La segunda vida de Chalino Sánchez, ‘el rey del corrido’

EL PAÍS

RODRIGO SORIANO

México. Fueron dos balazos. Pum, pum. El cuerpo de Chalino Sánchez, de 31 años, apareció tirado junto a una carretera, en Culiacán, Sinaloa, con los dos agujeros en la cabeza. Era 16 de mayo de 1992. Solo un día antes, durante un concierto le llegó una carta del público. Chalino lee atentamente el papel. Su rostro se pone amarillo, se quita el sudor con una mano y comienza a entonar Alma enamorada como si nada hubiera ocurrido. Aquel episodio en su último concierto ha quedado documentado en videos caseros de la época y la carta con amenazas se conoce desde entonces como la nota de muerte. Su contenido, como la mayoría de la vida del músico, continúa siendo una incógnita, una más entre el montón de supuestas hazañas y desgracias que acompañan a todo héroe popular. De origen humilde, migrante y con una voz no muy privilegiada, los corridos de Chalino triunfaron en Estados Unidos y en México, reavivando la mexicanidad al norte de la frontera; un fenómeno que ha vuelto a resurgir de la mano de los nuevos artistas del regional mexicano, que miran al antiguo ídolo como un referente y un maestro.

Las historias que han rodeado a la vida de Rosalino Sánchez Félix –su nombre real– han creado a un personaje mítico, una leyenda que se pasea entre una fina línea que separa realidad y ficción: violencia, problemas con la ley y un desenlace fatal sin aclarar 31 años después. El músico ha sido uno de los mayores exponentes del corrido y el narcocorrido. Sus historias, contadas, deformadas y algunas no confirmadas, han dado lugar a un personaje que podría protagonizar sus canciones. Uno de los conductores del podcast Ídolo: The Ballad Of Chalino Sánchez, Alejandro Mendoza, cuenta a este diario la problemática que supuso ahondar en una historia llena de espacios en blanco. “[La falta de veracidades] fue el primer obstáculo cuando empezamos a hacer la investigación. Cuentas una historia en la que muchos elementos son rumores, no hay manera de comprobarlo. Dijimos: ‘partamos de ahí, de cuales son los rumores y cuales los hechos comprobables”, afirma.

El más gallo del corral

Nació en el pequeño municipio granjero de El Guayabo en 1960, cerca del centro de Culiacán, rodeado por la violencia que emergía en Sinaloa. Era el menor de una humilde y numerosa familia de ocho hermanos. “Creció en un lugar con pocas oportunidades y rodeado de violencia. Esa misma violencia fue la que le hizo ser violento”, puntualiza Mendoza. Su padre falleció cuando él tenía seis años, y su hermano mayor, Lucas Sánchez, se hizo cargo de los hermanos. Lucas lo describía en entrevista en Youtube con Margarito Music como una persona “violenta”. Esta percepción respalda una de las teorías más extendidas de su juventud. Después de que un hombre violara a su hermana, Chalino trató de impartir justicia por su propia mano y lo mató a tiros. Este hecho suele relacionarse con su marcha a Estados Unidos, huyendo de la violencia y buscando oportunidades.

El cantante sinaloense Chalino Sánchez.

En 1984 –tras uno de los vacíos en su historia–, Chalino acumuló una temporada de desgracias. Uno de sus hermanos fue encontrado baleado y sin vida en el cuarto de un hotel de Tijuana. El cantante lo narró en uno de sus corridos, al que le puso el nombre de su hermano, Armando Sánchez: En la ciudad de Tijuana, señores, esto pasó. Murió un hombre de valor, un cobarde lo mató. Sin darle tiempo de nada, siete balazos le dio…

Prisión, mundo criminal y papel y lápiz

El mismo año en el que Armando perdió la vida, Chalino entró a la cárcel. El profesor e investigador de Literatura y Estudios Culturales de la Universidad Estatal de San Diego Juan Carlos Ramírez-Pimienta asegura que la incógnita también ha rodeado a ese evento: “Hay muchas cosas que damos por hecho, pero que nosotros no podemos comprobar. He tratado de comprobar su estadía en la penitenciaría de Tijuana, pero es muy difícil. No he encontrado el nombre de Rosalino Sánchez entre ellos. Es muy común que la gente entre con un nombre falso”.

Chalino tomó contacto con el mundo criminal en prisión, escribiendo corridos por encargo. Contaba las historias de aquellos criminales, exaltándolos en ocasiones. Ramírez-Pimienta cuenta que el fenómeno del encargo es muy común en el género. “Son corridos comisionados o corridos pagados. Hay cantantes que dicen que todos sus corridos son pagados. Cantantes de muy alto perfil que lo dicen abiertamente […] No solo se necesita que te encarguen un corrido, también se necesita pedir permiso [a los cárteles] para sacar algunos”, argumenta.

Cruzó la frontera indocumentado rumbo a Los Ángeles, en California. Comenzó a realizar trabajos informales, desde trabajar en los campos de Coachella, a la compraventa de carros. A finales de los 80 le presentaron al productor Ángel Parra, que lo llevó a grabar su primer casete en los Estudios San Ángel, El corrido del sapo, junto a Los Cuatro de la Frontera, una agrupación norteña. Fue uno de los primeros músicos en grabar las duras historias que se vivían en el México de entonces. No contaba con una una voz privilegiada, pero sus canciones tuvieron éxito. “Ofreció una democratización de la posibilidad de cantar. Uno decía ‘si él canta, hasta, yo puedo cantar’. Era un gran intérprete”, cuenta Ramírez-Pimienta. Mendoza comparte esta tesis, y la extiende: “Cantaba con el corazón, desde la pasión. Eso también es muy mexicano. Creo que Chalino es el cronista del submundo de ese entonces, en el que había traficantes de drogas entre la frontera y otro tipo de crímenes. También cantaba al amor”.

Coachella: un antes y un después

Las leyendas que hablaban de Chalino como un tipo bravo y violento se confirmaron en 1992 durante su actuación el bar Plaza Los Arcos, en la ciudad de Coachella, en California. El acordeonista de Los amables del Norte (la agrupación con la que actuaba), Nacho Hernández, lo narraba en el podcast. Un hombre del público, Edward Gallegos, se enfureció con el cantante por no interpretar El gallo de Sinaloa. Sacó una pistola y disparó. Chalino, que subía a los escenarios armado, también sacó su pistola. Comenzó la balacera. Murió una persona del público y varias resultaron heridas. Chalino fue hospitalizado por el impacto de las balas; y Gallegos, encarcelado. La historia ayudó a proyectar su imagen, y las ventas de casetes y la presencia de público en sus siguientes conciertos aumentaron. En entrevista con Margarito Music, el productor Ángel Parra dio cuenta de esa popularidad: “En la primera grabación se hicieron 300 [copias], y en la última fueron 31.000″.

Unos meses después de adquirir renombre en Estados Unidos, Chalino regresó a Culiacán para dar unos conciertos. Las historias recogidas por expertos como Ramírez-Pimienta hablan de que la gente le recomendó no viajar a Sinaloa. El director de la Revista Espejo, Alejandro Sicairos, coincidió en la violenta época que vivía el Estado y en la que el cantante andaba orgulloso de representar al hombre que salió de la pobreza. “Le gustaba mucho pasear por las calles [de Culiacán], mostrando cómo venció la situación original de atraso, de pobreza y miseria. Se paseaba rodeado de gente y de buenos vehículos. Las veces que me tocó verlo era como un ciudadano normal, pero destacado”, recuerda.

En el Culiacán de los 80 existía un predominio “notable y visible” del crimen organizado, comenta Siqueiros. Se desarrollaba la segunda generación del Cartel de Sinaloa, de la mano de Amado Carrillo, Miguel Ángel Félix Gallardo y un incipiente Joaquín El Chapo Guzmán. El periodista cuenta que los grupos armados tenían influencia tanto en el Gobierno como en los jefes policíacos. Chalino dio su último concierto en su ciudad, en el Salón Bugambilias. Leyó la nota de muerte y, al día siguiente, un carro y una camioneta con personas vestidas de federales –no se ha confirmado si fueron agentes–, dispararon contra el cantante. Aún no se conoce el motivo. Solo que fueron dos balazos.

Éxito y legado

El marketing de Chalino se forjó entre el boca a boca y la venta de casetes en lugares como mercados callejeros o tianguis. En los 80, Los Ángeles vivía la época de eclosión del gansgta rap, una variante del rap en el que se aborda la violencia de la vida en los barrios más duros y marginados. Los mexicoestadounidenses y los afroamericanos coincidían en los suburbios de la gran ciudad, intercambiando sus culturas y sus estilos. Las letras de Chalino coincidían con las del movimiento: violencia, drogas y cárteles, lo que ayudó a la aceptación del público. “Lo que hace Chalino Sánchez es remexicanizar a una generación que no estaba conectada con sus raíces mexicanas”, comenta el investigador.

Chalino ha llegado a la actualidad. “Ahorita aparecen playeras con la cara de Chalino. Cuando pones a un personaje o a una persona en una playera se vuelve parte de la cultura pop. Sobrepasa lo que hizo en vida y está ahí como símbolo”, reflexiona Mendoza. La dispersión de los nuevos artistas del regional mexicano en Estados Unidos da cuenta del nuevo resurgimiento de la mexicanidad. Al cierre de esta nota, 13 canciones del género regional mexicano se mantienen en la lista Billboard Hot 100 –el catálogo de 100 sencillos más exitosos en Estados Unidos–. Entre ellos, los corridos bélicos y tumbados. Aunque algunas letras cuentan con tintes que recuerdan a las letras de Chalino, Ramírez-Pimienta considera que la máxima influencia de estos nuevos artistas pasa por Ariel Camacho.

Mural en honor a Chalino Sánchez en la ciudad de Paramount, en California (EE UU).

Las historias que han rodeado al cantante han hecho de él un personaje legendario, traduciéndose en referencias a su figura en decenas de canciones y traspasando la frontera. Ejemplo de ello es Cambia! –el tema de C. Tangana junto a Carín León– donde cantan a ese entorno que lleva a la figura del hombre bravo a ser el más gallo del corral, como ocurrió con el cantante sinaloense. En Ídolo, Alejandro Mendoza lanza una reflexión que resume el momento trágico de la muerte del músico. “Quien quiso muerto a Chalino, la cagó, porque lo volvió eterno”.