EL PAÍS
DANIEL ALONSO VIÑA
México – 26 MAR 2023. Norma Lizbeth reprobó su último examen de matemáticas. Sus compañeros no dejaban de insultarla y cada vez le costaba más concentrarse en clase. Aun así, ella hacía como si no pasara nada y todos los días, al llegar a casa, se sentaba en las escaleras de cemento que dan a las habitaciones de arriba, sacaba sus apuntes y se ponía a estudiar. “Le voy a echar ganas para pasar esta materia”, le decía entusiasmada a su hermano, Omar Ramos, de 19 años, que este miércoles señalaba con tristeza aquellas escaleras. De mayor, su hermana quería ser enfermera, y ya estaba buscando un lugar donde estudiar la preparatoria. “Pero lamentablemente, pues ya no”, dice Omar en un hilo de voz, como si no acabase de creer lo que ha sucedido. Norma Lizbeth murió el 13 de marzo por el traumatismo que sufrió tras pelearse con Azahara Aylin, su compañera de salón.
En la habitación donde estuvo su ataúd todavía quedan algunos restos del velatorio: candelas, ofrendas y una foto de Norma, la única que han guardado. El resto de sus cosas, libros, apuntes, ropa, juguetes, los enterraron con ella. La noche anterior a la entrevista, el cristal de la foto se rompió. “Se rompió sin que nadie la tocara”, asegura Omar. “Es su forma de decirnos que todavía está con nosotros”, dice el joven. Su abuela, una señora pequeña y delgada, merodea por el patio de la casa. Llegó aquí hace una semana para el entierro y para ayudar a su familia estos días. Ahora limpia los cubiertos y los platos en una tinaja mientras observa de reojo a los extraños que han entrado a preguntar por Norma. Habla muy poco, y rompe a llorar en cuanto se la pregunta por su nieta.
Todo empezó a torcerse el 21 de febrero, cuando Azahara retó a Norma a la que sería su primera y última pelea. “Ella nomás quería que la dejaran en paz”, dice Omar. Sus compañeros se metían con su color de piel, le decían naca, fea, india. La pelea fue antes de entrar a clase, alrededor de la una y media de la tarde, en un predio cercano a su colegio, la escuela secundaria Los Jaguares, en San Juan Teotihuacán, al norte del Estado de México. Una de las alumnas que les rodea graba con una mano, mientras con la otra sujeta una maqueta de un átomo.
Delante de ella se produce una pelea muy desigual. Una fuente conectada con el colegio asegura que Azahara, además de la piedra que parece sostener en la mano derecha, portaba un boxer, un puño de metal que rodea los dedos por encima de los nudillos. Norma, que se defendía solo con sus manos, comienza pronto a perder. Azahara la da siete golpes en la cabeza y la deja de rodillas en el suelo. Ella intenta levantarse, pero Azahara la tira del pelo hacia abajo y la sigue pegando. La da al menos otros 12 golpes, todos en la cabeza y en la cara, con saña, sin dar un respiro a su contrincante. A su alrededor, sus compañeros parecen disfrutar de la paliza. Gritan “¡Dale más fuerte!” y “¡En la cara, en la cara!” mientras se ríen con cada nuevo puñetazo.
El vídeo de la pelea incendió las redes sociales muchos días después, el 13 de marzo, cuando Norma Lizbeth falleció por un traumatismo craneoencefálico. Las autoridades determinaron que presuntamente había sido causado por los golpes que recibió. Sin embargo, lo único que detectó Protección Civil momentos después de la pelea fue la nariz rota y sangrante de Norma. Le realizaron una cura rápida y la mandaron al colegio, con su compañera Azahara. La directora, como castigo, suspendió a las dos chicas durante un mes.
Cuando llegó a casa golpeada, los padres de Norma la llevaron al Hospital General Axapusco, para que la revisaran bien. Allí le dieron paracetamol para los dolores y naproxeno para la inflamación. La familia refiere que en ningún momento se planteó la posibilidad de hacer un escáner a Norma para comprobar si tenía algún daño interno en el cerebro. Después la mandaron a casa, donde pasaría los próximos días intentando recuperarse.
“Espérame tantito”, dice Omar, que detiene su relato, se levanta de la silla, camina hasta la puerta de la entrada, abre la verja y recoge una bolsa. “Es de la gente que viene a apoyarnos”, explica. Desde que falleció su hermana, las muestras de cariño han sido constantes. Mexicanos de Estados Unidos y Canadá le han llamado para darle ánimos. Además, los vecinos del pueblo se acercan de vez en cuando a la casa, a las afueras del municipio, a traer comida, agua y veladoras para prender en nombre de la joven fallecida.
La ausencia de Norma se percibe en toda la casa. Está en el hueco que dejaron sus cosas y en los restos del altar que hicieron en su nombre. También está en las miradas largas de sus familiares o en los silencios incómodos de su padre, Braulio, que prefiere no hablar con la prensa. Ese silencio que lo ensombrece todo está en la mirada distraída de Jorgen (se pronuncia “yorguen”), de tres años, el hijo de la hermana de Norma. Está sentado en las escaleras, distraído, viendo vídeos en el móvil de Omar, haciendo como que no escucha la entrevista.
Después de que expulsaran a Norma pasaron los días y ella, en vez de recuperarse, se puso cada vez peor. Comenzó con mareos y vómitos, se pasaba el día en la cama y apenas podía concentrarse para hacer los trabajos de clase. Unos días después, se desmayó mientras paseaba con su madre, y decidieron llevarla de nuevo al Hospital General de Axapusco, a treinta minutos en coche. Allí la hicieron un escáner, pero los médicos no detectaron nada anormal en su cerebro. Volvieron a casa, pero la chica no mejoraba. El lunes 13 de marzo se desmayó, pero esta vez ya no se volvió a despertar. La autopsia reveló que tenía un traumatismo craneoencefálico, causado “presuntamente”, dice la Fiscalía, por los golpes.
Azahara Aylin, de 14 años, fue detenida el 17 de marzo y vinculada a proceso por el probable delito de homicidio “calificado” —cuando se comete con ventaja, traición, alevosía, saña—. Espera a ser juzgada en la Quinta del Bosque, una cárcel para menores. La joven fue detenida en su casa, en el municipio de Santa María Cozotlán, cercano al colegio donde estudiaba. La pena máxima que puede cumplir una menor por este delito es de cinco años, según anunció el poder judicial del Estado de México. Este periódico ha intentado contactar con la familia para conocer su versión de los hechos, pero no ha recibido respuesta.
El silencio rodea también al colegio, que hasta ahora se consideraba el más prestigioso de la zona. Allí, las clases nunca se detuvieron después de la muerte de su alumna, y desde la dirección no han emitido ningún comunicado. El ayuntamiento de Teotihuacán asegura que la directora fue sustituida, y que están esperando a nombrar a un nuevo director para hacer un homenaje a la joven. Los intentos de este periódico por contactar con el colegio han sido en vano.
La familia asegura que los profesores sabían del acoso que sufría su hija, pero decidieron no actuar. Tanto Omar como su hermana, Alma Delia, y personas del colegio que conocían a Norma, aseguran que la clase entera se había puesto en su contra. “Todo el salón la molestaba, y apoyaban a Azahara, que era la jefa. A mi hermana, que no era muy sociable, la hicieron a un lado”, cuenta Omar. Su madre habló con la directora, pero la decían “sí, lo vamos a ver”, y no hacían nada.
“El espectador es el combustible”
El trágico final de Norma Lizbeth ha obligado a México a enfrentar un problema largamente ignorado: las peleas de menores a la salida de los colegios. Antonio González Ochoa, director de la organización Stop Bullying México, asegura que el acoso “ocurre todos los días en México”. Lo achaca a la “cultura de la violencia” que permea la sociedad y se ve reflejada en los más pequeños, en esas sociedades en miniatura que son los colegios.
Los datos son difusos, pero todos apuntan en la misma dirección: el nivel de violencia en las escuelas de México no es normal. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) señala que el 20% de los estudiantes sufre algún tipo de acoso por parte de sus compañeros. Además, en México, más de 18 millones de alumnos soporta bullying, lo que coloca al país en el primer lugar a nivel internacional.
Ochoa explica que para que exista el acoso hacen faltan tres elementos: “Víctima, acosador y espectador”. Sin este último elemento, siempre olvidado, no existe el acoso. “El espectador es la parte más macabra de este escenario”, asegura. El acosador busca poder y aprobación, pero eso no lo puede conseguir sin un público que le aplauda. “Quien marca la pauta es el espectador, es el combustible en toda esta dinámica”, sentencia. “Para mí lo más grave son las personas que están grabando, ellos también son verdugos, porque no detienen la pelea”.
Juan Martín Pérez García, de la Red de Infancia, una organización latinoamericana por los derechos de los menores, es aún más crítico en su reparto de responsabilidades. “Tenemos un país bañado en sangre, y esto afecta al entorno escolar, que está reproduciendo la dinámica de violencia que atenaza al país”, asegura, y sentencia: “Los niños no nacen violentos”. También apuntala los errores cometidos tras la pelea: se castiga a las dos alumnas, no se reporta el conflicto a las autoridades, el hospital no hace una tomografía para comprobar que no había daño cerebral. “Es un reflejo del país en el que vivimos”.
En la casa de Norma no entienden la tragedia como algo colectivo. A ellos, eso de que refleja un problema social les trae sin cuidado. En su casa todavía se siente la presencia de la hermana, la hija, la nieta, como una losa que tienen que arrastrar con cada movimiento, cada vez que se levantan. La madre y la hermana, Alma Delia, salen a cada rato de casa para visitar a los abogados y ver lo que va a suceder con todos aquellos que les fallaron.
Omar cuenta que todos intentan hacer un esfuerzo, seguir adelante. “Porque mi madre tiene otros dos hijos y hay que echarle ganas”, dice. “Pero están tristes, estamos muy tristes”, expresa con un deje cansado en la voz. “Yo me siento incompleto, ya no soy la misma persona”, dice Omar. Ahora quiere meterse al ejército, por ella, porque Norma quería verle allí adentro, ganándose la vida. “Sí está difícil, pero ni modo, pienso hacer lo imposible por entrar ahí dentro, por mi hermana”. Jorgen sigue enganchado a su móvil mientras Maura, la abuela, que ya terminó de fregar, se sienta tímidamente sobre las escaleras, coloca las manos en el regazo y mira a la nada. “Ya no va a volver”, susurra.