EL PAÍS
BEATRIZ GUILLÉN
México – 15 DIC 2022. Sale erguida del Senado, con traje de marca y tacones, escoltada por su equipo, en el que está su mamá y su hermano, le piden una foto y sonríe, un video para una fan y sonríe, sus pendientes de Saturno centellean con el sol mientras posa para los retratos como si eso es lo que hubiera hecho desde siempre. Hay una nueva estrella que camina por el Paseo de la Reforma y no es actriz ni cantante: es astronauta.
Katya Echazarreta (Guadalajara, 27 años) saltó a los focos hace solo unos meses cuando se convirtió en la primera mexicana en ir al espacio, también fue la mujer más joven en hacerlo. Esta ingeniera de la NASA fue elegida por la organización Space For Humanity entre 7.000 candidatos para un pequeño vuelo de 10 minutos que sobrepasó la frontera terrestre. Y eso, que podría ser la meta, se convirtió solo en el disparo de salida. Ahora ha dejado su trabajo en la agencia espacial norteamericana para apostar por la de México. ¿Dónde está su futuro? “Definitivamente quiero regresar al espacio, quiero llegar a la Luna, pero quiero llegar con México”. Y lo dice tan segura que parece posible.
La historia de Katya es improbable. Con siete años, se mudó con su familia de Guadalajara a San Diego. Su hermana había sufrido una meningitis que le había dejado una parálisis como secuela y en la capital jalisciense no encontraban una escuela adaptada para ella. Cruzaron la frontera. De esos primeros años recuerda la dificultad: “Claro que los niños se burlan de ti, no te dejan entrar en sus círculos, especialmente porque no te puedes comunicar, no hablas el idioma”.
En 2012 decidió estudiar ingeniería eléctrica en la Universidad de California en Los Ángeles. Menciona el año exacto porque fue el momento en el que la NASA apagó su programa de transbordadores, los que llevaban tripulantes al espacio. “Cuando lo cierran nadie sabía cuál sería el futuro de la agencia, no sabíamos si íbamos a seguir hacia la Luna. Los sueños que tenemos actualmente para la industria espacial no se veían como posibles en ese momento”, dice, “y es entonces cuando yo decido que es eso lo que yo quiero hacer, que si, por ejemplo, la NASA solo iba a contratar a cinco personas, yo iba a ser una de esas cinco”.
La predicción se hace realidad unos años más tarde cuando entra la agencia nortemaericana como becaria, para terminar en un puesto fijo. En este tiempo ha participado en cinco misiones, una de ellas la del robot Perseverance, pionero en la exploración de Marte. Atreverse a todos los nuevos retos y la constancia cree que son sus puntos fuertes como ingeniera: “Me proponían un proyecto sobre algo que yo no había hecho nunca y decía ‘dámelo’. Eso me ayudó a llegar a puestos importantes en mi primer año como ingeniera”.
Un espacio dominado por hombres
La carrera espacial ha sido siempre un entorno dominado por ellos. La NASA canceló por sexismo en 1960 su programa femenino de astronautas: superaron en pruebas a los hombres y aún así, las excluyeron. Hasta 2013 no se logró en la agencia americana una promoción paritaria. En Europa, actualmente solo hay una cosmonauta en activo. Todavía ahora, 50 años después de que el Apolo 17 llegara la Luna, se sigue buscando el hueco para que la pise una mujer. En ese panorama fue Katya Echazarreta, con entonces 26 años, al espacio.
En junio, la joven voló junto a otros cinco tripulantes en un cohete de Blue Origin, la empresa del magnate de Amazon, Jeff Bezos, en un experimento que busca que ciudadanos puedan llegar al espacio y cambiar su perspectiva. Había superado con éxito un entrenamiento durísimo y antes había sido elegida por delante de otras 7.000 personas. Cumplía la promesa que se hizo con siete años, cuando ya andaba obsesionada con lo que había allá arriba. Pero entonces le dijeron que estaba robando el asiento a un hombre “que se lo merecía”. Ella contesta tranquila: “No se le puede quitar a alguien lo que es suyo e ir al espacio siempre fue mío”.
Después de aquello protagonizó portadas de revista, le llegaron los mensajes de decenas de niñas que querían hacer lo mismo que ella. “Yo siempre he creído que no puedes ser lo que no puedes ver”, dice sobre la importancia de la representación. Además, sin modificar lo que ya era. “No estoy cambiando mi feminidad a cambio de lograr un puesto así. Estoy dando a conocer una versión de una mujer que sí es ingeniera, que le interesa la ciencia, y que no cumple con los estereotipos de cómo debe verse un ingeniero”, dice con la purpurina perfectamente colocada en los párpados. “Creo que me he pasado la vida rompiendo estereotipos, desde niña siempre fui una persona muy fuerte, mi mamá siempre me motivó y me dijo: ‘Lo que tú quieras hacer, tú puedes”, apunta y después dice, firme, sin dudas: “He conseguido todo lo que he querido y he dedicado tiempo”.
Con esa determinación imbatible se maneja ahora Katya en los pasillos del Senado y el Congreso mexicano, a donde ha venido para tratar de convencer a los legisladores de hacer un cambio en los artículos 28 y 73 de la Constitución para otorgar más recursos a la industria espacial mexicana. En una maniobra arriesgada, Echazarreta ha abanadonado un futuro prometedor en la NASA para ayudar a abrir las puertas del espacio a su país. “Yo hubiera podido subir de puesto, crecer como ingeniera, eventualmente aplicar para un programa de astronautas americanos, hubiera sido muchísimo más fácil así, claro, pero para mí no era suficiente. Porque yo entiendo que esas oportunidades para mi país no están y yo quiero crear esas oportunidades en México”, afirma.
La industria espacial mexicana es débil, al servicio de su gigante vecina. Por ejemplo, para 2020 la NASA recibió alrededor de 22.600 millones de dólares; la de China, unos 11.000 millones de dólares, la Agencia Espacial Europea tiene para gastar casi 8.000, y la mexicana, creada apenas hace 10 años, destinó tres. No hay forma de competir, de ahí que hace un par de años se planteara apostar por una agencia espacial latinoaméricana. Además, Echazarreta apunta a que desde México se están dando los proyectos espaciales a empresas extranajeras, en vez de a las propias, porque ya cuentan con la infraestructura. “Lo ven mucho más fácil, pero lo que no se dan cuenta es que están gastando muchísimo más pagándole a otro país que ni siquiera nos toma como prioridad, que nos da la información que estamos comprando como su última opción. Cuando podríamos invertir en nuestra nuestra propia industria, en nuestras propias empresas, en que sea gente mexicana la que desarrolle tecnología espacial, y a largo plazo va a ser más fácil, más barato, y va a ser nuestro”, reflexiona.
La joven ha querido aprovechar la visibilidad que tiene ahora para poner el dedo en el renglón: la oportunidad de México es ya, después no habrá manera de sumarse a la carrera. “Quiero ayudar a que México pueda ser un jugador internacional en la industria espacial”, insiste. Para 2025 está planteada la misión que vuelva a llevar a humanos a la Luna. Medio siglo después de la primera llegada, seis potencias mundiales se han lanzado al mismo objetivo: mostrar músculo tecnológico, explorar las enormes reservas minerales de la Luna, montar una base y convertirla en una estación intermedia para llegar al objetivo final, Marte.
“El espacio ya no es algo del futuro, ya está aquí. En los próximos 10 años vamos a poder estar en el espacio, se van a necesitar personas que puedan trabajar con especialidades diferentes, no solo científicos o ingenieros”, propone optimista, “si México no empieza ahora a impulsar los temas espaciales, se va a quedar atrás”. Para ayudar a eso la astronauta está montando una fundación para apoyar económicamente a los estudiantes y empresas mexicanas que quieran formarse, crear tecnología o investigar temas relacionados con el desarrollo espacial. Tiene previsto que los fondos para esas ayudas provengan de otras compañías más grandes a las que les interesa que México tenga estas capacidades. La Agencia Espacial Mexicana ya ha anunciado su colaboración con Echazarreta. “A mí me encantaría ver una misión al espacio de mexicanos, seleccionados y entrenados en México. Que ya no tengamos que pedir información o esperar a ver que nos den algo para usarlo, y yo quisiera ver verme a mí como la persona que está impulsando esto”, dice, espera y afirma, rotunda: “Yo veo mi futuro como el futuro del espacio en México”.