Cipriano Miraflores
Los invasores castellanos primero y luego la élite política mexicana han soñado con hacer de México una sola nación y una sola cultura. Durante quinientos años han intentado diversos métodos y maneras para lograr desaparecer a los pueblos indígenas, que son un escollo a vencer para lograr su objetivo.
El método favorito ha sido la aculturización, es decir, hacer perder nuestras culturas e identidades mediante el Estado, las leyes, la educación, la religión, el comercio y su régimen político. Sin dejar de mencionar la exterminación física, la sobreexplotación, la dominación política y la manipulación ideológica.
Debemos de precisar que nos invadieron, no nos conquistaron, hemos estado en quinientos años de resistencia ante la colonización y la aculturalización. Sin embargo, ya se asoman signos de agotamiento de esa resistencia.
En 1994 dimos el grito de libertad de los últimos cincuenta años, nos visibilizamos de nuevo. El Estado respondió con un indigenismo participativo, pero no deja de ser indigenismo.
Por otro lado, existe un proceso de desarrollo de la monetización y mercantilización de la vida de los pueblos y comunidades que obligan a la adaptación de valores ajenos a nuestras culturas.
¿Estamos condenados a este proceso de aculturalización hacia los valores del capitalismo? ¿No hay remedio? ¿Estamos condenados a ser piezas de museo?
Con estas interrogantes fui a mi comunidad, a Santiago Zoochila del distrito de Villa Alta Oaxaca, observé distintos procesos en lucha, contradicciones de la vida comunitaria, de los valores de la comunalidad, resistencias heroicas, entrega de la plaza sin la lucha correspondiente.
Lo más grave, a una velocidad increíble se está perdiendo la lengua de nuestros padres, de nuestros ancestros, el castellano, por fin se está imponiendo. Perdiendo la lengua originaria se pierde gran parte de nuestra identidad como pueblo ancestral.
Qué remedio. Nuestros dioses ya se fueron, nuestros lugares sagrados ya no son fundamentales, el monoteísmo se impuso al politeísmo. Nuestra religión que nos hacía guerreros ya no existe, hemos caído en la mansedumbre que produce la religión cristiana.
Qué esperanza de conservar nuestra memoria, nuestra historia. Veo con tristeza que aquellos que defendieron nuestro territorio con las armas en la mano, caminan ya encorvados y con el peso de los años sin que nadie los salude con respeto. Ignorados, desplazados, lloran hacia sus adentros sin remedio alguno.
Nuestras increíbles bandas, distinción serrana, pensando que es signo de distinción tocar música de los grandes compositores europeos, sin pensar jamás que es un signo de aculturización y de colonización. Durante siglos existieron grandes compositores zapotecos, mixes y chinantecos que nos deleitaron con composiciones originales y cuya belleza el viento llevaba a los corazones.
Lo más peligroso, el famoso fandango serrano sustituido por música de conjuntos de cumbias y corridos que exaltan la violencia y el vivir aquí y ahora. Más me impresionó un letrero que lo exaltaba en el mero centro del pueblo.
Hasta la famosa misa oaxaqueña estamos perdiendo con los cambios hechos por los sacerdotes católicos. Ya la banda está perdiendo su protagonismo en la misa, haciendo casi inútil el ruego a Dios y a los santos.
Lo más preocupante, el surgimiento del grupismo que va minando el espíritu comunitario.
Allá a lo lejos escucho el clarín con su bélico acento anunciando la fiesta, el tambor y la flauta de carrizo me dan nostalgia, mucha nostalgia, pero también me anuncian que la resistencia no ha claudicado, que estamos de pie, que el último serrano caerá de cara al sol.