A los pies de Federer, el mito

EL PAÍS

”¡Rafa, Andy, venid aquí! ¡Foto, foto! ¡Rafa, aquí, aquí!”.

En medio de todo el trasiego, del ir y venir de personas, de las cámaras que asestan coscorrones y del cableado que juega alguna que otra mala pasada y enreda los pies, a Roger Federer no se le escapa el más mínimo detalle. Al fin y al cabo, esto es Londres, su segunda casa. Nadie ha ganado tantas veces como él en Wimbledon, el jardín de su extraordinaria carrera, ni tampoco en el O2, su estancia maestra de finales de año que ahora escenifica también el adiós, en clave ya plenamente otoñal. Se va el suizo, se cierra el círculo, crece la leyenda. Y a la llamada atienden en fila uno tras otro, también Rafael Nadal.

“Aquí vamos, como se puede…”, transmite el balear durante el saludo, mientras trata de sortear la maraña que se ha formado en la trastienda y de acercarse a los allegados que lo acompañan en este viaje exprés que ha hecho para despedir profesionalmente al amigo. “Tengo una situación personal complicada”, ha comentado antes en la sala de conferencias, donde queda registrada una imagen para la historia: de izquierda a derecha, cuatro mastodontes y 74 grandes trofeos. En línea, con seis testigos flanqueándolos, Novak Djokovic, Björn Borg, Federer y el propio Nadal, que ha llegado al convite de la Laver Cup casi sobre la bocina —el suizo lo hizo el lunes y el serbio el martes— y agradece la compañía porque no son días fáciles.

Lo reclaman Carlos Moyà, su fisio Rafa Maymò, su hermana, Maribel, y su agente, Carlos Costa. “Mañana juego también yo, ¿eh?”, bromea el último, fino de silueta, conforme los fotógrafos han dado el aprobado y se ha disuelto la formación del equipo europeo; bajo la batuta de Federer, claro, y con el aderezo de la presencia de Andy Murray, el guerrillero que se fue (enero de 2019) y luego (agosto de 2020) deshizo los pasos, caderas de titanio y una resistencia única contra los tres grandes dominadores del tenis moderno. Su hoja de servicios aporta tres majors, 46 títulos y el haber hecho cumbre.

”Estaba en la grada viendo la final de Wimbledon en 2008″, rebobina el británico. “Pero empezó a llover y acabé viéndola en casa, con unos amigos. Me quedo con ese partido”, agrega cuando se le pide que escoja, ahora que la saga de las sagas, los Federer-Nadal, los Fedal por la abreviatura, se acaban para siempre. Así de realista, así de emotivo.

competirán de la mano (contra el dúo compuesto por Jack Sock y Frances Tiafoe) para dejar otro fotograma eterno y glorificar el fin del trayecto del suizo, ya inmortal, ya en el cielo deportivo de aquellos que de una u otra forma lograron dejar huella. La de él es sencillamente incalculable, en fondo y forma.

“No necesito escuchar las noticias para saber que el final está más cerca”, dice Nadal, que a sus 36 años pierde a su gran compañero de fatigas, compinche e inmenso rival. “Al final, es el ciclo natural de la vida, ¿no? Unos van y otros vienen. No es nuevo, la historia se repite. Lo que ocurre es que en este caso particular, se va uno de los jugadores más importantes de la historia, si no el más importante, tras una carrera superlarga. Y, claro, cuando se va el primero como que echas de menos algo”, prorroga el español, que también escoge el imborrable triunfo contra el suizo en 2008, primera de su doble muesca en La Catedral, y añade otro que sintetiza a la perfección el espíritu del gran binomio.

“Impredecible”, “enciclopédico” e “irreal”

“La final de 2017 en Australia [anotada para el suizo] también es muy especial, porque unos meses antes estábamos juntos, hablando, lesionados…”, cuenta el mallorquín. “Sí, lo estábamos…”, intercede en tono de broma Federer, ya 41 años, 24 de ellos dando pinceladas en la élite. “Y al final las cosas se dieron así. Fuimos capaces de volver al circuito a ese nivel, en una gran final, a cinco sets”, aprecia Nadal, mientras él, el tenis y el deporte brindan ya copa en alto por ese tenista de dibujos animados cuyo juego ha levantado a todos (sin excepción) alguna vez del asiento.

Sin ir más lejos, caso del entrenador de Djokovic, el croata Goran Ivanisevic. “Es uno de los mejores deportistas de la historia. En un deporte como este no es sencillo tener la continuidad que él ha tenido, pero ama ganar, ama competir y ama los récords. Yo me quedo con su capacidad para jugar con diferentes registros, porque es impredecible; muchas veces no se sabe qué va a hacer. También valoro que es muy estudioso y ha respetado siempre a todos sus rivales”, explica a EL PAÍS.

El francés Henri Leconte, último finalista galo en Roland Garros (1988), se suma: “Es de otro planeta. Hace años teníamos a Agassi, pero después llegó él y lo hacía todo aún más fácil. Siempre jugó relajado, parece que nunca haya sentido la presión. Es irreal. Antes estuvieron Laver y Connors, pero Jimmy era un jugador que dependía más de su físico; se parecía más a Nadal, por ejemplo. Roger es capaz de jugar excelentemente en todas las superficies y lo hace con una facilidad increíble”.

Y comparte el chileno Fernando González, bronce individual en los Juegos Olímpicos de 2004 y plata en los de 2008: “Es una enciclopedia del tenis. Siempre te hacía pensar, nunca sabías qué te iba a hacer; hace jugadas un poco ilógicas que no están en ningún manual y que nadie te las puede enseñar. Te hace pensar mucho y el tenista, cuanto más piensa, más daño se hace”.

Remata para este periódico el sueco Thomas Enqvist, retirado en 2005 y ahora mano derecha de Borg en la cita de Londres: “Jamás he visto a nadie jugar tan extremadamente rápido y no solo con el servicio, porque tiene todos los tiros posibles. Lo más increíble es cómo golpea la pelota de rápido. Si tiene un solo segundo para atacar, lo hace; no hay nadie que haga la transición defensa-ataque como la hace Rog. Es simplemente un genio”.

Es el día, el último brochazo: todos a sus pies.

Federer: “Tengo salud y la vida sigue, todo es genial”

El suizo dice estar sorprendido de su nivel, tras 15 meses sin competir por la rodilla, y que siente una profunda conexión con Nadal: “Me enorgullece su pasión por mí”

Las lágrimas de Federer y Nadal en el último partido del suizo

Fiel a sí mismo, a ese instinto depredador que ha atesorado a lo largo de toda su carrera, Roger Federer todavía le daba vueltas a esa bola de partido que se le escapó en el desempate. Pero más allá de eso, el suizo terminó definitivamente sucumbiendo al carrusel de emociones vivido a lo largo de toda la semana y minutos antes sobre la superficie del O2 Arena, donde fue manteado por sus compañeros y protagonizó un tierno abrazo con sus familiares. Lacrimógeno broche a una carrera de fábula. Por eso, al suizo, de 41 años, no le apetecía demasiado empuñar el micro a pie de pista ni tampoco hablar luego en la sala de conferencias, sabiendo que es persona de lágrima fácil.

“Lo que más me preocupaba era esa parte. No quería cogerlo…”, introducía ante los más de 100 periodistas que atendían a su última rueda de prensa como jugador profesional. “Quizá penséis que es lógico que tenga que hablar, pero en mi mente no lo es, porque sé lo mal que se me da hablar cuando estoy emocionado, ya me ha pasado más veces”, apuntaba a episodios como el de Australia en 2009, cuando admitió que el azote de un muchacho llamado Rafael Nadal lo estaba “matando”. “Aun así, en la pista he recordado lo maravilloso que es esto. Esto no es el final por completo, la vida sigue. Tengo salud y estoy feliz, todo es genial, y este es solo un momento en el tiempo. Esto tenía que pasar. Al menos he podido decir todo lo que quería, creo…”, bromeaba.

Previamente, durante el parlamento final en la pista, el de Basilea hizo hincapié en la importancia de su mujer, la extenista Mirka Vavrinec. Decía Federer que sin ella y su apoyo, se hubiera retirado mucho antes. “Podía haberme parado hace tiempo, pero no lo hizo. Es increíble”, apuntó, acordándose también de sus padres y de los aficionados que le han brindado un apoyo incondicional durante los 24 años de recorrido en la élite del tenis. Una etapa que ya ha tocado a su fin, después de unos días de sentimientos contrapuestos e incontrolables, de arriba abajo y de abajo arriba.

“Ha habido fases. A veces estaba horriblemente nervioso, como antes de una gran final, y otras me olvidaba de ello porque estaba bromeando con los chicos, y dormía bien. Los dos últimos días han sido duros, por decir algo. Pero creo que así es mejor, porque si hubiese estado estresado queriendo que todo fuese perfecto, no me acordaría de la mitad de cosas. Siento que he manejado con fuerza este último mes, bastante bien; ha sido duro hacer llamadas para contar mi decisión, ahí sentí el dolor, pero ahora, esta noche, todo ha sido felicidad”, agregó.

Al genio le gustaría corresponder en el futuro al cariño de la gente y por eso adelanta que explorará aquí y allá, por rincones en los que nunca ha podido deleitar con su tenis. Lógicamente, el castigo de la rodilla y el largo periodo en la reserva de los últimos 15 meses han mermado su rendimiento; aun así, considera que estuvo a un tono superior al que preveía antes de saltar a la pista junto a Nadal.

“La decisión de jugar estaba al 50%. A veces era un 60/40, otras un 70/30… Me ha sorprendido mucho lo bien que he sido capaz de hacerlo esta noche, he disfrutado. Todo ha ayudado, el no estar solo en la pista ha sido una gran ayuda”, apreció, deteniéndose posteriormente en la figura del español, origen de unas cuantas penas ―16-24 para el rival en los cruces entre ambos, 10-14 en finales― y también inmejorable aliado para completar un trayecto antológico.

“No sé cómo hemos llegado a este sitio después de todos estos años. Hemos estado muy conectados, especialmente en la última década, diría; supongo que quizás desde que tengo hijos. No sé si eso me ha ayudado o me ha cambiado de algún modo, o si nuestra rivalidad evolucionó. No tengo ni idea. De cualquier modo, estoy muy feliz de que esto sea así hoy día, de que pueda llamar a Rafa y hablar de lo que sea. Espero que él sienta lo mismo”, expresó el campeón de 20 grandes, solo por detrás del estadounidense Jimmy Connors (109) en lo que a títulos se refiere (103 por su parte).

“Su familia ha estado aquí y eso te demuestra que no es solo que venga él, y al resto de su entorno le dé igual. Siento su pasión por mí, supongo, por mi persona; y eso es algo que me enorgullece. Creo que él se siente igual cuando ve a mis padres, a mis hijos, a mi mujer. Es algo bonito”, valoró; “él tiene mucho que esperar con sus, ojalá, muchos hijos que va a tener. Le puedo dar algún consejo, pero no es fácil. Ha sido genial, creo que hemos disfrutado de nuestra compañía y tenemos mucho que recordar, y también disfrutar de pasar tiempo juntos”.