EL PAÍS
GEMMA CUARTIELLES
Ciudad de México – 31 OCT 2022. EL PAÍS ofrece en abierto la sección América Futura por su aporte informativo diario y global sobre desarrollo sostenible. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.
A sus 27 años, Teresa Ramírez, una joven de origen rarámuri de la sierra Tarahumara de Chihuahua, ha visto cómo la geografía de su hogar ha ido desapareciendo. “Es triste salir a pasear y en el camino descubrir que muchos de los cerros ya están pelones”, dice la estudiante de Ingeniería Horticultor. Nada es como antes: la tala ha decapitado los paisajes, el crimen organizado se ha apropiado de terrenos y ya nadie lava sábanas en el arroyo que cruza el pueblo. “Ya no hay agua. Cada vez caminamos más para conseguirla”.
“Han devastado bosques de más de 300 años. Algunos dicen tener permisos del Gobierno, pero si es así, dieron demasiados. Esto agrava la escasez del agua, porque los ecosistemas se resecan”, cuenta Ángela Yumil Romero, profesora de Teresa en la Universidad Autónoma de Chihuahua. Con la devastación ambiental también han surgido movimientos ambientalistas para proteger la sierra de megaproyectos urbanos, pero esta es una lucha que en México, el país más mortífero para los defensores de la tierra, suele escapar del final feliz.
Yumil se ha especializado en el desarrollo de negocios sostenibles para comunidades vulnerables, y vio en el problema de la escasez del agua una oportunidad. Pensó cómo se podía evitar desperdiciarla. “Sabía que hay flores endémicas que tienen propiedades depurativas. Emplearlas para reutilizar el agua podría ser una idea rentable, porque somos uno de los grandes productores florales de Latinoamérica”, cuenta en entrevista con América Futura.
Flores de cempasúchil en el laboratorio de la Universidad Autónoma de Chihuahua.
Flores de cempasúchil en el laboratorio de la Universidad Autónoma de Chihuahua.
CORTESÍA
Junto a Teresa y otros estudiantes crearon un sistema de humedales con flores ornamentales e hicieron circular aguas grises —las que resultan cuando nos bañamos, lavamos nuestros dientes o la ropa— a través de ellos. Las raíces de las flores absorben la materia orgánica e inorgánica y la depuran a través de sus hojas.
Cuatro años, siete variedades y seis experimentos después resolvieron que la flor de cempasúchil era la más apta y la que menos líquido requería sin que su estética se dañara: “Había que mantener su valor. Así, al crecer, podrían venderse y recuperar lo invertido en el humedal”, destaca. El agua resultante no solo salió limpia: permitía la vida. En cultivos, aumentó el número de polinizadores y la variedad de especies.
“Este tratamiento de fitorremediación completamente natural serviría para reciclar el agua no solo en hogares: también en albergues de asistencia social —donde ya se aplicó—, en huertos o incluso en empresas grandes”, detalla la profesora.
En México se consumen de media más de 300 litros de agua per cápita al día. La cantidad recomendada para un consumo responsable son 100. En la capital, solo se reutiliza un 10%. Esto ocurre en un país en el que 1 de cada 10 personas no tiene acceso a agua potable; en un país enquistado en sequías históricas, donde el 70% de las corrientes están contaminadas por la industria o la minería.
“En un viaje que hice a un rancho, muchas de las vacas estaban en los huesos. Cuando no llueve, se dispara el precio de su comida”, cuenta Alejandro García, uno de los estudiantes que ayudó en la investigación. “Esta crisis nos obliga a tomar acciones correctivas… o a dejar las vacas morir”.
Hacerlo con flor de cempasúchil permitiría, además, apoyar a productores locales, “ya que sólo utilizamos semillas nativas que cosechan ellos”, dice Yumil. En México se encuentran 35 de las 58 especies de flor de cempasúchil que existen en Latinoamérica —y este año se estima producir casi el doble que en 2021 para el Día de Muertos. Sin embargo, su popularidad y la creciente industria de carotenos para tintar alimentos —una de sus propiedades— han llevado a China y Estados Unidos a acaparar gran parte del mercado de semillas, modificándolas para aumentar la pomposidad de la flor y perjudicando a los pequeños negocios mexicanos.
De la crisis hídrica a la científica
Si hubieran podido continuar con otras fases de la investigación, habrían apostado por potabilizar el agua, coinciden los entrevistados, pero no pudieron hacerlo por falta de recursos. “No había dinero. La mayor parte la pagué con mi beca doctoral y con la ayuda de la doctora Cecilia Vallés, codirectora del proyecto”, recuerda la maestra. “Tuvimos que vender las flores para cubrir gastos”.
“El proyecto está inspirando a otros, pero todavía no logra la atención suficiente. En investigación, así pasa con frecuencia”, lamenta. “Da la sensación que podría ser una solución demasiado popular. ¿Y eso interesa?”, insinúa Alejandro.
Según Yumil, este sistema podría ser replicado casi por cualquiera. “Es una cuestión de espacio, más que de experiencia. Se requiere cierta distancia para que el agua salga limpia, dependiendo del contaminante a retirar. Hay una inversión al inicio, pero después llega la rentabilidad, porque las flores y semillas que crecen en los humedales se venderían a clientes, comerciantes, a industrias como la alimentaria o la medicinal… Y bueno, ¿has tenido plantas? Pues es lo mismo: crear esa química con estos seres vivos para que no mueran”, dice.
En la sierra Tarahumara, ya nada es como antes. Al girar la curva, puede que no haya un árbol. Al llegar al río, los rostros ya no encuentran su reflejo. Al enfrentarse al despojo, a la necesidad, sus habitantes hoy se alían para resanar sus aguas, sus gentes, la geografía a la que pertenecen. Resignifican industrias y ecosistemas para que de la ruina y la nada algo brote. Recomponen el lugar que quieren habitar: su hogar. “Es sentirse parte de la tierra”, concluye Teresa. “Yo digo que quien quiere, puede”.