EL PAÍS
DIEGO MANCERA
México – 29 DIC 2022. Pelé tenía una valija pesada con Brasil. Era el futbolista total y eso significaba la responsabilidad de que ganara todo. Si lo conseguía, debía superarse a sí mismo cuantas veces fuera necesario. Esa carga de ser el mejor estuvo acentuada cuando la dictadura militar le usó como el brasileño ejemplar, un emblema para el mundo. Eso le obligó a que ganara su tercera Copa del Mundo a toda costa en 1966. La desmedida presión provocó que la Canarinha cayera en la primera ronda en el Mundial. Cuatro años más tarde, en México, Pelé encontró dos templos futboleros que le forjaron como leyenda del deporte y donde pudo reencontrar la sonrisa.
La selección de Brasil hizo su campamento para la Copa del Mundo de 1970 en Guadalajara, Jalisco, una ciudad que le cobijó desde los primeros días y que ayudó a disipar la presión que emanaba desde el Gobierno brasileño. “Era un mundial importante para Brasil, pero en aquel momento, yo no quería ser Pelé”, dijo en el documental de su vida en Netflix. La Confederación brasileña eligió como hotel las Suites Caribe, ahora reconvertidas en un hotel de cuatro estrellas. Los entrenamientos los hacían en el Club Providencia, una pequeña institución que logró convencer al entonces bicampeón del mundo para que entrenaran en sus instalaciones.
Las del Providencia no eran las mejores canchas de Guadalajara porque esas eran las de los equipos profesionales de Atlas y Chivas. Los representantes de Brasil solo pidieron tres cosas: que solo cuatro empleados pudiesen hacer la limpieza, privacidad y que nadie más entrara al campo. Uno de los socios del club, Samuel Rodríguez, admitió a ESPN que el Providencia tuvo la picardía de ir a asediar a los directivos para que la Canarinha se quedara con ellos. 52 años más tarde, queda una firma de Pelé en uno de los techos y una placa conmemorativa. En las Suites Caribe había un mural en la habitación 154 en honor a los brasileños, pero con la modernización del lugar se extinguió.
Los mexicanos inauguraron la llamada Plaza Brasil en las cercanías de una plaza de toros y el estadio Jalisco. Ese recinto fue el refugio ideal para el conjunto dirigido por Zagallo: ahí jugaron los tres partidos de la fase de grupos, el encuentro de cuartos de final y semifinales. Guadalajara apostó por Pelé por encima del inglés Bobby Charlton. Los locales no se equivocaron porque ese equipo de Brasil barrió a todos sus rivales, nunca empató ni perdió.
Miles de niñas, niños y adultos se entregaron a Pelé desde las gradas. México, más allá del frenesí en las tribunas, tuvo la fortuna de ser el primer organizador del Mundial en contar con las transmisiones de los partidos a color para todo el mundo. Todo el talento de Pelé se inmortalizó. En la final, contra Italia, la selección brasileña ganó 4-1 en el césped del estadio Azteca. Adiós a la presión que se juntó desde 1964, con el golpe de Estado. Pelé encontró su alivio, una forma de redimirse con los brazos en lo alto, sin camiseta y con un sombrero de charro. La gesta de O Rei le dio a esta cancha mexicana prestigio. Dieciséis años después, otro fenómeno del fútbol, Diego Armando Maradona, también se coronó campeón. En 2026 el Azteca volverá a ser sede, por lo menos, de un par de encuentros.
Pelé fue generoso con México. Volvió a jugar en México, con Santos, en un torneo amistoso en Guadalajara en 1975. Se codeó con los personajes de mayor rango en el país como Emilio Azcárraga Milmo, entonces presidente de Televisa, y Mario Moreno, Cantinflas. Ya en 2011 acudió como invitado de honor en la inauguración del estadio de Santos (el de la Laguna de Torreón) en 2011 y luego fue inducido como gran jugador en el único Salón de la Fama del fútbol en el mundo, con sede en Pachuca.
“De todos los viajes de mi carrera, todo el mundo me pregunta: ¿Cuál es el mejor, en cuál te divertiste más? Un país que no puedo olvidar por el cariño, la atención que me dieron y por cómo me trataron, digo nuevamente, fue México”, contó Pelé en un vídeo divulgado por la Secretaría de Relaciones Exteriores de México en 2020.