EL PAÍS
ELENA SAN JOSÉ
México – Hace cuatro meses, en el Monumento a la Revolución de la Ciudad de México, se produjo un “fenómeno de masas”, según el director general del Fondo de Cultura Económica, Paco Ignacio Taibo: miles y miles de personas con uno o varios libros de la mano saliendo de un recinto ferial. Era el último Gran Remate organizado por la Secretaría de Cultura de la capital y su éxito tenía una explicación clara: “un descenso radical en los precios de los libros”, que oscilaban entre los 10 y los 150 pesos. México tiene ganas de leer, pero el coste habitual de los títulos sigue siendo una de las principales barreras que impiden que los ciudadanos se acerquen a ellos. En 2022, el precio promedio de venta al público subió un 6,4% con respecto a 2021, un porcentaje que alcanza el 18,5% cuando se compara con las cifras previas a la pandemia, según la Cámara Nacional de la Industria Editorial. Entre las dos ferias de remate organizadas este año por la Secretaría, sin embargo, se vendieron más de medio millón de ejemplares. El impulso lector parece estar ahí.
“Para mí es muy claro que hay lectores. No me gusta pensar en un país que esté en deuda siempre, deficitario con la cultura escrita”, razona Socorro Venegas, directora general de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM. Las encuestas más recientes del Inegi muestran un descenso gradual, aunque no muy acusado, de lectores de libros en los últimos años (en torno a un 5%, hasta situarse en el 40,8%), pero su experiencia y la de Taibo apuntan en otra dirección. “El nivel que a mí me preocupa”, reflexiona él, “no es el de la lectura académica sino el de la que se hace por placer, y yo creo que se ha avanzado bastante en los últimos años, aunque todavía no se muestre en las estadísticas”.
Como muestra de ello señalan la proliferación de salas y clubs de lectura (hasta 15.000 manejados por el Fondo), la mejora de las redes de distribución o la demanda en colecciones que se ven obligados a reimprimir porque se agotan al poco de salir, como la de Vindictas, editada por la UNAM. “Hemos recibido peticiones para crear bibliotecas comunitarias con 10 ladrillos, cuatro tablones y 100 libros para arrancar”, resume Taibo.
En un país con precios muy por encima del nivel adquisitivo de la población, precisamente las bibliotecas se convierten en una de las principales formas de acercamiento a la lectura. La red pública mexicana cuenta con casi 7.500 instalaciones que acogen a 20 millones de usuarios al año, aproximadamente. Para Rodrigo Borja Torres, responsable de este área en la Secretaría de Cultura federal, el principal reto es mantener los acervos actualizados para que sean interesantes para la gente. También retener a un público que se va perdiendo a medida que va creciendo. “La gente tiene que empezar a trabajar desde muy joven y a veces para lo que menos tiempo hay es para leer”, comenta. El dinero no es el único recurso que escasea. Casi la mitad de las personas que no leyeron en 2022 dijeron no hacerlo por falta de tiempo, según el Inegi. Pero la semilla del que algún día fue lector no se pierde del todo. “Un adulto que de niño fue a la biblioteca, aunque haya dejado de leer por el motivo que sea, suele llevar a sus hijos otra vez. No pierde el interés”, observa Torres.
El problema es que no es lo mismo tener disponibilidad que tener acceso, apunta Socorro Venegas. Hay una gran cantidad de material disponible en bibliotecas, librerías o ferias, pero el reto es conseguir que la gente “traspase el umbral para llegar ahí y disfrutar de lo que hay”. La falta de tiempo, considera, a veces significa en realidad “falta de disposición emocional o psicológica”, porque las preocupaciones hacen que sea difícil entregarse a la lectura. Por eso cree que es fundamental reforzar el papel y la formación de los mediadores: maestros, libreros o bibliotecarios que ayudan a las personas a acercarse a aquellos libros con los que pueden conectar más fácilmente.
En el caso de los mayores, además, se produce un fenómeno interesante. “En la medida en que hay un proceso de politización, los adultos vuelven a la lectura”, observa Taibo: “Crece la curiosidad, la necesidad de saber y reflexionar, y el libro es un instrumento clave. Yo creo que por ahí vamos ahora, y no vamos mal”. Para él lo más importante es recomponer una relación entre placer y lectura que todavía está “rota” en la sociedad, pero que está “creciendo de formas interesantes”, sobre todo en el ámbito informal.
15 años de reformas en la Ley de Fomento a la Lectura
Entre las grandes carencias de México está la ausencia de una estrategia nacional. “Hay que aunar lo que se hace o se puede hacer en el sector educativo y en el sector cultural, porque durante mucho tiempo hemos visto discrepancias”, apunta la responsable de la UNAM. El director del Fondo concuerda, aunque explica las razones de que no haya una campaña estatal: “No queríamos proponerla antes de haber creado una base territorial, con clubs de lectura, ayuntamientos y editoriales. Las campañas de fomento que ha habido hasta ahora eran absurdas, se basaban en: ‘Eres un burro si no lees’, y caían en el vacío”. “Yo creo en el libro de abajo hacia arriba”, sintetiza.
Lo que sí ha habido es una Ley de Fomento para la Lectura y el Libro que, desde que se promulgó en 2008, ha sufrido diversas reformas. La última, del mes pasado, todavía está pendiente de publicación y entrada en vigor. Una de las medidas más importantes que contempla tiene que ver con la unificación de precios, que busca proteger al eslabón más débil de la cadena, las librerías. Al principio se consideraba una “ley sin dientes” porque no incluía mecanismos de penalización en caso de incumplimiento, recuerda Venegas, pero ahora se muestra optimista con el horizonte que se abre con su reforma: se duplica el periodo de aplicación del precio único, de 18 a 36 meses, y se encarga a la Profeco el seguimiento y la aplicación de sanciones.
Para Taibo, en cambio, se trata de cambios insuficientes, pues “no permiten que haya más oferta y más rápido”: “Necesitamos procesar lentamente una ley más acorde con la realidad, que permita el descenso de los precios, no la uniformidad”. Es ahí, en la defensa de una bajada generalizada de costes, donde se encuentran los tres responsables, que ven en la política de descuentos del Fondo de Cultura y en la extensión de la red de bibliotecas un impulso clave para garantizar el acceso a los libros.
La FIL de Guadalajara: gran encuentro para la difusión (no tanto para la compra)
Guadalajara acoge estos días la feria del libro más importante en español, pero su impacto es desigual dentro de la comunidad lectora. Comprar sigue siendo caro, apenas hay ofertas o son insuficientes, por lo que la adquisición de nuevos títulos sigue enfrentándose a uno de sus mayores hándicaps. Pero tiene otras contribuciones, según los tres directores. Por ejemplo, señala Torres, “ayuda mucho a la difusión, a que se conozcan las novedades”. También genera encuentros entre autores y entre escritores y seguidores que difícilmente se producirían en otro contexto. Socorro Venegas recuerda la visita de Irene Vallejo en la del año pasado: “Tiene vocación de trabajar con los mediadores, y tuvo un encuentro muy chiquito con libreros y promotores de lectura de todo el país”. Esos acercamientos tienen un gran valor porque parte del trabajo de la feria es justamente promover la formación de quienes trabajan en el mundo del libro, según la experta.
A partir de ahí queda lo más difícil, crear nuevas comunidades de lectores —”algo que ha hecho muy bien Jalisco”, reconoce Taibo—, y expandirlas por todo el territorio como en un proceso de polinización que no termina nunca y que va multiplicando sus efectos. Si es verdad, como dice Venegas, que cada libro tiene un lector, la tarea es que cada ciudadano encuentre el suyo.