El significado del huipil: de la romantización centralista al racismo y el despojo

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SARA GONZÁLEZ

México – El otro protagonista del proceso electoral en México es el huipil. Desde que comenzaron a recorrer el país como aspirantes a la candidatura presidencial de sus respectivos partidos, Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez han usado la prenda tradicional como parte de su discurso político. En redes sociales, la exjefa de Gobierno de la Ciudad de México presumió su colección de huipiles y dijo que heredó de su madre el amor por “nuestras tradiciones”. Mientras tanto Gálvez, quien ha afirmado tener raíces indígenas, confrontó a Samuel García luego de que el gobernador de Nuevo Léon asegurara que no habría “nada de huipiles” para su hija, Mariel.

Aunque la intención de ambas es mostrar un sentido de pertenencia a través de su vestimenta, como mujeres en posiciones de poder no han tenido que lidiar con el racismo y el extractivismo al que se enfrentan mujeres indígenas, para quienes producir y portar un huipil adquiere un significado radicalmente distinto, asociado principalmente al sustento de sus comunidades y la resistencia.

El origen del huipil

El huipil es una prenda de vestir femenina que tiene forma de túnica. Su uso en Mesoamérica precede la época de la Conquista, y aparece representado en documentos históricos como el Códice Florentino. La palabra se origina del náhuatl huipilli, que significa blusa o vestido adornado, sin embargo, una de las principales problemáticas que ha surgido a consecuencia del centralismo es la generalización del término, ya que se le dice huipil a prendas que en realidad son diferentes para cada comunidad, explica Ariadna Solís, mujer yalalteca, politóloga e historiadora del arte egresada de la UNAM.

“En el caso del huipil de mi comunidad la prenda se llama lhall xha (en español huipil de Yalálag), y el ajuar completo se compone de al menos otras 5 prendas”, menciona. Para Solís, esto da cuenta de una historia centralista y homogénea construida por el Estado mexicano, “el hecho de que esta palabra sea tan lejana de pronunciar o relacionar con una imagen para la gran mayoría de los mexicanos habla de la invisibilización histórica de las comunidades indígenas y, por lo tanto, de las historias de sus objetos y sus particularidades lingüísticas”.

Sus usos

En las comunidades donde se producen los huipiles, el uso de estas prendas puede indicar jerarquías sociales, roles de género y también la noción de pertenencia, ha detallado Solís. “En contextos como el mexicano —cuyo presente se ha construído a través del racismo y el proyecto nacional de desaparición de los diversos pueblos indígenas— el uso de prendas como huipiles es un forma de sostener y dar continuidad a la vida en los términos que deseamos, con los materiales que tenemos en nuestros territorios y con las formas en las que los hemos usado en nuestros cuerpos”, añadió.

Además de su valor cultural, la producción y venta de prendas como los huipiles aporta a la permanencia de la vida comunitaria, puesto que el papel de las mujeres indígenas en relación a los textiles es crucial. Sin embargo, rara vez las artesanas se ven tan beneficiadas como las marcas que imitan sus creaciones para venderlas masivamente, a precios significativamente más elevados.

La apropiación cultural

En almacenes de lujo como El Palacio de Hierro, el precio de un huipil puede alcanzar los 9.000 pesos mexicanos, pero por más que las marcas y diseñadores utilicen argumentos como el de “aportar visibilización” al arte de las comunidades indígenas, este gesto ha sido criticado por su naturaleza performativa, ya que en mucho casos los bordados y las siluetas son copiados casi en su totalidad. “No es ajeno a la cultura mexicana el uso de huipiles por parte de intelectuales, artistas o políticos por igual para sacar provecho. Además, las marcas de moda y la mayoría de los medios —como parte de un sistema visual hegemónico— romantizan el uso del huipil, siempre y cuando esté en ciertos cuerpos y prácticas”, reflexionó Solís.

Firmas como Pineda Covalin, Carolina Herrera, Dior o Hermès han utilizado los diseños textiles indígenas citando su “inspiración en el arte mexicano” sin ninguna retribución colectiva. Ante esta problemática, la actual administración implementó la Ley Federal de Protección del Patrimonio Cultural de los Pueblos y Comunidades Indígenas y Afromexicanas, pero esto no ha sido suficiente, y año con año se documentan más casos de plagio. Para proteger la enorme herencia textil, varias comunidades se han organizado para luchar contra la apropiación cultural y el extractivismo, sin embargo, son pocas las ocasiones en las que se ha puesto a los artesanos en el centro de las negociaciones.

“Existen muchas voces organizadas colectivamente que están generando estrategias desde sus propias comunidades y las problemáticas que son urgentes para cada una, sin embargo las actuales instituciones estatales y los gobiernos en turno no parecen estar interesadas en hacer interlocución con estas comunidades, para ejemplo están las iniciativas que procuran generar alianzas con corporativos globales y no con los colectivos trabajando de manera organizada, o el hecho de que la supuesta Ley de Protección del Patrimonio no esté traducida a ninguna lengua ni se esté trabajando en ello”, concluyó Solís.