EL PAÍS
CAMILA OSORIO
Bogotá – 21 OCT 2022. Pasaron décadas pero Cien Años de Soledad es una novela que sigue viva. El libro, la obra maestra de Gabriel García Márquez, fue publicada hace un poco más de medio siglo y este viernes se cumplen 40 años desde esa mañana en la que sonó el teléfono del autor en Ciudad de México para anunciarle que había ganado el premio Nobel. Esa llamada de la Academia Sueca de la Letras que catapultó al escritor del pequeño pueblo colombiano de Aracataca hasta el olimpo de los clásicos que encuentran la inmortalidad. García Márquez, Gabo, falleció en 2014. Su obra, en cambio, solo encuentra nuevas vidas.
“Cien años de Soledad es un libro que Gabo elaboró con todo el cuerpo, con todos sus sentidos, creó ese mundo de Macondo que tiene todas las dimensiones posibles, y por eso es un libro total”, dice Jaime Abello, director de la Fundación Gabo en Colombia que esta semana celebra en Bogotá la décima edición del Festival Gabo con 80 invitados internacionales y 100 nacionales en más de 100 charlas y talleres. Varios eventos serán para celebrar el enorme legado de Gabo como novelista y periodista, como autor que sigue encontrando nuevos lectores y nuevas lecturas.
“Aunque es un libro que ya es mundialmente popular, en Colombia tiene un significado político, porque transformó la percepción que teníamos de nosotros mismos”, añade Abello. “Antes nos empeñamos en vernos como un país exclusivamente andino, e incluso medio griego cuando nos llamábamos ‘la Atenas sudamericana’. Esa ideología quedó despedazada con Cien Años de Soledad, una novela que nos hablaba desde el pueblo, que hablaba de la violencia, de la decadencia, pero también de la alegría de vivir”.
La travesía de la familia Buendía en el Macondo de Cien Años de Soledad puede ser leída de muchas formas, pero una es la política, como explica Abello, porque la violencia de las armas y la desigualdad atraviesan sus páginas. Cuando Gabo fue a recibir el premio dijo que quizás fue la violencia de América Latina, esa “realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria”, la que llamó la atención de los jurados. “Hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad”, dijo.
El presidente Gustavo Petro, es uno de esos lectores que adoptó Cien Años de Soledad casi como una biblia o una parábola política. El día de su posesión rodeó las plazas de la ciudad con dibujos de las mariposas amarillas, símbolos de la novela, y no pierde una oportunidad para citar al Nobel en sus discursos. En su primer día de gobierno citó la última frase del libro que habla de “las estirpes condenadas a cien años de soledad” que “no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”, para decir que su presidencia podría ser esa segunda oportunidad. En su discurso ante la ONU habló de las mariposas amarillas y de la “enfermedad de la soledad”. Cuando fue alcalde de Bogotá inauguró un enorme mural con la palabra Macondo debajo del rostro de Gabo, en el centro de la ciudad, un año después de su muerte.
En su biografía, Una Vida, Muchas Vidas, Petro habla de los paralelos que percibe entre su vida y la del Nobel: los dos fueron hombres del caribe colombiano que vivieron en el frío pueblo andino de Zipaquirá. En honor a la obra, como miembro de la guerrilla M-19 escogió como nombre de guerra el de un protagonista del libro: Aureliano, el que “escapó a catorce atentados, a setenta y tres emboscadas y a un pelotón de fusilamiento”. “No había que leer el libro sino vivirlo”, escribe Petro en su biografía.
Petro no es el único presidente que usa Cien Años de Soledad como marco conceptual político—al recibir el Nobel de Paz en 2016, el expresidente Juan Manuel Santos también habló de la segunda oportunidad sobre la tierra y de ese Macondo donde “ya nadie podía saber a ciencia cierta dónde estaban los límites de la realidad”. “Gabo no son solo unos libros que están ahí, sino que está vivo en nuestro discurso público”, añade Abello. “Casi todos los presidentes han citado a Gabo, pero el que más lo cita es Petro, con frecuencia e intensidad, y sería bueno que eso lo encuadramos ahora en una política pública, para que aprovechemos el legado de Gabo en el sector educación o en la diplomacia cultural”.
Parte del poder infinito de Cien Años de Soledad es que no tiene una sola lectura. El libro no cambia sus letras pero se reinventa en cada lector, y con cada generación. Pilar Quintana, novelista colombiana y ganadora del premio Alfaguara en 2021, considera que la lectura más política “habla más de la persona que lee, que del libro. Son lecturas alejadas de lo literario, y bacano que el libro encuentre ese círculo de lectores, pero eso no depende del autor, esa es una prerrogativa del lector. Claro que la literatura puede ser un reflejo de las sociedades, nos permite pensarnos, pero cuando yo leo un libro también vivo en otro universo, en otro mundo, no en el mío, y eso es súper poderoso. Lo que García Márquez logró fue crear un universo magnífico”.
Mientras pasan los años —los 40 del Nobel, los 55 del libro—Quintana dice que lo que asombra de Cien Años de Soledad es que un colombiano, de un pequeño pueblo de provincia haya logrado escribir una obra cumbre de la literatura universal. “A medida que pasan los años, y uno va madurando y ve lo que uno como escritor puede hacer, y luego ve lo que este señor hizo a los 40 años, escribir esa obra monumental de la literatura en español que está allá arriba con El Quijote, pues me parece aún impresionante haber estado viva cuando ocurrió ese milagro. Fue como si Colombia hubiera ganado el mundial”, dice Quintana.
Cada año hay un Nobel, pero solo cada tanto aparece uno que entra a esa cumbre de la literatura universal, y eso implica que el libro no deja de encontrar lecturas distintas. Hay consecuencias extrañas en esas lecturas, cuenta Quintana. La autora de La Perra y Los Abismos ha encontrado reseñas en Europa que dicen que sus novelas son realismo mágico, como el clásico de Gabo, como si una autora colombiana no pudiera salir del género que le encantó a los lectores internacionales. “Lo que yo hago no podría estar más alejada del realismo mágico, soy lo más realista que hay”, dice. El legado de Gabo puede llevar a lecturas equivocadas también de lo que es la literatura colombiana, aunque eso, claro, no es culpa ni del Nobel ni de la novela.
“García Márquez habló en su discurso del premio Nobel de las crónicas de Indias, que inventaron o descubrieron un nuevo continente para los europeos”, dice el novelista colombiano Juan Gabriel Vásquez. “En cierto sentido, es lo mismo que hizo Cien años de soledad: inventó América Latina para varias generaciones europeas y aun norteamericanas. Luego entran las consecuencias que no tienen nada que ver con la novela, sino que pertenecen a la manipulación que de ella hagan los lectores. Y así puede decirse que Cien años abrió una puerta hacia la comprensión de una cultura mal entendida o desconocida, y al mismo tiempo que creó una versión de Latinoamérica que luego les ha servido a otros para justificar simplificaciones, atajos o abaratamientos de nuestra compleja realidad. Como digo, esto no es culpa de esa novela extraordinaria”.
Álvaro Santana Acuña es profesor de sociología en Whitman College, Estados Unidos, y autor del libro Ascenso a la Gloria (en proceso de publicarse en español) sobre cómo Cien Años de Soledad pasó de ser un libro del boom latinoamericano a una obra clásica de la literatura universal. “En los últimos años la lectura del realismo mágico ha ido cediendo a interpretaciones más realistas del libro”, dice sobre el enfoque más político que toman figuras políticas como Petro.
Santana cuenta que, cuando fue publicada en los años sesenta, la novela se leía más como una obra que tenía mucho humor. “Y es cierto que Cien Años está lleno de chistes, de sarcasmo, y esa forma de leerla se ha perdido, ahora se habla más de la muerte y la violencia en la novela”, dice. “En los años setenta y ochenta predominó la lectura como una obra de realismo mágico, y en los años noventa como una obra poscolonial. Ahora diría que es una obra clásica a la que se le destaca el lado realista, pero también se lee, por ejemplo, el rol de las mujeres dándole interpretaciones feministas; o se mira la degradación del medio ambiente en la novela como una parábola del mundo moderno que termina en el apocalipsis final. Por eso no es una obra muerta, es una obra que nos sigue diciendo cosas”.
Vendrán más lecturas de Cien Años de Soledad. La plataforma Netflix, por ejemplo, trabaja en una adaptación a la novela, en forma de serie y producida por los hijos de Gabo, Rodrigo y Gonzalo. “¿Cómo puede la adaptación de Netflix cambiar la adaptación que los lectores hagan de la novela?”, pregunta Santana. Pinocho, por ejemplo, se lee ahora más con la mirada de Disney que como lo describió en su libro Carlo Collodi; Peter Pan es más alegre en su versión de Hollywood que lo que escribió James Matthew Barrie. “Quizás, en la adaptación de Netflix, veamos un uso de los efectos especiales interesantes, que puede darle a la obra de nuevo esa lectura más fuerte ligada al realismo mágico”, opina Santana.
Cien Años de Soledad tiene la virtud de que ha sido una obra que tiene un público diverso, popular y de élite, latinoamericnao y universal, para los que quieren ver en la televisión o escuchar en un discurso político. La novela puede tener humor, cambio climático, guerra o esperanza. Un clásico que, décadas después, nunca se ha quedado sola y sigue teniendo muchas oportunidades sobre la tierra.