EL PAÍS
ELÍAS CAMHAJI
México – 29 OCT 2022. Cuando Antonio se enfermó no le quería decir a nadie. De hecho, muchas personas cercanas le pidieron que no lo dijera a nadie. Le acababa de dar viruela del mono y quizás, sus padres se iban a poner nerviosos o sus vecinos o sus compañeros de trabajo o la gente que va a su mismo gimnasio o su roomie. “Es una cosa horrible, sientes que te estás quemando”, afirma Antonio del otro lado del teléfono, dado de alta hace un par de semanas, pero no del todo recuperado de la enfermedad y sus secuelas. Durante casi todo el mes pasado, el politólogo de 32 años tuvo que batallar con la viruela, pero también con diagnósticos equivocados, estigma por su orientación sexual, una ola de desinformación que crece en silencio y la frustración de enfrentarse con una enfermedad que es prevenible, pero para la que no existe ninguna vacuna disponible en México. Es por eso, que pese a todos los “no le vayas a decir a nadie”, Antonio quiere hablar. Pero también pone una única condición para hacerlo: que no se mencione su apellido.
Las molestias comenzaron a principios de septiembre, de vuelta de un viaje al extranjero. Antonio había caminado mucho y regresó con molestias en las ingles. El malestar no se iba y fue entonces cuando decidió ir a ver a un médico. “Me dijo que era un dolor articular, que era normal y que no pasaba nada”, recuerda. Tras abandonar la consulta privada, el doctor le recetó una “cremita” y lo mandó para su casa.
Poco después, empezó a notar pequeñas lesiones en su piel, en la espalda, en las ingles y en los glúteos. Sentía mucha inflamación en la cara interna de los muslos y un par de semanas después fue a ver a un proctólogo con la sospecha de que podía ser una enfermedad de transmisión sexual (ETS). También porque salieron más ronchas en la piel. “Ahí fue cuando empezó la estigmatización”, afirma Antonio. “Me preguntó si tenía sexo y si tenía sexo con hombres, pero nunca me preguntó si era activo o pasivo o si utilizaba métodos de protección”, agrega. El especialista le dijo que “era una ETS, pero que no sabía decirle qué era exactamente”. “Esto es común entre las personas que practican lo que tú haces”, se limitó a decir el proctólogo.
Antonio salió tan molesto del consultorio que le pidió consejo a un amigo que es experto en salud pública y él le recomendó ir a la Clínica LGBT+, especializada en atender a personas de la diversidad sexogenérica, y le contó a otro doctor una vez más todos los síntomas que tenía. “Seguramente es monkeypox [como se llama a la viruela símica en inglés]”, le dijo el especialista desde un principio. “En los últimos dos meses he recibido 30, 40, 50 casos diarios y todos llegan por lo mismo”, agregó el médico. “A todos les dicen que es una ETS o que es una cosa menor, pero el dolor no se les va y empieza a crecer muchísimo”.
El cuestionario de diagnóstico fue muy diferente esa última vez, sin tabúes y sin juzgar. “Me preguntó de mis parejas sexuales, los métodos de protección que uso, si tengo una pareja estable, si frecuentaba lugares de encuentro sexual y me hizo una revisión física”, cuenta Antonio. Al final, el médico no tenía dudas por la forma y el color de las pústulas, y por los casos que le llegaban a diario: “Esto es monkeypox”. El especialista le dijo que las pruebas para la viruela del mono estaban centralizadas en la Clínica Condesa, una institución del Gobierno conocida por dar tratamiento a personas con VIH. “Mira, si quieres un diagnóstico que sea un 100% certero, vas a tener que ir a formarte, hacer que te revienten una de las pústulas y esperar entre siete y diez días, y para ese entonces, si esto es lo que tienes, ya se te va a estar quitando completamente”, le recomendó.
“Vas a sufrir muchísimo en los siguientes días”, le advirtió el doctor y le dijo que no había un tratamiento que pudiera darle, que lo único que podía hacer era recetar algo contra el dolor. “Me asusté y me sorprendí mucho”, reconoce Antonio. Él conocía a varios amigos gais en Europa y en Estados Unidos a los que les había dado y en junio pagó un viaje a Estados Unidos para ponerse la vacuna a la que no podía acceder en México. Fue gratis y sin hacer preguntas. Pero solo pudo ponerse una de las dos dosis, porque la política de vacunación estadounidense buscaba cubrir a la mayor cantidad de gente con al menos una dosis y más adelante suministrar los refuerzos.
A los pocos días, la enfermedad le pegó con todo. “Nunca había sentido un dolor tan fuerte en mi vida”, narra Antonio. Le dolía moverse, estar parado, sentarse, acostarse e ir al baño. No podía dormir, no tenía ganas de comer y no podía tolerar ningún roce en las pústulas. “Si alguien se me acercaba tantito, yo sentía como que me iban a mover y entonces me movía como por reflejo y eso me dolía más, era muy complicado”, cuenta. “Sientes una incomodidad horrible porque te da comezón, pero no te puedes rascar porque si lo haces se te quedan las marcas o se puede extender a otras partes del cuerpo”, agrega.
Antonio, un hombre joven que hace ejercicio cuatro veces a la semana y que prácticamente no bebe ni toma drogas, estaba doblado por el dolor y completamente aislado en un cuarto en casa de su novio. “Bajé como cuatro o cinco kilos”, asegura. Cuando ya no aguantaba más, tuvo que ponerse parches de morfina. “Cuando estuve en lo peor, pensaba que esto no se me iba a quitar, que seguiría con esto hasta noviembre o diciembre”, confiesa. Pero cerca de cumplir los 21 días que dura el ciclo de la enfermedad, las pústulas estallaron solas, sin dejar marcas. “Fue una de las peores experiencias de mi vida”.
“No te sé decir cuándo me contagié, pero no fue por coger, simplemente no me dan las fechas”, dice Antonio. Cuando las pústulas se habían ido y la hinchazón empezaba a bajar, decidió compartir su testimonio en redes sociales. Y ahí se topó con la homofobia y la ignorancia. “Como es una enfermedad que está contenida principalmente entre hombres gais, entonces la gente piensa que es por coger y el asunto es que, justo, no es nada más por coger, es por estar en contacto con cualquier fluido como la saliva o el sudor”, comenta. “Está esta idea: ‘te pasó por ser gay’, pero en realidad esto me pudo haber pasado sin importar que fuera homosexual o no lo fuera, le puede pasar a cualquiera, incluso si usas condón”, afirma. “Y si me hubiera pasado por coger, ¿eso me quita el derecho de tener acceso a la salud?”, cuestiona.
Casi desde un primer momento, poco después de que fueron detectados los primeros casos en Estados Unidos y México en mayo pasado, la Organización Mundial de Salud (OMS) tuvo que aclarar que la viruela símica no era una enfermedad que afectara solo a los gais y que no era necesario tener sexo para contagiarse. Pese a todo, la OMS pidió a los homosexuales en julio pasado limitar el número de parejas sexuales, lo que abonó a la idea de que la “promiscuidad” ha estado detrás de los contagios. Como sucedió con el VIH, estas ideas siguen presentes en muchas personas, con cierta carga de puritanismo, como si fuera un castigo. “Te pasó por ser gay”, le escribió un usuario de redes sociales. “Parte del estigma es esta idea como de que te lo mereces, ¿no?”, comenta Antonio.
Varios activistas de la comunidad LGBT se han manifestado en México al grito de “Vacunas ya” para exigir que se adquieran biológicos contra la viruela del mono, no solo para ellos, sino para cualquier persona que se la quiera poner. El Gobierno federal defiende que solo tiene en existencia la vacuna para la viruela regular y que “en ningún caso está recomendada para la población en general”, se lee en la página oficial sobre información de la enfermedad. “Es como si al Gobierno no le importara, no nos ven, es como si no existiéramos: no hay vacunas, pero tampoco se ofrece suficiente información en ninguno de los tres niveles de Gobierno”, responde Antonio. “Casi toda la información que te llega es por amigos, por activistas o por lo que se dice en redes sociales”.
“Y el punto es justo que esto no es como el VIH, hay vacunas, pero no es la prioridad comprarlas, a pesar de que es una enfermedad que puede ser evitada”, lamenta. A dos semanas de ser dado de alta, Antonio busca retomar su vida poco a poco y que su testimonio sirva para que otras personas no tengan que pasar por lo mismo que él. A principios de agosto, las autoridades sanitarias informaban de 147 casos confirmados en México, según datos oficiales. Para inicios de octubre, la cifra ya era de 1.968 personas contagiadas.