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.Juan Manuel López García.
Escribió Norberto Bobbio que la diferencia entre la izquierda y la derecha políticas es su priorización. La izquierda prioriza la igualdad. La derecha prioriza la libertad. No exclusivamente, pero es su principio rector. Por eso, el pensamiento progresista considera que el Estado debe intervenir para nivelar el piso en sociedades tan disparejas. Por el contrario, el pensamiento conservador prefiere que el mercado sea el encargado de “hacer justicia”, de definir los “méritos” de cada uno. Pues, bueno, la verdad es que es muy difícil sostener que en México gobierna la izquierda. Y menos cuando hablamos de educación. La agenda de igualdad tiene que ver con derechos, pero también con oportunidades en la vida. Un progresista cree que la cuna no debe definir tu vida. Por ello, cree en que es necesario redistribuir la riqueza a través de impuestos. Algo que AMLO ha ignorado olímpicamente. Asimismo, la izquierda considera que derechos como la educación, la salud o una jubilación dignas no deben ser mercancías al alcance de unos cuantos privilegiados. Las grandes socialdemocracias del mundo hacen de la educación un motor de movilidad y cambio social. No se puede ser de izquierda si no hay un compromiso con la educación pública de calidad. AMLO decidió que la educación no sería prioridad en su sexenio. Le preocupa más los titulares de la prensa que el fracaso educativo. El presidente impulsó una contrarreforma para destruir los cambios en materia educativa aprobados en el sexenio anterior. Morena y sus aliados destruyeron cualquier atisbo de meritocracia al interior del sistema educativo.
Más que una reforma para el futuro, el presidente quería destruir la reforma de Peña Nieto como símbolo de su alianza política con el magisterio. Como en muchos otros temas, el régimen sabía qué quería destruir, pero muy poco lo que quería construir. Al final, la educación entregada -otra vez- a los sindicatos corruptos. Los niños y jóvenes rehenes de los cálculos políticos. Una historia que ya conocemos. La Secretaría de Educación Pública transita sobre hoyancos. Primero, porque Delfina Gómez Álvarez decidió ignorar la agenda educativa y concentrarse en su candidatura en el Estado de México. Bueno, ni un mísero diagnóstico se hizo del impacto de la pandemia en la niñez mexicana. Todos los datos que tenemos de la regresión educativa de estos daños años son estudios elaborados o por organismos internacionales o por agentes privados. Al Gobierno no le interesa ni siquiera medir. La misma secretaria fue condenada por mochar el salario de trabajadores en el municipio de Texcoco para financiar Morena. No es muy ejemplar de la titular de la educación pública del país. Se va Delfina y llega Leticia Ramírez Amaya, nueva secretaria de Educación sin un gramo de experiencia en la materia. Lealtad a López Obrador, ése es su único “mérito”. Confirma que el presidente quiere terminar su sexenio con un gabinete de leales, sin importar su capacidad o destreza para el cargo.
No obstante, la crisis de liderazgo no es lo único grave. El presupuesto educativo está en mínimos históricos. Si comparamos presupuestos, 2022 será el año con menos inversión en educación desde 2010. Apenas el 3.1% del PIB. Para que usted se haga una idea, Argentina, Chile o Uruguay invierten mucho más que México. No estoy hablando de Finlandia o Canadá, sino de países con un nivel de desarrollo similar. El problema educativo no sólo es de pesos y centavos, pero sí hay una relación entre mayor gasto público y éxito educativo. Uno hubiera esperado que un Gobierno que se dice de izquierda prefiriera invertir en educación que en refinerías o en trenes turísticos. No es el caso. En el mismo sentido, la inacción del Gobierno ha provocado mayor desigualdad. La pandemia amplió, por mucho, la brecha entre los niños privilegiados y los niños en situación de vulnerabilidad. Mientras los niños y jóvenes acomodados pudieron mantenerse en burbujas o con la tecnología necesaria para no rezagarse en sus estudios, los más desfavorecidos quedaron a la deriva. Es una característica de este Gobierno: dicen proteger a los más débiles, pero en el día a día les abandonan a su suerte. Los pobres no son prioridad en este país, los datos de Coneval así lo confirman.
Qué decimos de las universidades, de la Ciencia y la Investigación. Un sexenio perdido. El presidente nunca ha apostado por fortalecer a las universidades públicas. Al revés tuvo esa campechana idea de abrir “100 universidades del Bienestar Benito Juárez” en el país, que ni siquiera merecen el calificativo de chafas. No son nada. Eso sí, en el discurso AMLO ha atacado a las universidades públicas e incluso ha calificado a la UNAM de neoliberal.
La historia recordará a AMLO como un presidente que relegó la educación a la cola de las prioridades públicas. Un Gobierno que no hace nada por contener el impacto educativo de la pandemia y que prefiere contentar a los sindicatos antes de abordar una reforma profunda del sistema educativo. Una política educativa ideologizada y que le tiene sin cuidado cómo aprenden los niños en las aulas. Hasta las escuelas de tiempo completo desaparecieron. Un desastre. Para este Gobierno, la educación está al fondo a la derecha y la S.E.P. inmersa en severa crisis.
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