SALVADOR CAMARENA
Cuenta Emiliano Ruiz Parra que un día cuando Alejandro Solalinde era seminarista los carmelitas descalzos pretendieron castigarlo por violar un voto de silencio. El futuro sacerdote había contestado una pregunta a una señora y sus superiores reprendieron al hoy famoso prelado. La caridad no puede no estar por encima de una instrucción, reclamó el entonces estudiante. No era la primera muestra de rebeldía, pero fue de las últimas. Su actitud, que no era nueva y le seguiría distinguiendo, le costó la expulsión.
Ruiz Parra es uno de los periodistas contemporáneos que más ha reporteado a la Iglesia Católica y sus pastores. En Gatorpardo publicó en noviembre de 2011 un perfil de Solalinde cuando este era, precisamente, el símbolo de un saludable desacato: la voz que denunciaba la violación de derechos de las personas que atraviesan México para tratar de llegar a Estados Unidos, y la complicidad de autoridades policiacas y migratorias con mafias de polleros.
Cuando Ruiz Parra publicó ese reportaje Solalinde gozaba de una justa fama como ese dedo flamígero que había señalado con puntualidad y valentía el salvajismo del crimen organizado que hace de los migrantes su negocio más lucrativo —son, dice Emiliano, las víctimas perfectas: sin papeles, sin representantes populares, sin dinero, sin incentivos para exigir justicia porque les urge cruzar la frontera norte, sin familia aquí— y la pasividad de los gobernantes.
Pero eso fue con otros gobiernos. La implacable voz de Solalinde durante dos sexenios, la irreductible piedra en el zapato para los presidentes Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, el pastor que eligió elevar el reclamo de justicia por ovejas transhumantes, estos cuatro años y medio ha guardado, si hemos de hablar de críticas y denuncias, lo más parecido a un voto de silencio ante el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador. E incluso se ha vuelto protagonista en el coro que le canta alabanzas al tabasqueño.
Y a partir de marzo 27 ha ido más allá. Lejos de sumarse la ola de indignación que causó la muerte ese día de 40 migrantes en un centro de detención del Instituto Nacional de Migración (Inami), en Ciudad Juárez, se ha prestado a cargarle la cruz a López Obrador, a quien desde entonces ha visitado para ofrecerle una reforma al modelo gubernamental de atención a los que migran a través de México. Una bendición más que oportuna para López Obrador: la nota en los medios es Solalinde hablando de presuntos cambios burocráticos antes que de justicia para las víctimas.
El cura menudo que cumplirá 80 años en 2025, el párroco que renunció a las comodidades de una iglesia en Toluca, el misionero que enfrentó a los sanguinarios Zetas, el fundador del albergue Hermanos en el Camino que compartió con todo migrante lo poco que había de comer o el suelo para dormir, el valiente predicador contra las mafias del Inami y de las policías estatales y federales, ese otrora irreductible hoy sermonea la santidad del actual presidente y culpa de los pocos avances al pasado.
Disidente de su Iglesia, en la que ha rechazado vez tras vez los ofrecimientos de cargos administrativos, hoy en cambio se apresta a redactar un proyecto de reforma a los organismos de atención del fenómeno migratorio para López Obrador, quien con eso capotea la crisis por el incendio de Ciudad Juárez en donde los guardias contratados por el Inami dejaron morir encerrados a cuatro decenas de centroamericanos. Solalinde al rescate, esta vez, del poder: colgó el hábito de la rebeldía.
Porque el sacerdote que el año entrante celebrará sus 50 años de ordenación elige no ver la realidad de estos años y abrazar la fe del lopezobradorismo. Palabras suyas incluidas en el reportaje de Ruiz Parra hoy le dejan mal parado. Por ejemplo cuando, en conversación con el periodista salvadoreño de El Faro Carlos Martínez, criticó a la Administración calderonista (2006-2012) por hacer de México el patio trasero de Washington:
“El Gobierno federal —entiéndase de Felipe Calderón— tiene una política de Estado con Estados Unidos. Estados Unidos es su aliado y es su amigo, entonces él tiene que hacerse responsable y cumplirle a su amigo. Cumplirle significa hacer el trabajo sucio, cuidarle su patio trasero, y si tiene una política de Estado, también tiene que tener una estrategia de Estado, que es la política migratoria que está implementando con los migrantes. México no puede, le da vergüenza y no tiene valor para hacer un muro de una vez por todas y sellar la frontera, que sería lo más honesto, porque sabe que si lo hiciera no tendría cara para exigir que quitaran el muro en el norte, pero, además, tampoco podría exigir una reivindicación para los migrantes mexicanos en el norte, entonces lo que hace es una política de Estado por colusión o por omisión, como son los secuestros”.
Ese patio trasero nunca ha sido más evidente, y agraviante para México, que tras los acuerdos del canciller Marcelo Ebrard con Washington. Y si algo ha hecho el actual Gobierno es usar a la Guardia Nacional y al Ejército para hacer dos muros humanos: en la frontera norte y sur, a fin detener la migración como un favor a EE UU. Para esas políticas de López Obrador el padre Solalinde no ha tenido las duras críticas que tuvo para Calderón o para su sucesor, Enrique Peña Nieto.
Solalinde le dijo a Jorge Ramos en una entrevista en Univisión en noviembre de 2018: “Peña Nieto se ha convertido en el policía número uno que contiene el flujo migratorio, y yo diría más todavía que la migración norteamericana es operada por él”.
En esa misma conversación el sacerdote decía que “los muros no van a servir para nada, la contención, las razzias, lo que hace el Inami para contener no va a servir para nada, lo único que sirve son planes de desarrollo en la región, estamos listos para los que se quieran arraigar en este país”, una narrativa que se alineaba ya desde entonces con lo que propuso el candidato AMLO
Univisión lo entrevistaba a menudo, y en ese medio visto por millones de hispanos en Estados Unidos, Solalinde señaló hace seis años que Peña Nieto era responsable de “los secuestros de migrantes porque están bajo su responsabilidad”. ¿Dirá lo mismo hoy de los secuestrados de hace días en San Luis Potosí, por ejemplo? ¿Estaban o no estaban bajo la responsabilidad de López Obrador los retenidos en la cárcel del Inami de Ciudad Juárez?
Todos aquellos discursos, todas aquellas posiciones de confrontación al poder le valieron a Solalinde un reconocimiento nacional e internacional, apoyos para su precario albergue y el ser considerado un defensor de quienes padecían una tragedia humanitaria: robos, extorsión, secuestros, violaciones, lesiones y, por supuesto, la muerte, al cruzar por México.
Pero ese discurso es parte del pasado. Hoy sus palabras cuadran perfectamente con cualquier mañanera.
—En este momento, padre, están violando a una menor centroamericana —le preguntó el periodista Fernando del Collado, de Latinus, hace 10 meses.
—Sí —contestó Solalinde—. En este momento y siempre lo han hecho. Solo que ahora se ve y antes no se veía.
—En lo que durará esta entrevista, padre, habrán extorsionado a 12 migrantes.
—Es verdad que las extorsiones no han bajado mucho, siguen.
—Cada cuatro minutos un migrante es asaltado y extorsionado en su paso por este país.
—Sí, y antes era el doble…
—Cada día más de cinco migrantes son desaparecidos.
—Nadie lo puede contar, porque los migrantes no han contado ni antes ni hoy, nadie tiene esas cifras.
—Son las mismas mafias del crimen que usted antes denunciaba…
—No, las mismas no, las mismas quizá del crimen organizado sí, pero no el crimen autorizado.
—¿Al presidente le interesan los migrantes?
—Le interesan, pero él conoce quizá poco de lo que está pasando en la operatividad del Inami, él sabe lo que le cuentan.
—¿Le mienten?
—Tal vez.
En otra parte de esa entrevista, Solalinde adopta incluso en primera persona la política del gobierno. “[AMLO] Está luchando contra la impunidad, pero el paquete que nos dejaron los gobiernos anteriores neoliberales es terrible”, le dijo a Del Collado, quien le cuestiona si el mandatario seguirá con ese recurso de culpar al pasado: “no es culpa, está explicando, educando a la gente de hoy, está formando la conciencia”, respondió el entrevistado.
Esa charla, que durante años se ha hecho notar por su estilo de preguntas cortas y respuestas concretas, había iniciado con un silencio de Solalinde cuando Del Collado le preguntó por los millones de pobres más que hay en este sexenio.
—Usted confiaba en él —siguió Fernando el interrogatorio ante un prelado callado.
—Yo confío en él, absolutamente.
—Nos dijo aquí que es un santo.
—Es un santo, y él tiene… santo político.
Hay que conceder a Solalinde que su sometimiento al oficialismo ha sido consistente en lo que va del sexenio; que el giro de 180 grados que dio, su renuncia a criticar con dureza a los gobiernos, quedó patente desde el arranque de la Administración: en abril de 2019 criticó duramente ya no al presidente sino a un periodista que lo cuestionó en la mañanera.
“La agresividad y altanería de Jorge Ramos no se puede repetir”, escribió el prelado en Twitter el 19 de abril de 2019. “La insolencia con la que trató a nuestra legítima y máxima autoridad nos ofendió a mexicanos y mexicanas que luchamos por un cambio. Por qué no le habló así a los presidentes corruptos anteriores. Admirable AMLO!”.
Si en cambio uno lee el perfil de Ruiz Parra resultará inevitable ver que Solalinde no ha defendido ni la jerarquía de la Iglesia como sí lo hace con AMLO. Su rebeldía clerical es tan añeja que desde el seminario organizó a su propio grupo de disenso: “estaba a disgusto con el conformismo y la hipocresía de sus pares, que soportaban el autoritarismo para no poner en riesgo sus carreras”.
La tragedia de Juárez le ha dado una visibilidad mediática que no había tenido en el sexenio. Su entusiasmo le ha llevado a anunciar desde la desaparición del Inami hasta la salida de su titular, Francisco Garduño, a quien, sin embargo, el presidente ha sostenido incluso después de que se supiera que era investigado por la Fiscalía General de la República.
Con acceso privilegiado a Palacio Nacional hoy negocia reformas que el lopezobradorismo ni intentó en cuatro años y medio, cambios que habría que ver si Estados Unidos, para quien trabaja esta Administración en este renglón, ve con buenos ojos.
Hoy sin rebeldía, Solalinde, ese que rechazaba cargos eclesiales —”antes que elemento de un organigrama, soy misionero”, dijo a Ruiz Parra—, quiere salvar al Gobierno (no a las verdaderas víctimas) de su negligencia en materia migratoria.