Rosario Castellanos, precursora del feminismo en México

EL PAÍS

CARLOS S. MALDONADO

México – 23 MAR 2023. Rosario Castellanos tenía 23 años cuando comenzó a trabajar en su tesis. Aspiraba a optar al grado de maestra en Filosofía y para lograrlo había preparado un texto titulado Sobre cultura femenina. En él, la escritora ahondaba en el aporte de las mujeres al ámbito cultural, pero también criticaba al “coro de hombres cuerdos que sentencian la imposibilidad absoluta de que las mujeres cultas o creadoras sean algo más que una alucinación, un espejismo, una morbosa pesadilla”. Palabras que recuerdan a Sor Juana Inés y su reclamo a los hombres y que en su momento demostraban el compromiso de la joven Castellanos con los derechos de las mujeres. Aunque más tarde renegó de su tesis, en el texto dejó sentado que “el mundo que para mí está cerrado tiene un nombre: se llama cultura. Sus habitantes son todos ellos del sexo masculino”. Es la voz de una mujer que reclama un espacio para ellas y sus semejantes y que sigue resonando con fuerza en un mundo donde todavía hay fuertes desigualdades entre creadores de ambos sexos. Se trata, no obstante, de un pensamiento precursor en el México de los años 50 y que es rescatado en una nueva obra que analiza la vida y la literatura de Castellanos, Materia que arde (Lumen), de la escritora Sara Uribe con ilustraciones de Verónica Gerber.

“Mas que adelantada a su tiempo, Rosario Castellanos es una precursora del pensamiento feminista, de los derechos de la mujer y los derechos de los indígenas”, afirma Uribe en entrevista por videollamada. Aunque Uribe reconoce que la situación de las mujeres ha cambiado cuando se compara con la época de juventud de Rosario Castellanos, admite que los temas de feminismo que la autora trata en su obra, correspondencia y ensayos siguen también vigentes, porque desarrolló un pensamiento al rededor de los problemas que enfrentaban las mujeres con el patriarcado. “Una siente que habla del presente, de situaciones que están pasando ahora mismo. Pareciera que esa Rosario nos habla de problemáticas con las que aún luchamos las mujeres. Y esa es la obra que me parece que sí falta ser más leída y difundida”, explica Uribe.

Esta escritora originaria de Querétaro comenzó su relación literaria con Castellanos cuando tenía 13 años. Le encantaba ir a la biblioteca de su pueblo a leer y fue ahí donde se encontró con una antología de Castellanos editada por el Fondo de Cultura Económica. Era una colección de poemas, que la calaron profundamente “por su lenguaje coloquial, el tratamiento de temas que tenían que ver la vida de las mujeres y en ese momento sentí esa conexión intensa con Rosario, porque hablaba de problemáticas cotidianas”, comenta Uribe.

Así comenzó un diálogo íntimo entre ambas escritoras, que ha continuado con la publicación de Materia que arde. Se trata de un libro precioso que reúne el pensamiento de Castellanos, los fantasmas que la atormentaban, sus ideas sobre la poesía y la narrativa, sus amores, el papel de la mujer, el sufrimiento de los indígenas de Chiapas, su Estado natal, y sus pasiones literarias. “Me gustaría tomarme un café contigo en la cafetería de Mascarones. Charlar acerca de las materias que estás cursando, sobre los libros que estás leyendo, criticar un poco a los profesores y volarnos una que otra clase para seguir con el chisme”, escribe Uribe en uno de los capítulos del libro, en el que cuenta sobre el ingreso de Castellanos a la universidad. Es un anhelo que traslada al lector, que en la medida que avanza con la lectura también quisiera estar frente a Castellanos, tal vez con copa de vino de por medio, y preguntarle qué opina de tantos horrores sufridos hoy en día, de tantos cambios, de avances y retrocesos.

O consolar a la niña Castellanos, que desde muy joven tuvo que enfrentarse a la soledad. Nacida en una adinerada familia de terratenientes, Rosario Castellanos vivió su primera infancia con los lujos y privilegios de su clase. Era cuidada por su nana Rufina, “una tojolabal”, que se encargaba de trenzarle los cabellos, leerle cuentos y contarle leyendas de Chiapas. “Muchos años más tarde, la escritora convirtió esos relatos en literatura”, explica Uribe. A la par de Rufina, Rosario Castellanos crecía con una “cargadora”, es decir, niñas indígenas que para las hijas de los terratenientes eran una especie de juguetes, seres puestos para su entretenimiento, “un mero objeto en el que el otro descargaba sus humores: la energía inagotable de la infancia, el aburrimiento, la cólera, el celo amargo de la posesión”, como lo describió más tarde Castellanos.

La tranquilidad de su infancia se vio truncada por la muerte repentina de su hermano menor, Mario Benjamín, un verdadero tesoro para los padres de Rosario, que comenzó a comprender desde niña los privilegios que tienen quienes nacen varones. De hecho, la niña supo desde muy temprano que su vida valía menos que la de su hermano. Uribe retoma una escena casi mágica, ocurrida durante un desayuno familiar. “Rosario tenía ocho años y Benjamín siete cuando una amiga de su madre irrumpió en el comedor, despavorida, como una especie de medusa, con el pelo blanco, todo así parado, sin peinar, y profirió su vaticinio: uno de los hijos de Adriana Figueroa [su madre] iba a morir. La respuesta de su madre fue: ¡pero no el varón! ¿Verdad?” Aquella escena terrible se convertiría más tarde en un duelo que golpeó a Rosario, porque tras la muerte de su hermano sus padres se hundieron en un luto terrible, dejando a la niña en una orfandad si no física, sí muy emocional.

“Esas experiencias de la niñez, la muerte de su hermano y más tarde de sus padres, esa soledad que expresa en sus cartas, la marcó profundamente”, dice Uribe. Es por eso que en la literatura de Castellanos están presentes sus fantasmas, la duda de su propia existencia, sus temores. Pero también su cambio de visión ante las costumbres de su entorno en la medida que crecía sola, que leía, que cuestionaba. “Hay una mirada lúdica, juguetona, que tiene que ver con la mirada de la infancia que le permite poetizar sus experiencias, esas secuencias narrativas donde describe las costumbres de esa época la llevó a un proceso de cuestionamiento de si esas dinámicas de poder que ella observaba eran justas”, dice Uribe.

Esa visión del mundo de Castellanos queda plasmada en Materia que arde no solo con el análisis que hace Sara Uribe y que mezcla con las narraciones de la escritora chiapaneca, sino con las ilustraciones de Verónica Gerber, quien más que representar la obra de Castellanos ha acudido a los objetos, símbolos presentes siempre en su escritura. “No quería ilustrar literalmente su vida y lo platicamos con Sara y ahí comenzó esa búsqueda de como hacer ilustraciones que no fueran literales, desde un par de objetos cotidianos que aparecen en su obra y las cosas que la marcaron, como las lámparas, las llaves, las piedras, los tejidos de Chiapas”, explica Gerber.

Los dibujos de lámparas están presentes a lo largo del libro y, cómo no, si fue uno de estos objetos el que marcó el final de Castellanos: la escritora falleció en Tel Aviv, donde era embajadora de México, el 7 de agosto de 1974 como consecuencia de una descarga eléctrica provocada por una lámpara, que encendió al contestar un teléfono y tras salir de ducharse. “Llenar de lámparas el libro conectada con varios momentos de su vida, con esa posibilidad fantasmagórica que tienen las lámparas. Lo más juguetón en tanto a su infancia es este choque que intenté poner en los dibujos, al sustituir pedazos de las lámparas con bordados de las mujeres de Chiapas. Hay algo de juego infantil con el lenguaje”, dice Gerber.

Tanto Uribe como Gerber esperan que Materia que arde genere más interés por la obra de Castellanos, principalmente su correspondencia y ensayos, que son menos conocidos que sus novelas, algunas veneradas como Oficio de tinieblas o Balún Canán. “No es la más desconocida de las escritoras, pero se podría leer más. Tampoco tiene el lugar que tienen otros escritores, aunque lo que escribió Rosario en su tiempo nos habla de una manera más potente”, dice Verónica Gerber. “Su obra provoca empezar a dialogar con ella, porque es tan vasta su mirada que produce una necesidad de interactuar con Rosario Castellanos. Su obra es vigente en este siglo y produce esta necesidad de preguntarle qué pensaría ella de movimientos como el MeToo, de las consignas que se gritan en las marchas”, dice Uribe. “Yo lo que quiero provocar es que los lectores se animen a preguntarle, a contarle y a conversar con ella”, agrega. Y concluye: “Hay mujeres cuyo trabajo es conocido, pero lo importante es mantener viva esa conversación”. Aunque una lámpara truncó esa posibilidad en 1974, para estas autoras la obra de Rosario Castellanos sigue viva y bien vale la pena servirse una copa de vino y sumergirse en la literatura de una de las mujeres que fue precursora del feminismo en México.