No usar al hijo como bote de basura.

Juan Manuel López García.

Busco desesperadamente un amor en el que pueda seguir siendo como soy, con mis viejo sueños y mis ideales, porque yo no quiero que la vida se parta por la mitad, quiero que se quede entera desde el comienzo hasta el final. Así expresa el impresionante testimonio de la falta de libertad y su asfixiante presión de las gentes, me refiero a Milan Kundera en el libro: la Broma. Un genio para escribir provocando que reflexione el lector sobre su existencia ninguno acaso nuestra vida es una broma.

Ello acude a mis recuerdos y vivencias de muchas personas que he tratado en mi actividad de abogado. Todos tenemos nuestra suerte de problemas, de actitudes perniciosas y conflictivas, y nuestra buena dosis de necedad y estulticias. Estamos hecho de eso y más. Hay cosas que no se pueden evitar; impulsos que son propios (como lo genético), lo aprendido en casa y todas aquellas fuerzas misteriosas que nos empujan a hacer una cosa en lugar de otra, cuando la razón claramente nos indica lo contrario. Y es que así somos: contradictorios.

Pero el asunto que tiene un gran peso es el de la casa. Porque el ambiente donde crecimos influye de manera tan poderosa sobre nosotros. Y es que en aquellos primeros y definitorios años se forman –y formulan– una gran parte de las acciones, reacciones y respuestas que habremos de dar a los influjos cotidianos que nos van a asaltar constantemente en los años por venir.

Eso: el hogar. Qué palabra tan cálida, tan evocadora. Pues no todos vivieron esa calidez. Yo, al igual que muchos, tengo mi familia y la carga de problemas que eso implica. Se supone que debemos tomar en cuenta lo que los padres hemos vivido para aplicar ese conocimiento en la propia familia, y eso incluye –especialmente– cosas que no debemos repetir. Pero es tan fácil reproducir los errores del pasado. 

 

La mayoría de los padres de familia vive de manera inconsciente y automática. Precisamente para eludir malos recuerdos y vivencias incómodas o incluso traumáticas. He conocido a muchas familias con problemas notablemente graves. Hay de todo, pero lo que he podido destilar es precisamente eso: una combinación entre la elusividad y la pereza mental.

Ejemplos hay tantos, que dejaré que usted, aguzado lector, aporte mejores muestras de lo que le voy a contar. Mire, esta pareja tiene dos hijos y muchos problemas. Se divorciaron hace poco menos de un año. Viven en casas separadas. Resulta que los hijos visitan a sus respectivos padres en casa de cada uno de ellos, y ahí ven y escuchan cosas. Pero algo que hacen me inquieta; tanto el papá como la mamá ya tienen pareja, y los niños lo saben, pero, ¿sabe qué les dijeron? Ella les pidió que no le revelaran al papá lo de su nueva pareja, y adivinen qué: él hizo lo mismo. Ah, y encima, el papá les dice a sus hijos que deben tener cuidado de no crecer pareciéndose a su mamá, y ella hace justamente lo mismo. Imagínese.

Lo que tenemos aquí es una actitud de inmadurez tremenda. Pues los papás, si ya tomaron la decisión de desbaratar el núcleo familiar, lo mínimo que se espera de ellos es que lo manejen como adultos responsables, contacto y criterio, y pensando en el futuro. Y no son jóvenes: ellos pasan de los cuarenta. Pero se comportan como sus hijos adolescentes. Y no se dan cuenta que no deben incluir a sus niños en el torrente de patologías y desavenencias que a ellos les corresponde resolver. Y así esperan que sus hijos adolescentes llevan vidas tranquilas y productivas. Pues no. Esa es la herencia que les están formando. Por supuesto que después terminan con psicólogos o psiquiatras (atención que deberían buscar los papás, no los niños) y luego se preguntan: ¿Qué coño salió mal?

Sentido común, por favor. Hay que aceptar que traemos problemas de formación y que son parte de nosotros, pero no las debemos transmitir ni enseñar, pues esas conductas son fácilmente asimiladas por los hijos y pues usted ya está familiarizado con lo que ocurre después.

La gente evita verse a sí misma y así se construye una cotidianidad fundamentada en mundos que poco o nada se parecen a la realidad que los rodea. Viven metidos en estas mentiras creadas por ellos mismos para no confrontar sus fracasos, sus miedos, su incompetencia. Y así se van metiendo en procesos cíclicos y acumulativos, inventando toda suerte de historias que les son convenientes y autocondescendientes, y de esa manera terminan atrapados en esquemas vertiginosos de realidades alternativas que los mantienen atados a sus patologías. Ah, pero cuando son confrontados con esa realidad, arremeten contra quienes los ponen en evidencia.

Como dije, cuestión de verse al espejo cada tanto y fijarse bien en esa otra persona que se proyecta ahí. Y dejar a los niños fuera de todo eso que no nos gusta en nosotros, para que construyan sus propios problemas y no tengan que heredar los nuestros. Ergo, no usar al hijo como bote basura.

Jugadas de la Vida.

Acorde a la universidad de Amsterdam, cuanto más infeliz sea tu infancia, más materialista serás de adulto.

X: Juanmalogar