Cipriano Miraflores
Desde la óptica del Estado, los gobernantes tienen una vida plagada de preocupaciones, ansiedades, cargas, hasta impotencia para afrontar viejos y nuevos problemas de la modernidad. Es una vida de servidumbre y de incapacidades a los grandes problemas y conflictos de las sociedades cada día más demandantes y perseverantes.
Ante esta impotencia de afrontar con éxito los conflictos y los problemas, los gobernantes se les abren el camino para cometer injusticias y sustraer los recursos públicos de manera irresponsable, sean de derecha o de izquierda, la ideología ya no importa. Peor si son populistas. La ansiedad de robar los recursos públicos, es incontenible por el simple hecho de ocupar un cargo público, la banalidad de la corrupción es un grave cáncer de la gestión pública de nuestro tiempo.
El deseo de superioridad y del orgullo de ser considerados superiores en un mundo mediocre es el alma de los funcionarios de gobierno. Se puede afirmar que no soportan la igualdad ciudadana y no pueden vivir sin abusar de los ciudadanos más desprotegidos.
Sus ansias de poder y su sed de superioridad los vuelve un peligro para la sociedad, huyen de los ciudadanos honestos y buscan la amistad de los malvados y mezquinos, como los narcotraficantes y el crimen organizado.
Esta realidad, sencillamente no se puede abordar con éxito con la sola política es menester asumirla como un asunto de Razón de Estado. La mejora de la administración pública, como la parte más visible del Estado, se considera urgente, la operación política urge, so pena que los problemas y conflictos reduzcan al Estado como un simple espectador impávido ante esta espantosa realidad. La aparición de los superhéroes en el mundo de la ficción, es el reflejo de esta impotencia.
La apropiación privada de los recursos públicos, de la toma de decisiones que a todos concierne, del proceso de desaparición del lenguaje de lo público es mucho más grave. La velocidad de las alternancias de los gobiernos del mundo, es también reflejo de esta situación. A esta realidad algunos les llaman la impotencia de la democracia ante el exceso de las demandas, creo que se sabe que se debe al agotamiento de un modelo de gobierno y de la necesidad de la reconsideración de la praxis de la política.
Lo más grave del asunto es el inicio de un proceso, que parece irreversible, de que cada día más ciudadanos sólo les interesan sus asuntos personales y de sus asuntos domésticos, huyen de la política como de la peste. Consideran que es sólo la responsabilidad de los políticos y de los servidores públicos, por eso se les paga. El abandono es evidente.
Con ello, el camino de la corrupción es de anchas avenidas o de la necesidad de mayor eficacia de la administración pública y del gobierno. La operación política eficaz o la Razón de Estado, parece como el único con capacidad para la solución de los problemas y controlar los conflictos. Además de que en una sociedad de ampliación de derechos y del aumento de las necesidades requieren de la existencia de un dispositivo y de acciones muy eficaces.
Ante la proliferación de los derechos, de las necesidades, pensar en la buena operación política es una necesidad. Muy lejos de la idea de la apropiación privada de lo público, cuando esta es una realidad, requiere de la reformulación de un contenido básico: lógrese el bienestar común, el ejercicio de las libertades, mediante la acción eficaz del Estado, del gobierno y de la administración pública y reformular aquellas cosas que limitan su acción.
Parece que no hay otro camino. No será una dictadura de un hombre, de un partido, de un grupo; tampoco una tiranía, simple y llanamente, envuelve a este Estado, gobierno y administración pública, una República Democrática, en donde se debe hacer lo posible que el mandato de la eficacia es un mandato del pueblo soberano, la seguridad y el bienestar adquieren el estatuto de eficacia de la política.