Cipriano Miraflores
La política es la mejor arte para plasmar en la realidad mexicana nuestro modelo de organización y de convivencia pensando siempre en la salvación del mundo, de la humanidad, en fin, de la vida misma.
No es un proyecto egoísta pensando en nosotros mismos, en nuestra propia salvación. Nuestro pueblo está consciente que esta obra de arte de la política es para ser componentes del Estado y no su objeto.
Entendemos también que la acción es la sustancia misma de la política que pretendemos emprender. Pretendemos sanar nuestra relación con el Estado mexicano, pretendemos ser la parte activa del Estado y no su parte dependiente.
Se pretende hacer comprender que el pueblo indígena es fuerza política que ha decidido ser activo protagonista del campo político. El reconocimiento de esta fuerza es la demanda fundamental, es una demanda de reconocimiento de poder. Se quiere cambiar la relación asimétrica de poder, lo que gana el Estado lo pierde nuestro pueblo, no quiere el pueblo que el Estado pierda, pues al estar constituido en este, ganamos todos.
Se quiere un Estado de leyes y normas y de respeto a las diferencias, de un Estado en que se acabe la violencia en el trato. Han sido siglos de mal trato, se quiere que todo se vaya al olvido y se inicie una nueva Era.
Nuestros pueblos miran de frente a la realidad tal cual es, no nos guían falsos idealismos, las libertades capitalistas nos han subsumido a la extinción, a la deformación de nuestro ser, a la explotación.
El socialismo realmente existente pasó de largo, sin voltear siquiera hacia nosotros, nos subsumió en el campesinado, desconociendo nuestra identidad específica; estas ideologías han impedido nuestro actuar sobre la situación presente o nos han dejado inermes ante los caprichos de la fortuna. El discurso de nuestro pueblo indígena busca la eficacia a partir de su realismo.
La historia y la experiencia es la base. Se busca sustituir esta terrible realidad imaginando nuevos tiempos mejores. La lucha de nuestros pueblos tiene como fundamento entender la realidad tal como es y no como se piensa que debe ser.
La élite gobernante, en cambio, parte de una consideración romántica en relación al pueblo indígena, somos el hijo predilecto del gobernante para hacer saber a los demás que asiste a misa los domingos, no precisamente para expiar sus culpas, sino porque realmente cree que está haciendo un bien al pueblo indígena con sus políticas de asistencia.
Ajustarse a los dictados de la necesidad y no de utopías es la ruta del proyecto de nuestros pueblos. Nuestra primera necesidad es la conservación de la identidad, hacerla florecer, la acompañan la recuperación del territorio, el cuidado de los recursos naturales, el amor por la tierra y sus productos, destacando el maíz, el primer Dios de nuestros antepasados.
Se tiene presente lo que se hace y no lo que se debe de hacer. El tiempo de prédica se ha terminado, es tiempo de prudencia y de sabiduría, es tiempo de la construcción del México incluyente, el pueblo indígena debe dejar de ser morador de la noche, hijo de la neblina que impide ver su rostro.
El pueblo ha aprendido a conocer a la naturaleza humana, sobre todo, los que llegaron América en los inicios de la invasión, se comprende que el cambio profundo que se propone no le anima el corazón que entorpece su voluntad, pero con la idea que es su propia vida la que está en peligro, puede que abrace un poco de razón.
La seguridad de la humanidad está en peligro si no se detienen las políticas de agresión constante a la naturaleza y a la vida en la tierra. El nuevo sujeto de la historia es el pueblo indígena, pretende salvar la vida en la tierra, el proletariado pretendía salvar al hombre, esta es la diferencia entre sujetos históricos.