Diego Enrique Osorno
El 14 de junio de 2006, tras el fallido desalojo de un plantón en el Zócalo de la ciudad de Oaxaca, inició la creación de uno de los movimientos sociales más complejos que han irrumpido en el escenario político mexicano moderno. La Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, mejor recordada como la APPO, fue la nomenclatura visible que tuvo la primera insurrección del siglo XXI en el país.
Han pasado ya 17 años de aquella resistencia ofrecida por maestros de la sección 22 del SNTE y militantes de otras organizaciones populares asediadas durante el nefasto gobierno de Ulises Ruiz, que llevó a cabo ese día un desmesurado operativo, quizá envalentonado por el que había ejecutado atrozmente poco más de un mes antes, en San Salvador Atenco, el gobierno de Estado de México, a cargo de Enrique Peña Nieto, contra comuneros locales y simpatizantes del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra.
La respuesta dada por el magisterio democrático oaxaqueño ese 14 de junio alteró la línea represiva que parecía invicta ese año en el que también fueron atacadas una serie de huelgas y protestas mineras legítimas en Cananea y Nacozari, Sonora; Lázaro Cárdenas, Michoacán y Sombrerete, Zacatecas, entre otros lugares del país.
Durante los días siguientes, del 17 al 21 de junio, representantes de un sinfín de grupos oaxaqueños discutieron y decidieron conformar la APPO, que a lo largo de 2006 llevaría a cabo una serie de gestas asombrosas antes de ser reprimida de manera cruenta e irregular por paramilitares y fuerzas de seguridad oficiales, a través de operaciones diseñadas por Genaro García Luna y Eduardo Medina Mora, hoy defenestrados.
Aquel nivel de organización amplio y horizontal tiene un posible espejo, en cuanto a incandescencia esperanzadora, con el actual movimiento feminista. No solo se trataba de un estallido de rabia ni tampoco exclusivamente de lucha ideológica o una conciencia crítica activada, aunque todos estos componentes existían en el origen de la APPO. Algo que prevalecía, en esencia, era una percepción masiva compartida de que la lucha por la democracia no se limitaba a las urnas. Que la promesa de mayor libertad y justicia augurada con la alternancia electoral del año 2000 no había llegado y había que salir a las calles a buscarla. Hoy, aunque la APPO desapareció, dicha necesidad persiste.