna y asegura que nunca se reprimió la protesta. “Jamás hubo detenidos [en manifestaciones]”, dice. “Cualquier acto de represión es reprobable, y nosotros nunca, en toda la Administración de la doctora Sheinbaum, nos condujimos de esa manera”.
—Parece que parte de los votantes de izquierda no se sienten cómodos con la figura de la policía. Es una contradicción con la que usted tiene que lidiar.
—Tenemos que cambiar esa percepción. Y si yo tengo la oportunidad de cambiar esa percepción, que la gente, los más radicales de izquierda, abracen a la policía, abracen al Ejército… Bueno, vean, ¿quién es el líder de izquierda más importante del planeta, me atrevo a decir? El presidente. ¡Y es el primero que ha abrazado al Ejército mexicano! Creo que la contradicción sería al revés. O sea, el presidente es el primero que ha abrazado al Ejército, el primero que le ha dado su confianza. Y también, obviamente, en la historia de este país, el Ejército estuvo inmiscuido en casos terribles, ordenados por personas verdaderamente reprobables.
Harfuch ha tocado un tema espinoso. Sus detractores suelen sacar a colación a dos de sus ancestros, figuras innegablemente asociadas a la historia de la peor represión de Estado en los tiempos del PRI. Su abuelo paterno, el general Marcelino García Barragán, era secretario de la Defensa de Gustavo Díaz Ordaz, el presidente que mandó reprimir y asesinar estudiantes el 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco (policías y militares participaron en la refriega). Su padre —e hijo del general—, Javier García Paniagua, fue jefe de la siniestra Dirección Federal de Seguridad (DFS), la policía política del PRI, involucrada en desapariciones y torturas contra disidentes del régimen priista, una trágica etapa conocida como la Guerra sucia.
—En retrospectiva, ¿tiene alguna crítica al rol que jugaron su abuelo y su padre?
—Tengo una crítica siempre (y no de ahorita, siempre la he tenido) a cualquier tipo de abuso a los derechos humanos, a cualquier tipo de abuso de autoridad —asienta Harfuch—. Se me haría muy injusto señalar a una persona en todo un régimen… Yo lo que te puedo decir es que yo repruebo absolutamente la represión y cualquier violación a los derechos humanos. Pero no solo lo repruebo, lo hemos combatido constantemente en la policía. Así como te digo de los grandes avances en seguridad, lamentablemente, tenemos más de 300 compañeros detenidos por delitos graves: extorsión, secuestro, homicidio, abuso de autoridad, tortura, narcotráfico.
—¿Uno debe cargar con la culpa de sus ancestros?
—Se me hace absurdo, verdaderamente —zanja.
El aspirante hace pausas para tomar sorbos de agua, a poco de llegar a uno de los actos de campaña. Sus custodios viajan en silencio en la camioneta. Se trata de hombres de todas sus confianzas. Uno de ellos trabaja con él desde que Harfuch ingresó a la Policía Federal, en 2008 (otro de los renglones de su historial que sus críticos no le perdonan). La periodista Anabel Hernández ha asegurado que Harfuch escaló en la PF —ahora convertida en Guardia Nacional— gracias a la ayuda de Luis Cárdenas Palomino, mano derecha de Genaro García Luna, ambos presos, el primero en México, el segundo en Estados Unidos, por delitos graves, de la tortura al narcotráfico. La investigación periodística contiene además certificados según los cuales Harfuch reprobó los controles de control de confianza dentro de la corporación.
¿Y dónde estaba el aspirante a candidato cuando masacraron a los 43 normalistas de Ayotzinapa, en septiembre de 2014? Harfuch había sido jefe de la Policía Federal en Guerrero, y por aquellas fechas fue nombrado comisario de la Gendarmería en Michoacán. Dos informes distintos —uno de la CNDH y otro de la comisión presidencial que investiga la desaparición de los 43— lo sitúan sin embargo en Guerrero en los días de la matanza, y también poco después, cuando, según las nuevas investigaciones, se comenzó a tejer la verdad histórica, la versión oficial sobre los supuestos motivos del ataque a los estudiantes y con la que se pretendía negar la colaboración de instituciones del Estado en el crimen.
Harfuch está preparado para estos cuestionamientos que, dice, vuelven cada tanto, en el ciclo de la política. La prueba, señala, es que ya lo habían confrontado por lo mismo cuando Sheinbaum lo nombró secretario de Seguridad, en octubre de 2019. “Son cosas, de verdad, que yo entiendo que en un proceso interno, y cuando tomas una nueva posición… Porque no es la primera vez que sale, lo mismo que está saliendo ahorita es lo mismo que salió antes”.
Sobre los exámenes de control de confianza, asegura que no los reprobó: “Los he pasado una y otra vez, por muchísimos años y muchas veces en mi carrera”. De paso, cuestiona la legitimidad de los papeles revelados por Anabel Hernández: “No hay evidencia de los exámenes. Yo desconozco totalmente esos documentos que se han hecho públicos; esos documentos son totalmente confidenciales. Si yo hubiera reprobado un examen de control de confianza, no podría ser secretario”.
—Si aprobó los exámenes, ¿por qué no los muestra, como evidencia?
—A ti solo te dan un resultado de “aprobado” o “no aprobado”. No hay más —asegura.
—¿Y por qué no mostrar eso?
—Porque al elemento no se lo dan. A ti te notifican. Y puedes preguntarlo en cualquier corporación.
Sobre el caso Ayotzinapa, dice que las dos reuniones oficiales a las que asistió, el 7 y 8 de octubre de 2014, fueron para coordinar la búsqueda de los jóvenes desaparecidos. “Nunca fui parte de las investigaciones del caso. Cuando te asignan una investigación, hay un oficio y una orden. A nosotros nos llamaron de Michoacán para, con despliegue, con fuerza, buscar físicamente a los jóvenes”, explica. Y niega nuevamente (ya lo ha hecho en el pasado) que, al menos en las reuniones en las que estuvo, se haya abordado la fabricación de una historia. “No me imagino yo participando en una reunión donde, con más de una docena de personas, se hable de algo tan delicado. Nunca he participado en una construcción de una verdad histórica ni en una fabricación de tal tipo. No me prestaría eso jamás en mi vida, nunca lo he hecho, y se me hace una crítica más”, sostiene.
Harfuch abandona el tono templado y reclama que una cosa son los golpes naturales de la contienda y otra es acusarlo de ser cómplice de un hecho tan grave. “Eso es más doloroso. No es lo mismo que te critiquen a que te involucren falsamente en el caso más trágico que ha ocurrido en nuestro país”, señala.
El exjefe de la policía capitalina dice que no lo desanima el fuego amigo dentro de Morena, y asegura que él no fomentará la ruptura interna. “Tenemos que apostarle a la unidad, yo nunca voy a ser un factor de división”, dice.
—En aras de esa unidad, ¿se haría a un lado y le dejaría el camino libre a alguno de los otros contendientes?
—Si gana la encuesta alguien más, sí —dice—. O si el INE resuelve que la candidata debe ser mujer, yo me rijo por cumplir la ley. Te quitas.
Por la noche, en el Monumento a la Revolución, sus simpatizantes se reúnen en su honor. Él no está presente, pero aquellos proyectan en las paredes de tres edificios la batiseñal, el llamado lumínico de auxilio a Batman, para que se aparezca el justiciero, el solitario héroe, el enmascarado que trabaja por su cuenta. En el centro de la señal proyectada se lee: #EsHarfuch.