Juan Manuel López García.
A Ciro Gómez Leyva con solidaridad.
Las palabras no son inocuas. No se las lleva el viento. Son el corazón mismo de la política. La democracia nació -en la vieja Grecia- como deliberación. No nos podemos entender entre distintos sin la palabra. El origen etimológico de la palabra discurso proviene del latín discursus (discurrir) que significa “ir de un lugar a otro”. Por eso el filósofo Byung-Chung Hal considera que la polarización es la muerte del discurso. La muerte de la capacidad política de discurrir hacia los otros. Y sin esa capacidad, no hay entendimiento posible. No hay política posible. El presidente Andrés Manuel López Obrador tenía dos caminos cuando arribó a Palacio Nacional. Podía, por un lado, comprender el gran aval democrático obtenido en las urnas y construir un gobierno para todos. Mirando -como debe ser- especialmente a los que más sufren, pero sin olvidar que es el presidente de todos los mexicanos. Sean ricos o pobres. De derecha o de izquierda. Católicos o judíos. Del norte o del sur.
El otro camino era el de la polarización perpetua. Construir una narrativa que divide a México en “chairos” y “fifís”, en “conservadores” o “liberales”, “aspiracionistas” o “el pueblo bueno”. Dicotomías simplonas que no sirven para explicar nada, pero son efectivas para mantener a los ejércitos políticos en pie de guerra. La polarización es a la política como la amígdala a la ansiedad. Se activa para mantenernos en estado de alerta constante. No perder de vista que hay un enemigo que se esconde detrás de un periodista crítico, de un activista de la sociedad civil o de un diputado de oposición. El presidente optó por el enfrentamiento y la polarización. No hay marcha atrás.
Detrás del clima de odio, la polarización y el discurso denigrante, existe también una tendencia muy preocupante en la política contemporánea: la deshumanización de quien no piensa como tú. Lo aborda con lucidez Martha Nussbaum en su “monarquía del miedo”. El miedo es un instrumento al servicio del conflicto y la polarización. Para lograr su cometido, la narrativa debe fincarse en la ilegitimidad de la posición política del otro. O en las ideas que sostiene. Equiparar al periodismo con el hampa y con los criminales, es carta abierta para ser tratados así. La degradación del lenguaje no es una coincidencia. Busca crear la percepción que sólo existe una política correcta, unos principios adecuados, y el resto son operaciones mafiosas para desestabilizar a la transformación que abandera.
Como lo demuestra Ezra Klein, la polarización en distintos países del mundo -alentada por líderes demagógicos como Trump, Bolsonaro, Maduro o Abascal- ha tenido como consecuencia que consideremos que el otro es el demonio o la encarnación del mal. Bolsonaro trazó su discurso para buscar la reelección como una guerra entre el bien y el mal. López Obrador no está tan alejado de esa senda. Su relato de la vida nacional parte de una supremacía moral. Sus valores están por encima de aquellos que defienden sus adversarios y, por ello, puede violar la ley, saltarse la Constitución o destruir instituciones. Es moralmente superior, según el inquilino del palacio.
Reza el dicho que “quien siembra vientos recoge tempestades”. Ni siquiera los criminales han merecido la clase de descalificaciones presidenciales que sí han tenido que aguantar los periodistas. Haga usted Ínclita lectora (or) (or) un repaso por la hemeroteca. Prensa vendida, corruptos, calumniadores, el hampa del periodismo, chayoteros, conservadores, sicarios. Enemigos del régimen citados con nombre y apellido en las mañaneras. Los insultos presidenciales contra la prensa son replicados por los medios afines al gobierno, por la estructura que Morena despliega en las redes sociales y por sus simpatizantes. Esto provoca un clima de odio contra los comunicadores al equiparar al periodismo con el hampa y con los criminales, es carta abierta para ser tratados así. La degradación del lenguaje no es una coincidencia. México ya es peligroso para ejercer la crítica y hablar con la verdad. Se asesinan activistas y periodistas con una impunidad muy dolorosa. El atentado contra el periodista Ciro Gómez Leyva entra en esta lógica. Es realmente sencillo acercarse a un comunicador y dispararle a unos cuantos metros. Si Gómez Leyva hubiera sido un reportero de calle, hoy estaría muerto. Su camioneta blindada le salvó la vida. Y no obstante sus seguidores en forma fantasiosa arguyen que fue un auto atentado.
Ha habido muchos que nunca tuvieron ese privilegio. Las redes sociales se llenaron de mensajes pidiendo mesura al presidente, que modere sus discursos de odio contra la prensa. Lamentablemente seguirá sembrando insultos para mantener a sus simpatizantes alerta frente al enemigo que busca derrocarlo (en su imaginación, claro está). Sin embargo, desde los medios, la prensa, las familias, las empresas, las escuelas sí se puede luchar contra la polarización. Escuchando más y gritando menos. Argumentando más y adjetivando menos. Entendiendo más y juzgando menos. Viviendo más y navegando menos en las redes sociales, Al final, optar o no por el conflicto es también una decisión social e individual. Salir del clima de odio es esencial para devolver la dignidad a la política. Ergo, no emitir cizaña que es la gran propagandista de la envidia y el odio.
Jugadas de la Vida.
Edgar Allan Poe ganó cerca de 15 dólares por su poema narrativo “El Cuervo”.
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