Oaxaca a pie

NEXOS

Alma Maldonado-Maldonado

Cuando los piquetes de insectos se apagaron, la comezón provocada por esta experiencia se sentía más intensa que nunca. Me metí a una aventura sin saber a qué iba. Una amiga me invitó a andar el Camino Copalita. Leí lo indispensable: la ruta duraba seis días; tenía que llevar ropa para frío y para calor, botas buenas, chanclas para cruzar ríos, una lámpara, una bolsa para dormir. No habría tiendas para comprar nada. Aparte de eso, no investigué más; quería que todo fuera sorpresa.

Confié en mi condición, pedí prestado lo que pude y me compré las mejores cosas que encontré. Evité ver fotografías. Esperaba una caminata con paisajes deslumbrantes, pero mi asombro fue mayor. El panorama era tan sólo una de las recompensas, en este sendero también se teje un proyecto de veinte años que ofrece una alternativa de vida sustentable —tanto en asuntos ambientales como económicos— para ese otro México: el rural, el olvidado, el que escupe migrantes a Estados Unidos.

Camino Copalita nació hace siete años, aunque construirlo ha tomado más de veinte. Se caminan casi setenta kilómetros por siete comunidades de los distritos de Miahuatlán y Pochutla. Se empieza en el punto más alto de la sierra Sur y se llega a la costa de Oaxaca, en la desembocadura del río Copalita, cerca de Huatulco. La mayoría del trayecto es a pie. Se pasa de un ecosistema a otro: bosques de encino, de encino-pino, de pino y de oyamel, bosques mesófilos de montaña, selvas subperennifolias y subcaducifolias, así como agrosistemas de cafetales y milpa. La salida es en camionetas desde la ciudad de Oaxaca y luego se toman otras de doble tracción que suben al grupo al primer campamento. Todos los días inician a las 6:00 o 6:30 a. m.: hacer maletas, desayunar y comenzar la caminata; hay pausas para comer, descansar y recargar las botellas de agua. Las noches transcurren en cinco comunidades que alimentan a quienes viajan y les ofrecen un itacate para el camino. Los días más largos las caminatas duran entre ocho y once horas, y el día más corto, el último, el traslado es en coche hasta donde el río Copalita tiene la corriente adecuada para abordar balsas y remar hasta el mar.

El primer día, el biólogo Marco Antonio González Ortiz, uno de los pioneros detrás del programa, nos dejó claro que no es un proyecto más de “ecoturismo”, sino que se trata de una apuesta de desarrollo sustentable para reflexionar sobre el futuro del planeta. El propósito es que las comunidades reconstruyan una economía y un sistema político en torno a la ecología y la geografía en la que viven: la cuenca. La propuesta tiene sentido porque se forma a partir de una realidad concreta y no sólo a partir de ideas abstractas. El proyecto ha sido posible gracias a la colaboración de cinco comunidades agrarias que forman el Sistema Comunitario para la Biodiversidad (Sicobi), los anfitriones de la travesía.

El camino, valga la redundancia, no fue fácil. Hace veinte años se empezó a hablar con las comunidades, a escucharlas, a convencerlas y a pasar de las ideas a los hechos. Desde el inicio, el centro del proyecto fue la apropiación colectiva-productiva. Pero como la sustentabilidad también era central, se convenció a las comunidades de sacrificar cantidad por calidad: no más pesticidas ni fertilizantes.

Poco a poco, las comunidades a lo largo de la cuenca empezaron a creer en esta apuesta. Ése fue el mapa que llevaría a Marco Antonio González a unir fuerzas con Manuel Rosenberg —un matemático, asesor de proyectos sociales y ambientales— para aprovechar el trabajo comunitario y además hacer senderismo. Los pobladores escucharon la propuesta de una caminata para gente interesada y dispuesta a pagar por transitar en sus veredas. Su primera reacción fue de escepticismo. Se preguntaron si realmente habría locos dispuestos a dar dinero simplemente por ir a visitarlos.

Uno de los guías locales —a la caminata van tres guías generales y en cada etapa también se unen guías locales— nos contó que él tenía 10 años cuando les plantearon la propuesta en las comunidades. Mientras nos enseñaba su milpa, nos contó cómo “el biólogo” había llegado a su comunidad. Hoy, él es guía, vive del campo y se ha quedado en su poblado. Uno de los objetivos del proyecto es que los habitantes tengan opciones de vida ahí, si así lo deciden, y que no estén obligados a migrar. No es un reto fácil en el México rural. Según la Secretaría de Gobernación, la detención de mexicanos en Estados Unidos de enero a mayo del 2022 aumentó con respecto al año pasado, hubo 379 000 capturas, con un incremento de menores de edad. De los diez principales municipios expulsores de migrantes a Estados Unidos, en 2020, cinco son de Oaxaca.

Los viajeros no van a Camino Copalita a ser atendidos. El pago es para tener acceso a las comunidades y a sus territorios. Por ello hay una política estricta de no dar propinas. Ése es un simbolismo que rompe con la dinámica colonial de siglos: no se trata de un puñado de privilegiados pagando por los servicios de gente mucho más pobre. Se entiende que, en el trayecto, los caminantes tienen la oportunidad —la fortuna, incluso— de entrar a este otro mundo empeñado en buscar una forma distinta de desarrollo. El pago del viaje, desde luego, se distribuye entre las comunidades participantes para cubrir los costos de alimentación, hospedaje, guías y el mantenimiento de la infraestructura que hace posible este programa.

En mi grupo íbamos personas de tres países; al inicio pensé que el segundo idioma más hablado era el inglés —casi todos éramos bilingües— pero pronto me di cuenta de que fuera de nuestro grupo la mayoría no hablaba inglés, sino zapoteco. Un ejemplo de lo que es la interculturalidad.

El costo del viaje no es barato porque se paga un precio justo a las comunidades y ese dinero permite invertir en sus proyectos; quienes pueden pagar son personas con cierto poder adquisitivo, también es posible que sean personas que tienen una cierta incidencia social (como hacen los jesuitas al educar a las élites).

Yo iba con un grupo de amigos: la amiga que me invitó, su esposo holandés, dos mexicanos y dos gringos. Al llegar a la junta informativa, me di cuenta de que conocía a dos personas más. Sin embargo, las largas horas caminando formaron un sentido de camaradería que se extendió a todos los participantes. Pronto adoptamos a los que iban solos, todos nos hicimos responsables de los más pequeños del grupo y los más fuertes cuidaron a los caminantes menos ágiles.

En cada comunidad había que presentarse. La presentación servía para algo más que darnos a conocer con nuestros anfitriones. Así como en cada comunidad acordaban y formaban sus comisiones, nosotros también estábamos integrando un colectivo que buscaba relacionarse con quienes nos acogían. En cada pueblo nos recibían aproximadamente diez personas. Nuestro grupo, por su parte, era de veintidós. La composición era heterogénea: desde un hombre de 64 años hasta un niño de 10 años (no es casualidad que ambos con excelente condición física). La división era mitad hombres y mitad mujeres. Cada quien hizo que el grupo de viajeros fuera especial. Entendimos que estaríamos juntos por días, que nos esperaba un desafío importante y que más valía apoyarnos y cuidarnos entre todos. Por un tiempo seríamos una familia. Lo asumimos y actuamos en consecuencia.

Me considero fuerte, energética y con buena condición física, pero hubo momentos de desfallecimiento y agotamiento; creí que no iba a lograrlo en la última hora de camino del cuarto día. Ese día no paramos, bajamos cerros, subimos montañas, once horas en total, las últimas dos sólo nos iluminaba la luz de nuestras lámparas. El reto físico que implica el Camino Copalita no es para todos. Hay riesgos. Se anda por veredas estrechas, llenas de piedras, a veces junto a barrancos profundos. El sitio de internet no habla de eso, hace parecer de hecho que es una caminata moderada. La experiencia, dicen ellos, les ha mostrado que la mayoría de las personas la terminan. Sin embargo, en mi grupo, la amiga que me invitó tuvo que dejar el trayecto el segundo día después de bajar 2000 metros y sufrir una migraña por el cambio de altura. Nos alcanzaría el último día en el campamento, pero éste es un buen ejemplo de que los reveses sí ocurren y que el ejercicio es demandante. El penúltimo día, además de avanzar todo el día, al llegar a la comunidad retamos a jugar un partido al equipo de básquetbol local: niñas de 15 años descalzas, que aceptaron gustosas a pesar de la desventaja de estatura. Fue una magnífica forma de cerrar aquel día.

Una de las cosas que descubrí en el viaje fue que conocer Oaxaca no tiene nada que ver con caminar Oaxaca. Mis padres nacieron en ese estado y pensaba que lo conocía bien, pero entrar a cada comunidad, ver no sólo las milpas sino después la cosecha servida en mi plato profundizó mi entendimiento del terreno. Desde niña he asociado a Oaxaca con el mole amarillo espectacular de mi madre, originaria de Teposcolula. A ese recuerdo entrañable, en esta travesía le sumé muchos otros: huevo cocido envuelto en hoja santa al comal, camarones con arroz y salsa de chile chipotle, picaditas con asiento y salsa de tomatitos silvestres, tamales de chepil, troncos de hoja santa, caldo de guías de calabaza con chayotes, ensaladas de nopales, plátanos al comal. No sólo caminé por los ecosistemas de Oaxaca, también me los comí.

La gastronomía fue un lado fundamental del recorrido, pero como especialista en educación platicar con los guías, particularmente con los que tienen hijos, me ayudó a entender mejor la realidad que se vive a lo largo de la cuenca. Pasé por un centro Conafe abandonado, en medio de una selva. Está cerrado porque ya no hay niños en la comunidad y los dos únicos que quedan van a otro poblado a la escuela. Es un recordatorio sobre la situación demográfica del país, donde la falta de niños obliga al cierre de planteles. También fue claro que la Sección 22 del Sindicato de Trabajadores de la Educación (SNTE) —histórica integrante de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE)— no cuenta con la aprobación de todas las comunidades y cada vez hay más dudas sobre su actuar. La gente de esta zona está preocupada por la poca cantidad de clases que tienen al año: se calcula que debido a los conflictos magisteriales en el estado se han perdido, aproximadamente, setenta días al año de clases por más de una década. Durante la pandemia, el abandono fue aún más notorio. Urge hablar más abiertamente sobre los problemas de la educación y su calidad en Oaxaca y, para ello, es necesario escuchar a las personas que los padecen.

El proyecto del Camino Copalita plantea otra forma de hacer las cosas en medio de un contexto de desigualdad.Es una manera distinta de viajar y conocer un lugar tan rico como Oaxaca; es también otra forma de vivir, de relacionarse, de comer, de ducharse, ¡hasta de ir al baño! Allá arriba se entiende que una no puede pedirle prestado al futuro, no puede empeñar sus recursos, lo que hay hoy es lo que habrá mañana y hay que vivir con ello.

El proyecto no es perfecto. Los guías y los viajeros no comen juntos, al menos así fue en nuestro grupo, lo que nos privó de una valiosa oportunidad para compartir(nos) con mayor profundidad. Tampoco sobra señalar que en el camino encontramos basura; tratamos de ir limpiando, pero es triste comprobar que entre más nos acercábamos a las poblaciones, más basura aparecía.

En lo personal, el tema que se me hizo más controvertido fue que a ratos parece que le exigimos a la gente de las comunidades que se queden ahí, que cuiden la tierra, los cultivos, que lo hagan por los que no lo hacemos y, al hacerlo, me pregunto: ¿no les estamos pidiendo que no busquen otras opciones de vida para sus hijos e hijas? Exaltamos su esfuerzo de vida, pero nosotros no elegimos eso, al contrario, empujamos a nuestros hijos a que busquen las mejores oportunidades para estudiar y desarrollarse. Amartya Sen dice que las “capacidades” implican verdaderas libertades para que la gente haga y sea lo que quiera, pero para ello se requiere información sobre las opciones que existen.

La desigualdad no sólo se manifiesta en la disparidad de condiciones de vida materiales, también en la de oportunidades de desarrollo. Volví a mi casa, a mi baño, a mi agua caliente, a mi trabajo, a mi bicicleta; me reconforta mucho saber que hay personas que están cuidando un poquito el planeta y el agua limpia que todavía nace de las montañas, pero luego ¿qué sigue? Seguramente ésa es la deliberación pendiente ahora.

Sin ánimo de romantizar, Camino Copalita es una muestra de que los resultados no llegan solos. Que la paciencia y el cuidado son elementos fundamentales para que un proyecto se concrete. Combatir las plagas sin insecticidas, no permitir la caza o cultivar orgánicamente no es algo que se logra en poco tiempo. Así como se debe tener paciencia para esperar productos de la siembra, así este proyecto confirma que no será de la noche a la mañana cuando se noten los logros. La apuesta por lo comunitario, lo sustentable, lo orgánico es viable. Pero requiere de visión y de compromiso. En las comunidades visitadas no han permeado los cárteles de la droga o la violencia. Se puede caminar en su espacio sin el miedo que se respira en gran parte de México. Nada de eso ha sido casual. Y tampoco significa que nunca ocurrirá, pero el hecho de que haya un trabajo colectivo que ofrece otras posibilidades de desarrollo ayuda a que no se necesite otra actividad (narcotráfico) que llene ese hueco.

Mientras los caminos que se recorren sigan cuidados y protegidos, mientras sigan cuidando la tierra, el Camino Copalita nos demuestra que la prosperidad no tiene una sola definición. Con eso me quedo. En un mundo que enfrenta el reto inmenso del cambio climático, en un México cada vez más violento y desgarrado, esta apuesta ofrece otros caminos.

Gracias a todas las personas que hacen posible este proyecto. Gracias a las comunidades por darnos acceso a su realidad y a su tierra. Gracias a los viajeros y a las viajeras: Eliel, Minerva, Claudia, Isabel, Pepe, Juan, James, Mateo, Tomás, Alejandro, Catalina, Jacinto, Camilo, Jamie, Óscar, Spencer, Rae, Diede, Marusia, Rich y Antonia. Especialmente gracias a los tres guías generales: Meche (Merced), Angelo y Emilio. Y a los múltiples guías locales y cocineras: Susana, Catalina, Lupita, Samuel, Magali, Flor, Aristeo, Alejandro, Bertha, Bartolo, Mario, Federico, Lucas, María, Henry, entre otras personas.

Alma Maldonado-Maldonado

Investigadora del Departamento de Investigaciones Educativas del Cinvestav y editora de Distancia por tiempos, blog de educación de nexos