Juan Manuel López García.
Para George Lakoff -el gran maestro del discurso y la comunicación- la batalla por la ideología se debate entre dos modelos de paternidad. Los conservadores defienden la idea del gobierno como padre estricto. Los liberales, en cambio, como padre comprensivo. A partir de ahí, se desarrollan nuestras concepciones del mundo en leyes, economía, política, sociedad. Incluso, en el debate sobre políticas públicas concretas. ¿Cómo se resuelve un problema social como es el tabaquismo? En libertad o en prohibición. Andrés Manuel López Obrador se siente heredero de la histórica tradición liberal mexicana. Se ve reflejado en Benito Juárez y en Francisco I. Madero. A diario atiza a los conservadores. No obstante, López Obrador ha demostrado ser un conservador de manual. Fortalecimiento del ejército, la familia como la institución de seguridad social, destrucción de las capacidades del Estado, rechazo al derecho de las mujeres a interrumpir un embarazo, oposición frontal al feminismo, criminalización de la sociedad civil. Y, para concluir, concibe a su gobierno como un padre que debe pastorear a sus hijos hacia el supuesto bien moral que su proyecto enarbola.
Prohibido prohibir, dice el presidente. Lo mejor que tiene son sus frases que repetimos como merolicos. Sin embargo, su actuar es otro. No es un entusiasta de la legalización de la marihuana. Por el contrario, aunque ha habido avances legislativos, todo está detenido en los procesos internos del gobierno federal. No es una prioridad presidencial. En lugar de regular, López Obrador optó por prohibir los vapeadores. La última de las prohibiciones tiene que ver con las nuevas medidas antitabaco. Medidas sin debate, sin diagnóstico y sin socialización.
Seguramente usted ínclito lector ya vio la cortina negra que tapa el dispensador de cigarros en las tiendas de conveniencia. Parece cortina de entrada a un burdel o manta que esconde las revistas pornográficas. El gobierno actuando como aquel padre que piensa que lo peor que le puede pasar a su hijo es que vea Los Simpsons. ¡No vaya a tener malos pensamientos! La sublimación del pensamiento conservador: lo “malo” hay que esconderlo. No lo vemos ergo no existe. ¿No es mejor que el gobierno dé la batalla de las ideas? ¿No es mejor que busque persuadir a los ciudadanos de la pésima idea que es fumar, beber alcohol en exceso o utilizar drogas? ¿No es eso reflejo de una ciudadanía con mayoría de edad que es capaz de tomar sus decisiones tomando en cuenta beneficios y perjuicios?
No hay evidencias internacionales que respalden las medidas puestas en marcha por el Gobierno actual. De acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud, el alto cobro de impuestos al tabaco y la creación de espacios libres de humo son las medidas más eficaces para combatir el tabaquismo. Las campañas de educación a temprana edad en las escuelas también han supuesto una reducción importante en la prevalencia del uso del cigarro. Eliminar la propaganda no está probada como medida efectiva. México es un ejemplo de la eficacia de los impuestos para desincentivar el tabaquismo. De acuerdo con Rosa Itandehui Olivera-Chávez y sus colegas, por cada 10% de incremento en el precio de los cigarros se puede medir una caída de 2.5% en el consumo. No hay una relación perfectamente elástica, pero sí hay una reducción. De 1996 a 2019, se registró una caída de 11 puntos -27 a 16%- en aquellos que tienen el vicio de fumar. La reducción es especialmente significativa, de acuerdo con los datos de Tobacconomics Research Report, en los deciles con menos ingresos de la sociedad, entre jóvenes y entre las mujeres.
¿Qué quiere decir? El alto precio de las cajetillas de cigarro y la supervisión para evitar que menores comiencen a fumar a edades tempranas, ha dado resultado. No existe evidencia acerca de la publicidad en televisión o en las calles. De la misma forma que no hay manera de sostener que las películas violentas o los juegos de vídeo producen violencia social, tampoco hay evidencia de que prohibir los estantes que enseñan las marcas de cigarro tenga algún impacto en el consumo de tabaco. Es una medida paternalista.
Como suele suceder con el gobierno de la república, cada que quiere resolver un problema saca la sierra eléctrica cuando el problema demanda un bisturí o una navaja suiza. Es obligación del gobierno encarecer el consumo de medidas que nos hacen daño y que tienen efectos sociales nocivos sobre la salud pública. No se vale que yo sostenga con mis impuestos la adicción de un fumador crónico que insiste en matarse a pesar de saber que se hace daño. Sin embargo, en una sociedad madura, pagamos los costos de nuestros vicios, pero la decisión de meterte o no meterte algo debe ser del individuo y no del Estado. Las medidas antitabaco ilustran de cuerpo entero a un gobierno conservador que no debe prohibir por prohibir.
Jugadas de la Vida.
Denver, Colorado, tiene más dispensarios de marihuana que licorerías o escuelas públicas.
Twitter: @ldojuanmanuel