EL PAÍS
ANTONIO ORTUÑO
27 FEB 2023 – Se llama Pay de Limón. Es un perro con el pelaje del color de la arena o, mejor, del tono merengue tostado del que le viene el nombre. Tiene doce años y ya va para trece. Es, antes que nada, un sobreviviente. Sicarios del narcotráfico, en Fresnillo, Zacatecas, lo agredieron y le cercenaron trozos de las patas antes de abandonarlo a su suerte en el ya lejano 2011. Un malhechor arrepentido, sin embargo, dio aviso de su ubicación y Pay fue rescatado de un basurero y puesto a resguardo en la protectora Milagros Caninos. Era un cachorro de más o menos un año de edad, entonces. Y, aunque salvó la vida, y ha conseguido tener una rutina casi normal gracias al uso de unas prótesis, su caso es solo una de las tantas, tantísimas historias de la violencia incontrolada que priva en México y de la que nadie se salva. Ni siquiera un manso perro.
Somos un país muy paradójico en nuestro trato para con los animales. Según cifras del Inegi, existen 25 millones de hogares en el país en los que reside al menos una mascota. Se calcula, de hecho, que poseemos unos 80 millones de animales domésticos en nuestras casas, poco más de la mitad de los cuales son canes. A la vez, reconoce el propio instituto que lleva las estadísticas oficiales, México es el país en América Latina con más animales callejeros y el tercero en cifras registradas de maltrato. Y esto último no es solo una percepción. Los abandonos de perros, por ejemplo, suman alrededor de medio millón por año. Y no es inusual que encontremos noticias espeluznantes de torturas o muertes espantosas de mascotas en las noticias cotidianas.
Para muchos, sin embargo, basta con sacudirse el dato de la nariz como quien espanta una mosca y declarar que, si en México mueren de formas terribles miles y miles de personas al año, qué mejor suerte podríamos esperar para los seres irracionales. Infectados de cinismo, se toman la molestia de recordarnos que, para empezar y como quería la canción de José Alfredo Jiménez, la vida humana entre nosotros “no vale nada”. Y reniegan de quienes dan cobijo y cuidados a animales necesitados como si se tratara de una secta de locos misántropos.
Pero una sociedad medianamente sensata se interesa por conservar la vida en ella, toda la vida. Es un falso problema el que plantea que ocuparse por el bienestar de las macotas (o de la vida animal y vegetal en su conjunto) significa poner en un distante segundo plano a los humanos. ¿Los que se quejan de la preocupación por los animales son grandes filántropos que dedican su día a ayudar a sus semejantes en desgracia? Al revés. La insensibilidad ante el dolor animal es, de hecho, un comportamiento típico de los psicópatas, no de los humanistas.
La historia de Pay de Limón ha tenido un final feliz. El can ha crecido protegido y a salvo y ahora mismo encabeza las votaciones virtuales de un concurso en línea para elegir a la “Mascota Favorita de América” (America´s Favorite Pet). Y la conciencia con respecto al respeto y cuidados por la vida animal, por lo menos en el terreno de las mascotas, parece haber crecido en los años recientes en el país, en especial entre los jóvenes. Cada vez hay más organizaciones dedicadas a rescatar y procurar una vida menos terrible para miles de mascotas sin casa. Y esto no se trata de que los jóvenes sean egoístas que prefieren cuidar perros o gatos que tener hijos, como se quejan los cínicos. Se trata de la evidencia de que una sociedad que erradica el maltrato a los animales está muchos pasos más cerca, también, de ser capaz de combatir la violencia contra la vida humana.