Cipriano Miraflores
La otra cara de la moneda del modo de gobernar por operación política es el gobierno cívico, no hay de otra, es uno u otro en el oficio de gobernar, en ambos casos se logra la eficacia de gobierno. En uno, el camino es más corto, la operación política; en el otro, el gobierno cívico, es mucho más largo, el camino por las grandes dificultades en su constitución y construcción.
Los gobernantes prácticos han hecho de estos modos una combinación que ha resultado conveniente en el mejor de los casos, algunos le han llamado gobierno mixto a esta combinación, lo difícil es conocer los grados de la mezcla y combinación exacta, esa es la cuestión, se ha dicho que la exacta combinación ofrece mayor y mejor estabilidad de los gobiernos y regímenes.
Conviene destacar que el gobierno cívico empieza con la imperiosa necesidad de que el gobernante haya aprendido primero a gobernarse a sí mismo. El gobernante que se deja gobernar por sus pasiones, deseos e intereses particulares, difícilmente tendrá éxito en el gobierno.
Por otro lado, quien aspira a dominar a otros, para empezar, debe ser virtuoso para obtener éxito en todos los sentidos. Saber distinguir, a primera vista, la verdad del error. Estar bien informado sobre las costumbres, las formas de relación social y la historia del Estado que pretenda gobernar, esta disposición por lógica que parece, algunos gobernantes no conocen el suelo que pisan, esto es grave por las cuestiones de una buena operación política.
En el caso del gobierno cívico, la bondad del gobernante tiene que ser auténtica y sincera, que trae tranquilidad y libertad, la identidad en esta materia con la población es fructífera para la República. Ganarse honores públicos es el resultado del amor entre gobernante y gobernados, pues es bien cierto que la población ama a los hombres buenos, mucho mejor si son gobernantes. El honor a la verdad distingue al gobernante cívico, es una recompensa a su virtud, de eso no cabe duda alguna.
El gobernante cívico tiene la necesidad de ciertos hábitos, gestos y lenguajes propios. En primer lugar debe de atender exclusivamente los asuntos importantes y excepcionales, no abrumarse demasiado, ni agitarse demasiado, ni implicarse en demasiadas cosas, un gobernante apresurado no es digno de confianza.
Lograr la felicidad de sus conciudadanos es un objetivo viable, no pensar en sistemas, regímenes, utopías. Es más simple el objetivo del gobierno, hacer feliz a la gente. Se puede lograr de mil maneras, empezando por combinar bien, el pan, el espíritu y las libertades.
Nunca ser ostentoso en la mesa, no inclinar la cabeza sobre el plato y nunca pretender comer de más, la glotonería en política es de mal gusto ante los pueblos pobres.
Distinguirse en el vestir de manera especial es signo de gobernantes con estilo, no se trata de vestir caro sino de distinción, en el mejor de los casos debe ser sencillo, adecuado y limpio, dentro de lo especial que no quiere decir extravagancia, por ejemplo, Julio César se distinguía por ello. El vestuario debe de contribuir a dar imagen de moderación, decencia y buen gusto.
El lenguaje del gobernante debe ser cuidadoso, incluso imitar a la naturaleza, el lenguaje es vínculo entre todos, un buen lenguaje vincula de manera más efectiva, es cemento que perdura en las sociedades y en los regímenes políticos.
La adecuación del lenguaje de los gobernantes es un imperativo ético y político, pues debe incitar a la libertad, a la fraternidad, a la reciprocidad, a la prudencia y al buen gusto en el estilo y modo de expresión, por tanto, no debe de expresar lo primero que le venga en mente sino ponderar siempre las consecuencias políticas y morales del caso.
Desde luego, es mejor expresarse en pocas palabras que en muchas, la expresión en pocas palabras demuestra pensamiento lógico, vivacidad de mente, énfasis de momentos calculados, sin descuidar meditar cada palabra pues la equivocación cuesta y mucho en gobierno y en política.
Un gobernante locuaz, por lo regular, significa trabajo para la construcción de las ideas, incapacidad de síntesis, parálisis en la construcción de frases y oraciones, es signo de ignorancia y poca cultura, la locuacidad es signo de temeridad, insolencia e imprudencia, no hay males mayores en el oficio de gobernar que esto.