Juan Manuel López García
“El discurso presidencial seguirá llamando a las emociones de la población para obtener una respuesta que no responda a la razón” Manolo
No es un secreto que la democracia está en horas bajas en muchos rincones del mundo. En América Latina, Nicaragua, Venezuela y Cuba son dictaduras despiadadas. El Salvador está cayendo por la pendiente autoritaria. Incluso, democracias aparentemente sólidas como la brasileña tienen que enfrentar desafíos como el intento de golpe de estado de la Plaza de los Tres Poderes. En Europa, Rusia comanda el ataque frontal contra la democracia. Hungría es ya un régimen sin libertades. Polonia está atentando contra la independencia del Poder Judicial. En Asia, el modelo chino comienza a ser reproducido en el sudeste asiático y la India de Modi amenaza la estabilidad de la “democracia más grande del mundo” por su apuesta nacionalista religiosa. En Israel, la única democracia consolidada de Medio Oriente, las reformas del nuevo mandato de Netanyahu amenazan seriamente a los tribunales y la vigencia del estado de derecho. La espada del autoritarismo recorre el mundo entero, incluso donde la paz, la libertad y la democracia eran principios asumidos.
Sin embargo, el embate real contra la democracia choca con la incapacidad de atentar moralmente contra ella. Es decir: los autócratas buscan destruir la democracia, pero siempre justifican su embate con la gramática de la democracia misma. Quieren aniquilar las libertades y controlar al Estado, pero su discurso se sustenta en dar más control al pueblo (la raíz moral de la democracia). Moralmente, la democracia ha derrotado a todos sus malquerientes. Es hipocresía del tirano: pretenden dinamitar el régimen democrático, sin embargo se niegan a reconocerlo abiertamente. Bien decía el escritor François de La Rochefoucauld: la hipocresía es el homenaje que el vicio le rinde a la virtud.
Al igual que el resto de los autócratas que llegaron al poder por la vía democrática para luego comenzar a desmantelar el régimen de libertades, López Obrador no admite que su Plan B lo que busca es debilitar a las instituciones democráticas. Ni siquiera se atreve a sostener que quiere debilitar al INE. Tan siquiera Adán Augusto López lo reconoció: queremos despedazar al INE. Se agradece la sinceridad. Por el contrario, López Obrador hace gala de su marcada hipocresía. Su Plan B busca dinamitar a la autoridad electoral, busca debilitarla para hacerla inoperante, pero él prefiere hablar de que está construyendo una “democracia del pueblo”. ¿Le suena dilecto lector? También el régimen castrista dice que el sistema cubano es una “democracia popular”. Los apellidos en democracia siempre son problemáticos.
Hay dos formas de justificar la superioridad moral de la democracia como sistema político. El primero es instrumental: con la democracia se vive mejor. Sin embargo, bajo la misma lógica, se podría justificar una dictadura que logra que los ciudadanos vivan bien. Como muchos han justificado las dictaduras de Pinochet en Chile o el autoritarismo de partido en China. Por ello, me parece que la mejor justificación de la democracia es de carácter esencialista: el humano nació para vivir en libertad y en igualdad, y sólo la democracia puede garantizar ese anhelo.
Existen muchos indicadores que nos permiten sostener que México está entrando en un momento político de declive democrático. De acuerdo con el Índice de Democracia de The Economist, México pasó de ser una democracia débil y con problemas a ser un “régimen híbrido”. Es decir, para el prestigioso semanario británico: México ya no es una democracia. En parte por el acoso del crimen organizado a los derechos y libertades de los ciudadanos, pero también por el ataque frontal del presidente contra la oposición, la prensa y la sociedad civil. Freedom House, en su índice sobre libertades, coloca a México como “parcialmente libre”. No hay estudio serio que sostenga que hoy México es un país más democrático que en 2018
Frente a esta deriva, existen millones de ciudadanos en México dispuestos a luchar por la democracia. La defensa del Instituto Nacional Electoral (INE) se ha convertido en un símbolo político de mucha potencia. Defender al INE supone defender las libertades. Defender al INE supone defender la posibilidad del cambio. La manifestación de este domingo es muestra de la transversalidad de la defensa del INE. Mañana marchará gente de derecha y de izquierda; universitarios y no universitarios; gente que vota por el PAN, por el PRI o por MC, incluso por Morena. La democracia es la garantía de que todos cabemos en un proyecto de país, pensemos como pensemos.
Lo paradójico es que López Obrador busca destruir lo que sí funciona de la democracia mexicana. La institucionalidad electoral mexicana es reconocida en todo el mundo. Luego, existen muchos problemas para la consolidación democrática: pobreza, exclusión, corrupción, ignorancia, acarreo, desvío de fondos, penetración del crimen. Sin embargo, la autoridad electoral sirve y el Plan B busca dinamitarla para construir un régimen político al servicio de la hegemonía de Morena.
Esperemos que la marcha sea alegre y propositiva. Habrá provocadores. Instigadores que quieren presentar las marchas de este domingo como reaccionarias o conservadoras, que buscarán cualquier esbozo de elitismo para desacreditar la defensa del INE y hacerla ver como la defensa de los intereses de unos cuantos. Siempre ha sido más fácil atacar a una persona que desacreditar y debatir sus ideas. De fondo, existe un movimiento nacional en defensa de la democracia que está por encima de los partidos políticos y sus conveniencias cortoplacistas. Esa es una buena noticia: en México, la democracia sí tiene quien la defienda.
Jugadas de la Vida
Según un estudio internacional, 84% de las mujeres han sido acosadas en la calle antes de cumplir 17 años.
Twitter @ldojuanmanuel