Cipriano Miraflores.
Zoochila, como otros tantos pueblos originarios, está en proceso de convertirse en una población, dejará de ser pueblo, comunidad; los principios y los valores de la comunalidad dejarán de existir, será solamente un montón de personas que vivirán en un espacio territorial.
Su identidad se desvanecerá, su rostro diferenciado será de lo más común. Su orgullo, su historia, su cultura, sus tradiciones, será solo recuerdos que se contarán en una plática, en una reunión, en el corredor del palacio municipal.
Las tremendas deliberaciones en la asamblea serán solo anécdotas, ya la gente no tendrá motivos para celebrar las deliberaciones públicas, lo privado demostrará su fuerza y su dominio.
¿Tequio? ¿Guz? Ni pensarlo, para eso se pagan impuestos para que las autoridades se encarguen de la obra pública. ¿Reciprocidad? Para eso está el dinero. ¿Servicios comunitarios? Para eso me acojo a los derechos humanos.
¿Cargos municipales? Primero que me paguen. Si entran los partidos políticos mejor, cada quién con su planilla y san se acabó.
Pues sí, esto nos espera a los zapotecos zoochileños si no hacemos algo. En esto ya están miles de comunidades y municipios de los pueblos originarios de Oaxaca. Triste nuestra calavera, seremos poblaciones sin chiste, sin gracia, sin futuro, sin camino, sin ruta.
Solo seremos motivo de disputa electoral entre partidos corruptos, para políticos igual de corruptos, para gobernantes ineptos y ladrones, nuestra resistencia llegó a su fin.
En este escenario, los que gobiernan el Estado, nos seguirán considerando, como lo han hecho por siglos, como incapaces relativos, los que necesitan vejigas para nadar pues, los que están impedidos para representarse, como los niños, los borrachos, los locos.
A pesar de este panorama tan feo, todavía encontré signos de esperanza, que no todo se está pudriendo, que no todo se está desvaneciendo. Me renació esta esperanza cuando observé al principal Florentino Hernández, de más de 85 años , 60 de ellos dedicados a servicios comunitarios, entonar la notas de la flauta, acompañado del tamborero Rafael García de la comunidad de Solaga, que junto con Bruno Enríquez se dedican a preservar la música de flauta, tambor y del clarín.
Cómo no renacer la esperanza cuando me entero que año con año, alguna familia de la comunidad, se desprende de su torito para donarlo para los alimentos de los visitantes en la cocina comunitaria.
Más se alimenta mi alma cuando encuentro a mujeres de la comunidad que están dispuestas iniciar el rescate y fomento de la lengua. Más cuando me entero que los sacerdotes están dispuestos a oficiar en lengua madre.
Mención especial merecen los músicos que siguen fomentando los jarabes y sones característicos de las regiones de nuestro Estado, más los de la sierra.
Admiro el garbo de la mujer que luce el traje tradicional de la comunidad que potencia su belleza. Admiro los celos de Abel Enríquez por conservar la destilación ancestral del buen mezcal o de los cuidados para para conservar su calidad como José Cruz, Pastor Luna o Víctor Cruz.
Sé de la devoción de los jóvenes de la comunidad en la elaboración del tapete natural para darle realce a la procesión de la virgen de la Candelaria, nuestra patrona.
Da gusto que los hermanos de otras comunidades como los de Yalálag, Yatzachi el Alto, Zoochina, Zoogocho, Yalina, etc; compartan con nosotros sus alegrías y sueños y más con los hermanos migrantes que en sus pechos no cabe el enorme orgullo de ser comunitarios y zapotecos.
Ver las parejas de jóvenes bailar, casi con perfección, con el rostro lleno de alegría y satisfacción, los sones y jarabes entonados por las bandas de Betaza y Yalálag, que siguen conservando la reciprocidad, costumbre ancestral de nuestros pueblos.
Ver a los niños el gran esfuerzo para interpretar, como es debido, la danza de los negritos, para la satisfacción de los visitantes. Lo más valioso, vivir en paz y en armonía entre las comunidades y pueblos para alegrar nuestras fiestas.
Lo satisfactorio, observar a nuestras autoridades encabezadas por la presidenta municipal Beneranda Luna, la primera en nuestra historia, servir con esmero y detalle, a conciudadanos y a visitantes.
Como obra humana, nuestra historia y destino está en nuestras manos, tenemos la posibilidad para reorientar el camino, así lo piensa el doctor, paisano nuestro, Antíoco Sandoval, quien después de muchos años de ausencia, ha regresado a la comunidad para hacer historia comunitaria.
La motivación se expande con la organización de nuestros migrantes en los Ángeles California, en la Ciudad de México y Oaxaca, integrados, no por la nostalgia, sino por el orgullo de ser zapotecos. Su presencia en el pueblo alimenta el corazón.
Podemos reorientar el camino, el destino, hay potencia, hay carbón, hay voluntad. Hasta Ton, el loco del pueblo, piensa que sí.
Zapata Vive, la Lucha Sigue.