NIGROMANCIAS
Jorge T. Peto
Con cierta provocación bien intencionada Avishai Margalit “construye su filosofía moral a partir de la premisa siguiente: una sociedad decente, o una sociedad civilizada, es aquella cuyas instituciones no humillan a las personas sujetas a su autoridad, y cuyos ciudadanos no se humillan unos a otros. Lo que la filosofía política necesita urgentemente es una vida que nos permita vivir juntos sin humillaciones y con dignidad”. Humanizar la política es el reto de nuestro tiempo; tiempo obscuro, medio cavernícola, pero asoma una luz que deja ver precisamente la visión platónica de las ideas nuevas, deslumbrantes, al tiempo. Confiemos en el despertar del equilibrio razón y pasión, pensamiento y sentimiento. Sabiduría.
Como se desprende de la reseña editorial de la presente obra, “…En la actualidad, la filosofía centra fundamentalmente su atención en el ideal de la sociedad justa basado en el equilibrio entre libertad e igualdad. El ideal de la sociedad justa es sublime, pero difícil de poner en práctica. En cambio, el de la sociedad decente se puede materializar incluso en la vida de nuestros hijos. En primer lugar, como defiende Judith Shklar, es preciso erradicar la crueldad. Inmediatamente después, hay que erradicar la humillación. Es más prioritario originar una sociedad decente que una sociedad justa”.
Más aun, “Margalit parte concretamente del contexto en que vivimos, con todas las indignantes humillaciones que tan difícil hacen la vida en el mundo. Su precisa argumentación se inspira en Judith Shklar e Isaiah Berlin. Se trata de una filosofía social inmune a todos los amenazadores clichés que fomentan la desidia moral y que nos insta a ir más allá del comportamiento que caracteriza a otros seres humanos. A Margalit no se le puede clasificar como liberal o conservador. Si hay que asociarlo con algún referente, el más adecuado es el socialismo humano de George Orwel, aunque muy poco tiene que ver con el de Rebelión en la granja y los métodos de opresión”.
“Lo que emerge del análisis que realiza Margalit respecto a la corrosiva función de la humillación en sus diversas formas es cómo ser decente, cómo construir una sociedad decente. Desde una visión humanista intenta rescatar aquellos valores que normalmente han venido perdiendo sentido en el curso de la historia, sobre todo en las sociedades occidentales y “occidentalizadas”. A fuerza de imitar los patrones de conducta que se presentan más como modas que como modelo alternativo de vida o de construcción de nuevos horizontes de expectativas, tan necesarios en esta época en que privan las malas conciencias”.
Así pues, desde un contexto propio, podríamos decir, en Oaxaca, que cada rincón del territorio universal pudiera, en cierto momento, corresponder a la realidad que intenta demostrar Margalit, sobre todo en aquellos lugares en donde el desprecio por la diversidad cultural y étnica es latente, en donde aún se lacera la vida humana, en donde las diferencias raciales se traducen en privilegios para unos y pobreza y humillación para otros, en donde se presume de lo suntuario y se adolece de lo estrictamente necesario, en fin en donde la decencia es inversamente proporcional a la injusticia, es decir, tal parece que es justo ser indecente o bien que ser indecente e lo normal. La decencia más allá de la justicia es lo que nos hará libres, independientes de juicio, raciocinio, verbo y acción.
La humillación es el rechazo de los seres humanos en tanto humanos; o lo que es igual, consiste en tratar a las personas como si no fueran humanas y fueran simples cosas, herramientas, bestias, sub-humanos o seres inferiores. Si una sociedad decente es una sociedad que no humilla, ¿quiere esto decir que también es una sociedad que no avergüenza? En otras palabras, ¿significa también que tiene que ser una sociedad cuyas instituciones no avergüencen a quienes se hayan en su orbita? Más aún, ¿se trata de una sociedad donde se pueda convivir? O cómo cuestionaba Alan Touraine, donde podamos vivir juntos.
Una distinción que se ha hecho habitual es la que se establece entre sociedades de vergüenza y sociedades de culpabilidad. El eje de esta distinción pasa entre sociedades cuyos miembros interiorizan las normas sociales, de modo que, cuando las desobedecen, se sienten culpables, y sociedades donde todo es exteriorizado y la motivación principal de sus miembros es evitar las sanciones externas y mantener su honor y buen nombre a los ojos de los demás para no sentirse avergonzados.
Un preliminar corolario, que pudiera desprenderse de las paradojas sociales a que nos conduce el texto que comentamos es sobre todo dirigida a la decencia de quienes estamos en el ámbito de la vergüenza pública y de revalorar la condición humana, el trato social digno a todos por igual, sin proporcionalidades, ya si alguno insiste en hacer mal uso de sus funciones públicas y de su condición humana, será cosa de su conciencia o inconciencia, honor o deshonor y decencia o indecencia propias.
Todavía hay mucha inmundicia en la sociedad, pero también hay mucha gente decente; hay muchos que son investigados, pero también hay muchos que son premiados con la recompensa más alta: la decencia y el honor social., ¿La moraleja?, a propósito, categorías aun incumplidas, como transparencia, democracia, dignidad, derechos humanos, igualdad, libertad. Si pusiéramos en práctica al menos la mitad de lo que pregonamos ya sea por ley o por hábito, si todos fuésemos nuestros propios contralores, por ejemplo, ¿qué pasaría?… mientras tanto que haya paz. nigromancias@gmail.com
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