Cuando hablamos de ciberespacio, hablamos de “un entorno digital constituido por redes informáticas y de telecomunicaciones, en el que se comunican e interactúan las personas y permite el ejercicio de sus derechos y libertades como hacen en el mundo físico”, así lo definió la Estrategia Nacional de Ciberseguridad de 2019, y al hablar de este espacio y de los derechos humanos, cuidado de la propiedad intelectual, información sensible y personal de los usuarios y patrimonio de estos, tenemos que hablar también de la ciberseguridad que la OTAN la define como la aplicación de medidas de seguridad para proteger las infraestructura de los sistemas de información y comunicaciones frente a los ciberataques”. Somos, principalmente por falta de cultura, uno de los países más atacados por una nueva figura de delincuentes, que ahora clasificamos como ciberdelincuentes, y cuando los ataques ya atentan contra el Estado, podemos hablar de ciberterrorismo.
El problema es enorme, solo al final del sexenio de Peña Nieto, México reportaba que el cibercrimen costaba a México más de 3 mil millones de dólares al año, generando estos delitos cibernéticos un daño económico mayor al del crimen organizado en conjunto, lo que nos ubicaba en el lugar 17 a nivel mundial con más perdidas en el rubro. Por ello Peña Nieto implementó la Estrategia Nacional de Ciberseguridad al comprender que la ciberseguridad es un tema de seguridad nacional, que afecta tanto al ciudadano, como al sector público y privado, por lo que tenía que ser visto como una prioridad en los planes y proyectos del gobierno, pero lamentablemente el gobierno de López no lo entendió y tiró todo el esfuerzo en este tema por la borda, al no darle seguimiento a los programas e iniciativas de ciberseguridad que se habían estado desarrollando en México durante los últimos años.
Dicen que “Ahogado el niño, a tapar el pozo”, pero esto no lo entendieron en la CuatroTé ya que los ciberdelincuentes les han intervenido bases de datos de Pemex, del Banco de México, de la Secretaría de Economía, de la CFE, y el colmo, recientemente las bases de datos de la Defensa Nacional.
Desde el inicio del sexenio debieron tomar activamente la Ciberdefensa, entendida esta como el “Conjunto de acciones, recursos y mecanismos del estado en materia de seguridad nacional para prevenir, identificar y neutralizar toda ciberamenaza o ciberataque que afecte a la infraestructura científica nacional” Nuestro país tiene la obligación de proteger su soberanía nacional de cualquier amenaza que pudiera poner en peligro la seguridad de su territorio, su infraestructura o su nación, cosa que ignoró, insisto, el gobierno actual. Ya desde enero del presente año la Auditoria Superior había advertido a la Sedena, que la confidencialidad de su información se encontraba en riesgo, y que además no contaban con un protocolo de actuación ante la posibilidad de ataques cibernéticos.
Por no atender, un grupo internacional de hackers autonombrado Guacamaya logró infiltrar las redes de la defensa Nacional y así mismo descargar información estratégica, correos y documentos del 2016 a la fecha. Documentos que pegaron debajo de la línea de flotación de la CuatroTé aunque López intente minimizarlo, sabe que la filtración de estos documentos es extremadamente grave para su gobierno. Ahora dicen que este mes legislan ya, en esta materia. ¿No será demasiado tarde?
Las guerras del Siglo XXI serán, primordialmente, cibernéticas. Más impredecibles, en su mayoría anónimas y con un poder de destrucción igual -o aún mayor- que las guerras con armas convencionales (The power of crisis, 2022). Estas guerras ya comenzaron y son comunes, por más que los países, como México, insistan en minimizarlas. En 2015, un ciberataque a diversas centrales eléctricas en Ucrania, muy probablemente lanzado desde Rusia, dejó a 80 mil personas sin electricidad durante seis horas en pleno invierno; los impactos sociales y económicos fueron altísimos. En 2017, 16 hospitales de Reino Unido quedaron paralizados debido al hackeo de sus sistemas; tuvieron que cancelar citas y todos los servicios de emergencia. En 2020, el ciberataque a un hospital alemán causó la muerte de una persona que estaba en cuidados intensivos. La lista es muy larga. Las guerras cibernéticas son asunto de “seguridad nacional”, sí, pero también cada vez deben preocupar más a las empresas y a las personas. Todos somos vulnerables. En México no nos hemos tomado este riesgo en serio, hasta ahora. Los ciberataques han aumentado dramáticamente en nuestro país en los últimos cinco años; 6 de cada 10 hackeos en América Latina suceden en México.
A nadie asusta que las Fuerzas Armadas obtengan información de inteligencia, de seguridad nacional y pública, financiera o social ni que sepan el tratamiento y los achaques del inquilino del Palacio. Lo que no es común es que se sepa que la desconfianza en el comandante en jefe es descomunal. Si la información es poder, estas revelaciones nos llevan a deducir fácilmente el porqué de la actitud tan complaciente hacia los de verde olivo: Poseen tantos datos, tantas pruebas, tantas investigaciones adversas contra el de la “investidura” que a éste no le queda otra salida. Este único poder real pero constitucional -ahora lo sabemos-, tiene un arsenal político mucho mayor al militar, al grado que la SEDENA puede derribar una farsa sin disparar una sola bala.
Jugadas de la Vida
Leonardo Da Vinci tenía la habilidad de poder dibujar con una mano mientras escribía con la otra.
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