EL PAÍS
BEATRIZ GUILLÉN
México – 10 JUL 2023 -Hace casi 40 grados y el suelo arde. Akira cabecea encadenada bajo el sol. Trata, sin éxito, de buscar algunos centímetros de sombra. Los vecinos dicen que estaba con un cachorro, al que ya sacaron muerto de la casa. Que se estaban ahogando, que llevan días sin beber agua. Cuando a Samantha Klimos le mandan el video, deja en el hospital a Bombón, otro perro rescatado con varios tumores al que no podrá salvar, y se desplaza rápida hasta Nezahuálcoyotl. Cuando llega están los vecinos tratando de tirar agua por encima del muro de la vivienda, para ver si le llega algo al animal. La graba por debajo de la puerta, oye los jadeos y le pide llorando que aguante: “¿Vamos a dejar que un perro se muera así, de sed y calor, delante de nosotros?”. Con el apoyo de la policía municipal consigue recuperar a Akira. Será la única buena noticia que la directora de la Fundación Toby recibirá ese jueves de junio. Mientras salva a una, otros dos perros rescatados fallecen en el veterinario, los médicos no pudieron salvarlos de años de desprotección. Por mucho que lo intente, la lucha contra el maltrato, dice, parece a veces perdida.
No hay cifras generales del maltrato animal en el país. Se sabe que en México hay unos 80 millones de perros y gatos domésticos, según el INEGI. También, según un censo elaborado por Agatan, la agencia de atención animal de Ciudad de México, se calcula que entre el 10% y el 40% son abandonados. Así que, de piso mínimo, ocho millones viven en la calle. En la PAOT, la Procuraduría de Animales y Ordenación Territorial de la capital, el órgano que lucha contra el maltrato, se recibieron el año pasado casi 4.000 denuncias de maltrato, en los primeros meses de este año ya son más de 1.900. La procuradora, Mariana Boy, no cree tanto que hayan aumentado en los últimos años, sino que hay más visibilidad de los casos, en parte gracias a las redes.
En los últimos años, la crueldad animal ha dado varios latigazos a la sociedad mexicana, acostumbrada a sus casi 100 asesinatos al día. Un grupo de vecinos torturando a un osezno, colgado de un palo, en Coahuila; unos perros a los que ataron vivos a las vías de un tren en Guanajuato o, más recientemente, una adolescente grabando durante horas cómo mataba a un cachorro en Puebla. El último fue Benito, un perro que estaba durmiendo en la calle cuando un policía que salía enfadado de una carnicería lo arrojó a un pozal de aceite hirviendo. El agresor se marchó, pero nadie llevó al animal al veterinario, que falleció con sus heridas en un terreno baldío de un paro cardíaco.
Esta violencia extrema es la que detectan en la organización Anima Naturalis que se ha agudizado en los últimos cinco años. “Creemos que es parte del efecto colateral, que se da porque el país está sumergido en una violencia extrema desde hace 20 años. De las 10 ciudades más violentas del mundo, nueve están en México. A raíz de esta guerra entre los carteles del narcotráfico vemos decapitados, desmembrados…”, apunta Arturo Berlanga, director de la red en México, que señala que según los datos de su organización, el país sería el que registra mayor número de casos de maltrato de toda Latinoamérica con más de 60.000 animales muertos a causa de la violencia cada año.
¿Quién trabaja para frenar esto? Algunas autoridades sin muchos recursos —en la capital la PAOT, por ejemplo, tiene 40 agentes para todos los asuntos en los que trabaja y 120 millones de pesos anuales de presupuesto, en los que se incluye renta y sueldos—, una nueva brigada de vigilancia animal en Ciudad de México y, sobre todo, ellas. Hasta las autoridades lo reconocen: el motor que está luchando contra el maltrato animal tiene rostro de mujer. Son las rescatistas, a veces independientes, otras bajo asociaciones, las que dan seguimiento a los casos, resguardan a los animales, fomentan su adopción. Son a las que les mandan los videos del animal sufriendo y se tragan el pellizco para lanzarse a rescatarlo, con sus propios recursos. Ellas han tejido una red para soportar el dolor y la desesperación de quien se enfrenta a un monstruo que parece, casi siempre, inabarcable.
La casa de los horrores
Los vecinos consiguieron grabar en video el terror: una familia en el Estado de México electrocutaba y mataba a golpes a sus mascotas. “Era un maltrato muy evidente, pero averigüé un poco más, y era una familia profundamente violenta y disfuncional. El padre golpeaba a la madre, y los dos hacían lo mismo con los niños. Los niños mataban a los perros y a los gatos. Encontramos cisternas abiertas donde había muertos bebés humanos. ¿Qué se hace en un caso como ese?”, pregunta Alina González, que tiene 26 años, dirige Rescatalandia y es abogada penalista. “Es tan arraigada la violencia, que los animales son un factor más”, contesta y resuena.
Apunta en esa misma dirección Andrea Jiménez, que lleva más de cuatro años rescatando animales: “En muchas ocasiones, llegas a la casa a hacer el rescate y te encuentras familias destrozadas donde se ejerce mucha violencia. La violencia contra los animales es un indicador de cómo está el tejido social”. Esta periodista, de 33 años, describe uno de sus primeros casos: en una vivienda de la colonia Guerrero, uno de los barrios más violentos de la capital, una activista le había avisado de una nueva camada de cachorros de la que la familia no podía hacerse cargo. “Al llegar lo de menos eran los cachorros: había muchísimos perros y gatos, tres niños a cargo de un matrimonio muy mayor que había prostituido a su propia hija, que tenía una discapacidad. Cuando ella desapareció, ellos se quedaron a cuidar a sus nietos, que estaban muy desatendidos. Sufrían bullying en el colegio, porque llegaban muy sucios. ¿Qué hago? ¿Me llevo a los perros? ¿Denuncio lo de los niños ante el DIF? Era algo desbordante”.
Lo que Alina y Andrea describen está sustentado en estudios. Lety Varela, diputada de Morena y ahora titular de la Brigada de Vigilancia Animal de Ciudad de México, dedicó a ese vínculo parte de su tesis: “Hay que prevenir el maltrato animal porque es la antesala del maltrato social”. Esa es la razón, explica, para que la brigada esté bajo la dirección de la Secretaría de Seguridad de la capital. “Los trabajadores de la brigada son policías, porque es un modelo preventivo”, apunta Varela, que dirige una unidad con 120 agentes que atiende, una media de seis casos de maltrato al día. Un modelo que se inauguró hace dos años y que ya empieza, cree, a dar sus frutos. Acaban de construir lo que ha llamado la ciudad de los perros, un refugio para más de 200 animales, que en vez de jaulas tiene “dormitorios”, con un presupuesto de 14 millones de pesos (unos 815.000 dólares). Todos los rescatados están en adopción, aunque esa es la parte más difícil.
El refugio
Vladimir trota feliz por un gran jardín desde el que se ve el Ajusco. Este husky con síndrome de Down fue rescatado por la Fundación Toby después de que fuera “muy golpeado porque lo veían distinto”. Él es uno de los 80 perros que Karen Nava, de 31 años, y Sam Klimos, de 36, resguardan en un rancho que rentan exclusivamente para ellos y para un par de cerdos, unos cuantos borregos, un burro y su cabra Philipp. En total, hay 22 manadas: la de Joaquín, que fue el primer rescatado de la fundación hace cuatro años, es la más grande. “Todavía nadie ha querido adoptarlo”, dice Klimos sobre este perro pequeño y simpatíquisimo.
Estas dos mujeres, antiguas godines, decidieron dejar todo para dedicarse en exclusiva a la protección de los animales. Reciben llamadas y peticiones de ayuda a cada hora. Hacen unos 12 rescates a la semana, pero llegan a pasar tres meses sin que un animal se vaya en adopción. Creen que en estos años, apenas un centenar ha encontrado de nuevo una familia.
Lleva aquí tres años Jonhy Cash, una mezcla de labrador al que no le queda mucho tiempo por una miocardiopatía dilatada. No lo parece mientras salta sin parar, jugando con Belén y Arturo, los cuidadores del rancho, pero las paredes de su corazón siguen adelgazando. Nava y Klimos explican que les gustaría mucho que conociera antes de morir lo que es vivir en una familia.
“Aquí aprenden a confiar otra vez”, dice Sam, que enlista todo lo que hacen desde la fundación para tratar de sostener económicamente este refugio: rifas, vender pasteles, chamarras, organizar eventos y bazares. Pero nunca es suficiente y siempre dependen de las donaciones. Al mes, calcula, son unos 60.000 pesos de gastos, entre los sueldos y la renta del lugar, sin contar los costes del veterinario. Mientras ella cuentan el funcionamiento de la Fundación Toby, Belén, una mujer trans que tiene leucemia y ha encontrado cuidando a estos animales un amor universal, saca a los perros, les tira la pelota, abrazo y dice: “No voy a poder regresar todo lo que ellos me dan”.
¿Qué falta?
La procuradora Mariana Boy insiste en la necesidad entender qué es el maltrato: “Se tiene la falsa percepción de que es solo golpear al animal o quitarle la vida. Pero tenemos muchos otros casos de maltrato pasivo como no darle alimento, no darle agua, mantenerlo amarrado, que no se pueda resguardar. Cualquier situación que le provoque sufrimiento al animal, que le impida desarrollar su comportamiento natural, es maltrato. Tenerlo amarrado con una cadena de un metro que no se pueda echar o caminar es maltrato”.
En todo el país, menos en Chiapas, el maltrato animal está tipificado como delito. Sin embargo, en los últimos cuatro años de las 3.639 carpetas de investigación abiertas en México, solo 178 personas fueron vinculadas a proceso y de esas solo se emitieron 27 sentencias, según datos de la plataforma Sin Maltrato, de la organización Anima Naturalis.
“En nuestra evaluación en 30 Fiscalías, solamente cinco han dado cursos a los agentes del ministerio público sobre el delito de maltrato animal. Y en ninguna hay veterinarios legistas, lo que es un gran problema en materia procesal penal, porque no se puede determinar el grado de lesiones o de muerte”, apunta su director Arturo Berlanga, que explica que incluso en Ciudad de México, que es la segunda entidad con mayor número de denuncias después del Estado de México, su Fiscalía especializada —la Fidampu— solo tiene asignadas a nueve personas, “incluyendo tres policías de investigación que no tienen patrulla”. Y eso es en la capital, mientras el vecino Estado de México se ha convertido en un agujero de maltrato y las rescatistas insisten en la inacción total de las autoridades encargadas, como la Propaem.
Las leyes también sufren de una “esquizofrenia jurídica”, denomina el director de Anima Naturalis en México, puesto que aunque el maltrato está tipificado a los animales no se les reconoce como víctimas. Se les considera cosas. La titular de la PAOT apunta además algunos rezagos que hay en la ley de Ciudad de México, donde todavía se contempla como legal matar a los animales que llegan a las perreras y a los que nadie reclama: “Es fundamental un reforma de la ley de los animales porque la que tenemos no responde para nada a la realidad actual y a la conciencia que tenemos”.
Eso son piezas, pero todas las personas consultadas para este reportaje —rescatistas, expertos y autoridades— hacen hincapié en la llave maestra. “Mientras el tejido de la sociedad mexicana esté tan desintegrado con problemas tan profundos de violencia, de descomposición, no hay mucho que vaya a poder cambiar para los animales. Mientras haya 10 mujeres asesinadas al día y continúe la violencia sexual contra niños y niñas, y a nadie le importe, no se podrá mejorar la situación de los animales”, explica Alina González, “México está viviendo círculos de violencia profundísimos, la vida de nadie vale”.