EL PAÍS
MACARENA VIDAL LIY
Washington. Tres años y cuatro meses. Es el tiempo que ya ha transcurrido desde que en Wuhan, una ciudad de China cuyo nombre entonces no era familiar para casi nadie fuera del país, comenzaron a detectarse casos de una extraña neumonía. Pese al tiempo transcurrido, el origen del coronavirus sigue siendo un misterio, enzarzado en un debate más político que científico y alimentado por la opacidad de Pekín. Aunque de vez en cuando aparecen nuevas pistas. La última señala a los perros mapache (una especie de Asia) que había en el mercado de Huanan, en Wuhan.
El clima es poco propicio para la investigación imparcial. La Organización Mundial de la Salud reprocha a China su opacidad a la hora de aportar unos datos imprescindibles para tratar de evitar que pueda repetirse un episodio de aquel calibre. Dónde y cómo el virus saltó al ser humano sigue siendo objeto de reproches entre Pekín y Washington. En la capital de Estados Unidos, cómo surgió la covid enfrenta a la clase política, divide a las agencias de inteligencia y ocupa audiencias y sesiones de los legisladores en el Congreso.
El próximo día 18 de abril, una sala de altos paneles de madera y gruesa moqueta azul, la habitación 2154 del edificio Rayburn en el Capitolio en Washington, verá comparecer a algunos de los antiguos funcionarios encargados de analizar el origen de la pandemia. Un grupo de legisladores, el subcomité sobre los orígenes de la covid, les ha citado para una audiencia en la que les interrogarán durante horas sobre “el papel de China en los orígenes del covid-19 y la inteligencia en torno a de dónde surgió el covid-19″.
Es la segunda audiencia de este tipo en el Congreso estadounidense en lo que va de año y se anuncian muchas más. El presidente Joe Biden ha firmado una ley para desclasificar lo que sus servicios secretos saben sobre cómo surgió el coronavirus. Una investigación que él ordenó no arrojó resultados concluyentes el año pasado y las agencias encargadas de escrutar el caso no logran ponerse de acuerdo.
Todas las teorías posibles siguen en pie, aunque sus defensores se aferran más a su ideología, o a su concepto de China, que a los datos científicos disponibles. La tesis más extendida entre los científicos es que se trató de una zoonosis, un salto de un animal —probablemente un murciélago— al ser humano a través de una tercera especie, quizás un pangolín. U otro animal. Pudo ocurrir en plena naturaleza. Pudo ocurrir en una granja. Pudo ocurrir en el mercado de Huanan, aquel centro de venta de alimentos en el centro de la ciudad en cuyos 653 puestos se hacinaban en condiciones higiénicas más que dudosas animales de todo tipo —vivos, muertos, domésticos o salvajes— para su consumo. O pudo ocurrir, según opinan incluso algunos organismos del Gobierno estadounidense, en un laboratorio en Wuhan.
Pekín, por su parte, de tanto en tanto replica que el coronavirus pudo proceder de un laboratorio militar estadounidense, una teoría al menos tan aceptada entre la población de China como la del laboratorio de Wuhan lo está entre la de EE UU.
La división de opiniones llega incluso al corazón del Gobierno en Washington. El mes pasado, un informe del Departamento de Energía concluía que, en su opinión, “lo más probable” era que el virus hubiera escapado de un laboratorio. Pero también matizaba que llegaba a esa conclusión con poca seguridad.
Otros organismos oficiales en EEUU han llegado a conclusiones divergentes. Lo único que une a todas es que ninguna reconoce mucha confianza en las tesis respectivas ni cuenta con pruebas sólidas que las apoyen. El director del FBI, Chris Wray, comparte las tesis del Departamento de Energía, según ha declarado en el Congreso. Otras cuatro agencias gubernamentales se inclinan por una causa natural. Dos más entre las que investigan los orígenes de la enfermedad no se han pronunciado.
En este clima confuso, incluso la OMS, en el principio de la pandemia tan cauta con Pekín, contribuye ahora a las críticas. “Más de tres años después de que comenzara este brote, todavía no sabemos cómo se produjo debido a la falta de cooperación de China para ser transparente en el intercambio de datos, realizar las investigaciones necesarias y compartir los resultados”, ha criticado el director de la organización, Tedros Adhanom Ghebreyesus, al que antaño se le criticaba su deferencia ante las autoridades chinas.
Desde el primer momento, China trató de ocultar en la medida de lo posible los datos de que disponía sobre el origen de la enfermedad. Los primeros datos sobre el genoma del virus se compartieron con el mundo, pero solo a raíz de una iniciativa personal de los médicos que lo hicieron. Una primera misión de la OMS pudo visitar muy brevemente Wuhan pero no tuvo acceso al mercado ni a los primeros pacientes.
La segunda misión de la OMS llegó en enero de 2021 con toda fanfarria. Un grupo de científicos internacionales, a los que Pekín había dado su visto bueno uno por uno. Estos expertos pudieron visitar algún hospital, el mercado o hablar con pacientes de covid y antiguos comerciantes que tenían puestos de alimentación en Huanan. Pero, tras salir de China, reconocieron que su trabajo se había llevado a cabo con enormes cortapisas, y que las autoridades sanitarias chinas —que trabajaron codo con codo con ellos durante las semanas de estancia en la ciudad a orillas del Yangtzé— no les habían facilitado los datos en bruto que habían solicitado sobre los primeros pacientes.
Perros mapache
El desencuentro resultó en lo obvio: ningún otro equipo de la organización de salud de la ONU ha regresado a China para retomar la investigación, ni parece que vaya a hacerlo en un futuro previsible. Incluso lo último que se ha sabido ha resultado un poco fruto de la casualidad. Un grupo de científicos del Centro de Control y Prevención de Enfermedades chino publicó en un archivo público denominado GISAID una serie de datos genómicos encontrados en muestras obtenidas en las superficies del mercado de Huanan.
Aquellos datos fueron borrados casi de inmediato por quienes los publicaron. Pero para entonces una científica francesa, Florence Debarre, ya se los había descargado. Y un grupo de expertos occidentales comenzó a trabajar con ellos.
El equipo, en el que participa el ecólogo Michael Woborey, de la Universidad de Arizona, encontró material genético de perros mapache en varias muestras tomadas en Huanan, incluidas algunas obtenidas en un carro de la compra y en una máquina para desplumar aves de corral. Esas muestras se localizaron en un área muy concreta del mercado, precisamente aquella donde se vendían animales salvajes.
Las muestras en sí no demuestran que este animal, de la familia de los zorros, de aspecto parecido al de un mapache y criado extensivamente en granjas por su piel, fuera el responsable de que el virus saltara a la especie humana. Pero sí estrechan un poco más el círculo en torno a Huanan, cerrado desde que estalló la pandemia.
Pero la tesis de un escape de un laboratorio tampoco puede descartarse por completo, dada la opacidad que reina en torno a los datos. Una teoría que algunos científicos chinos llegaron a plantearse antes de descartarla, al menos oficialmente: cuando comenzaron a detectarse los primeros casos en diciembre de 2019, la experta china en virus de murciélago Shi Zhengli —apodada Batwoman por su extenso conocimiento de esos animales— pensó que el coronavirus podía haber salido de su laboratorio, el Instituto de Virología de Wuhan, a apenas una docena de kilómetros de Huanan. Aunque ella misma lo reconoció en marzo de 2020 en la revista Scientific American, también apuntó que había descartado la posibilidad tras realizar comprobaciones.
No hubiera sido la primera vez que un coronavirus escapaba de un laboratorio chino. En 2004 la OMS ya había mostrado su preocupación, después de que dos investigadores del Instituto Nacional de Virología de Pekín se infectaran con el virus del SARS en un laboratorio. El primero enfermó a finales de marzo de aquel año, pero China lo ocultó durante casi un mes.