¿Qué dice de México que sea el primer país del mundo que más cine de terror consume?

EL PAÍS

ANGÉLICA GALLÓN

México – 26 AGO 2022. El Hijo del diablo, Escalera al infierno, Bestia, The black phone, ¡Nop! Cinco películas de terror gobiernan la cartelera de cine este mes en México. Pero la relevancia de este género cinematográfico en la programación actual no obedece a una efeméride especial ni a una coincidencia comercial, y está lejos de ser una exageración o una excepción. Es más bien una regla de oro del entretenimiento mexicano que las distribuidoras de cine nacionales e internacionales hace rato descubrieron: en México les encanta el cine de terror.

Un estudio realizado en 2016 por el Stephen Follows, films data and education, sobre el consumo de géneros de cine en todo el mundo, le otorgó a México el primer lugar como consumidor de películas de horror, seguido por Corea del Sur, Rusia y Estados Unidos. “En México se estrenan, en promedio, entre 70 y 75 películas de terror al año, y solo tenemos 52 semanas de cartelera”, asegura Pablo Guisa, director de Grupo Mórbido, un conglomerado mexicano que cuenta con un emblemático festival de terror, un programa de radio y un canal de tv exclusivo sobre este género y que, por décadas, ha producido y distribuido cintas espeluznantes.

“En Sudamérica, competimos en ventas de boletería con Brasil, por su tamaño, pero México le lleva una gran ventaja en el consumo de este género. El terror gusta más en Colombia y Perú, y luego en Chile y Argentina”, añade Guisa, quien en realidad considera que el único país que a veces puede disputarle este reinado a México es Corea del Sur que en algunas temporadas capitaliza muy bien todo el terror que se produce en Japón.

Pero más allá del dato y de su contundencia irrefutable, ¿qué dice de la sociedad mexicana esa fijación y disfrute particular con las películas de espanto?

“Cuando se detona un consumo excesivo de terror en un país, hay que preguntarse qué está pasando ahí. Es sintomático de algo”, explica Blanca López, doctora de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y experta en narratología y psicoanálisis, quien señala: “Somos una sociedad muy angustiada, el consumo de series, videojuegos y películas de horror nos permite poner distancia con cosas reales que nos angustian en la vida cotidiana. Mientras están correteando a la protagonista, no me están persiguiendo a mí. Hay un monstruo que está encima del sujeto, no sobre mí. En México vivimos con la angustia de no saber si vamos a llegar a casa por la violencia, no sabemos si podemos chocar en el metro o caer en una coladera, y la posibilidad de que eso horrible no me pase a mí y le pase a alguien más en la pantalla genera una catarsis que resulta, incluso, saludable”.

Sin embargo, López advierte de que los ataques de nervios de un país no se curan solo con cine, aunque la ficción ayude a sacar el estrés y la presión que se carga. En realidad, este desfogue de angustia lo proporciona también otro género por el que México siente fervor: el melodrama. “Nos encanta ver cómo sufre esa gente de la telenovela, así que es lo mismo: no estoy sufriendo yo, está sufriendo María Mercedes. En el cine de terror es lo mismo, pero con distinta experiencia estética”.

Para Pablo Guisa, de Grupo Mórbido, la razones por las que cada fin de semana millones de mexicanos se entregan a la experiencia del horror no solo se debe a un síntoma de una sociedad atribulada, también a una herencia fantástica y oscura con la que desde niños se familiarizan en este país. “Estamos llenos de imágenes que nos remiten a la fantasía y a elementos que mucha gente podría considerar como de terror. La iconografía prehispánica está hecha de huesos, esqueletos, calaveras, una diosa con falda de serpientes, otra diosa descarnada, partida en pedazos porque sus hermanos la aventaron desde unas escaleras. Esa violencia visual, entiéndase sin un juicio de valor, la consumimos desde niños. Nos llevan al Museo de Antropología a ver muros llenos de cráneos y nos familiarizamos con las historias de los sacrificios humanos en donde les arrancaban el corazón”.

Esa temprana introducción a una imaginería que puede describir los elementos típicos de cualquier filme aterrador no termina ahí. “Cuando eres niño, además, te ponen frente al altar de muertos y te dicen que va a venir tu abuelito difunto y la tía a la que querías tanto que falleció, y que hay que ponerles cigarros, y la comida que les gustaba. Crecemos con esta idea arraigada de que una vez al año todos los parientes muertos te vienen a visitar. Con esa mezcla de elementos, tu relación con fantasmas, muertos o monstruos es de convivencia, de igual a igual. Es como reafirmar: ¡esto existe!”, sentencia Guisa.

Esa descripción de herencias históricas e iniciaciones infantiles, es algo que Antonio Camarillo, crítico de cine, maestro y consultor en la estructura de guiones de terror, observa como la fuente de una de las grandes paradojas de los mexicanos. “Géneros como el horror o la ciencia ficción son géneros de lo que llamamos históricamente la modernidad. Este discurso que se compran los humanos de que el mundo en el que vivimos es un mundo que podemos controlar, ordenar y dominar si lo entendemos a través de la razón. La gran paradoja de México es que es un país que no ha terminado de insertarse en esa modernidad, esa es la verdad, vivimos en esta contradicción perpetua. Vivimos en un mundo moderno y, sin embargo, de superstición, brujería, pensamiento mágico. El género del horror nos habla de la intromisión de algo irracional en un mundo ordenado, pero los mexicanos no vivimos en un mundo racional”, añade Camarillo con ironía.

Si puedes solucionar todo mágicamente con unos polvos y unos brebajes, si los muertos vienen una vez al año a comer lo que les gustaba, si desde niño ves en el cine a El Santo, o a Caperucita y Pulgarcito pelear contra las momias aztecas y las hijas de Drácula, lo más normal, dice Pablo Guisa, es que el cine de terror sea como “un producto nacional”.

La tradición judeocristiana arraigada en México termina de sumar un elemento adicional a este cóctel perfecto que conjura el goce y la cercanía con el terror. Esto lo saben muy bien quienes traducen al español los títulos de películas de miedo que llegan al país: la clave está en bautizar el filme usando cualquier palabra que refiera al diablo, lo diabólico, los exorcismos, la muerte, lo paranormal o las casas embrujadas.

“Aunque el horror es como el chile, no cualquier clase de horror funciona aquí. El cine de asesinos seriales, tan apetecido en Estados Unidos, aquí no se ve. Las películas de seres sofisticados europeos que viven en castillos u hombres lobo, no funcionan. Tampoco son éxito de taquilla los aliens, eso no está entre nuestras fantasías. Aquí funciona todo lo que nos remite a la culpa cristiana”, explica Guisa, cuya conclusión no dista mucho de lo que se expresa en los títulos de las carteleras de cine que esta semana convocarán a millones de mexicanos en busca de un poco de turbación terapéutica.