Ser revolucionario no implica ser reaccionario.

Juan Manuel López García

Este escribibidor considera ser bendecido el haber nacido por obra divina un veinte de noviembre ,porque desde pequeño me atrajo ser inquieto, como el querer volar como Tarzán el de los comics que me aventé desde la azotea de la casa de mis abuelos maternos , los duranguenses José Miguel Garcicastro y Rafaela Manqueroz, en las calles de 20 de noviembre (coincidentemente) usando como liana un mecate que estaba sobrepuesto y al no percatarme me desplomé que por obra divina no perdí la vida, tan sólo el brazo se dobló y fracturé. Al transcurso de los años, en la primaria en el Colegio de monjas morelienas jugando futbol le pegué mal al balòn que provocó con el tiempo un tumor por fortuna benigno, operándome cuando iniciaba los estudios de bachillerato que con muletas acudí al Colegio de los padres Escolapios, llamado Instituto Carlos Gracida, época que me divertí de lo lindo, desde disparar escopeta con mi extinto amigo Pepe Larumbe, correr motos con otro difunto amigo Luis Matos, sintiendo gozo al acostarme sobre el pavimemento en las curvas del cerro del Fortin, o correr un ford maverick de mi padre que un día rebasando imprudentemente vi a escasos metros un trailer enfrente de mi, que la verdad maniobró el chofer y logré esquivar para no chocar de frente, que de ser así al exceso de velocidad que conducía no estuviera ahora narrando la vivencia. Así continué con mis exploraciones en este bello planeta azul, como usar las armas de mi padre, una pistola cobra preciosa, que la llevaba como mecanismo de defensa a las discotecas, que me salvó una noche de una golpiza con dos hermanos agresivos con quienes tuve un altercado y que decir de una escopeta “chaquetera” que mi papá decía que era como de un asalta bancos, que tan sólo al cortar cartucho era impactante su sonido y mejor aun al disparar, lo que hacía en el jardín de la casa de mis padres. 

Derivado de mis desvarios tomé le decisión de terminar el bachillerato en el colegio de los hermanos lasallistas en la Ciudad de Puebla, que con la cartilla leída por mi padre, me apliqué a estudiar, logrando mención honorífica, lo que me permitió conocer al Papa Juan Pablo, siendo bendecido en el CELAM cinco veces, gracias a movimienfos sagaces que hice.

Y con esa estudios tambièn me asignaron atender al cantante Raphael enel Teatro Benavente, quien ofreció un recital. Que además fui su fan desde los 9 años de edad y de hecho lo imitaba bien y vestía de color negro cuando daba mis shows a mis hermanos, primos, tíos y abuelos maternos en su casa. Al estudiar los primeros años de Derecho en la Universidad La Salle en Benjamin Francklin en la Ciudad de México, partiicipé en la asociación de alumnos en el primer año de la carrera, rompiendo paradigmas porque los alumnos de quinto año nada más eran los participantes y en forma decidida logré romper ese regla y ganamos, además que me trajo muchas satisfacciones al tratar permanentemente con el Rector a los escasos 19 años de edad entre otras, como el ayudar a los estudiantes en sus tribulaciones.

Así fue como he ido viviendo como todos problemas de todo tipo, como el asalto por policías de la desaparecida DIPD al frente Francisco Sahagún Vaca, quienes en florma alevosa se pasaron un semáforo , lejos de disculparse nos asaltaron a mi y a otro extinto amigo Juan Mobarack , y así en el tráfico de vehículos ni hablemos: a ciertas horas, en la mayor parte de las arterias principales el tráfico ya colapsaron. Sí: todos tenemos frío, calor, prisa, cosas que hacer, ya vamos tarde, todos sabemos manejar mejor que el otro, y miuchos incordiados porque ese carro se metió a la fila y porque el otro va a vuelta de rueda. Paciencia, coño, paciencia. El medio en el que nos movemos así es; somos muchos y eso va a generar una serie de roces que naturalmente elevarán la intensidad de nuestras reacciones. Hay que aprender a vivir con esas pequeñas y constantes presiones y no perder el control. 

La materia de civismo desapareció de las escuelas hace ya mucho tiempo. Y el infame Manual de Carreño es prácticamente un chiste editorial (¡y uno que sigue vendiéndose!), pero la falta de una normativa que regule nuestra cotidianidad ha hecho que nuestras relaciones empeoren. El volumen de gente, de tráfico, de ruido, de iluminación y la falta de seguridad conspiran para crear un esquema de vida tenso y difícil. Por eso necesitamos de manera urgente reeducarnos para aprender a vivir de acuerdo a esta combinación de factores. Pero, ¿qué hacer? Lo primero que se me viene a la mente es salir a la calle, saquear negocios, matarnos entre nosotros y quemar la ciudad. Pero analizando tal propuesta, me he decidido por otra un poco más provechosa: educación. No digo volver a esos esquemas antiguos, obsoletos y ridículos de comportamiento, sino a uno en el que se desarrollen la paciencia, el respeto por los derechos del otro, los tránsitos ordenados, el tema de la basura (una cosa de asco y alarma), la empatía y temas afines. Y esta educación se hace tanto en la escuela como en campañas de gobierno. No podemos seguir existiendo de manera automática y espontánea, poseemos todos los medios para tener una sociedad más ordenada y respetuosa que la horda de cavernarios que somos hoy. De hecho, nos hemos vuelto insensibles a muchas de las barbaridades que, en otros países, no pasarían desapercibidas. Si queremos cambiar el país, empecemos por la manera en que nos comportamos tanto dentro como fuera de casa. Ay, qué difícil. Ya lo sé, pero por ahí se empieza. Eso o seguimos viviendo como energúmenos egoístas desenfrenados. Ergo, Ser revolucionario no implica ser reaccionario.

Twitter: ldojuanmanuel