Cipriano Miraflores
Parece maldición, pero así se manifiesta en la realidad, las asociaciones políticas humanas, llamadas Estado, una minoría electiva, por tanto, una oligarquía, manda y se hace obedecer, mientras que la gran mayoría obedece y se apega a los mandatos de esa oligarquía, que tiene por peculiaridad, en la modernidad, de ser electiva, mediante elecciones periódicas.
Esta realidad definida como la ley de hierro de la oligarquía, condena a la humanidad a ser gobernada siempre por una minoría. En un tiempo en nombre del cosmos, de los dioses; en nombre de la voluntad popular, que la teoría llama democracia; ahora en nombre de la Constitución. Esta última circunstancia le otorga una enorme legitimidad a la oligarquía electiva.
Ahora, si dentro de esa oligarquía electiva, en lugar de constituir un grupo deliberativo, uno de los suyos se atribuye o le es atribuido, facultades especiales que devienen en liderazgo, se asume como el vértice del pueblo, además de gobierno oligárquico, tenemos una dictadura.
La dictadura es una categoría política que solo en determinadas circunstancias deviene en tiranía, regularmente, tiene una misión a cumplir, por ejemplo, ganar una guerra, salvar al Estado, combatir una anomalía gubernamental, como la corrupción o en su caso, combatir la pobreza, todo ello concebido como males que atentan contra el Estado.
El dictador siempre está en los límites del orden jurídico. Cuando tiene necesidad de romper con el orden jurídico apela a la razón de Estado o en su caso, calificar sus acciones por razones de seguridad nacional, que para el caso es lo mismo.
Ante la complejidad de los asuntos comunes de las sociedades modernas, regularmente de masas, el aumento de dictadores en el mundo parece una cosa normal, se les confía capacidad para resolver los grandes problemas nacionales. Además del surgimiento de los dictadores aparecen los demagogos, que ante la imposibilidad de resolver, con eficiencia los problemas, utilizan el arte del engaño, de la espera y de la manipulación de las palabras. Entonces, la existencia de dictadores y demagogos es cuestión cotidiana en el mundo moderno.
Consideramos que en los tiempos modernos la política como razón de Estado vuelve por sus fueros por las políticas proteccionistas, estatistas y medio para la seguridad de los propios Estados modernos. La política en nuestro tiempo se ha convertido, fundamentalmente como un problema de seguridad por encima del deseo innato del hombre de la búsqueda de la libertad.
Garantizar la seguridad de la población es el bien común de las sociedades modernas. No sólo seguridad en el sentido de estar seguro en la existencia, sino seguridad de la existencia del ambiente y de nuestro planeta, de nuestro mundo. Seguridad ante las grandes catástrofes naturales y de las creaciones humanas, seguridad alimentaria, laboral, social, médica y jurídica.
Los reclamos de estas seguridades de las poblaciones se han convertido en derechos que son un verdadero reto para los gobiernos. En qué momento las necesidades se convirtieron en derechos, es la problemática fundamental de atención de los Estados y gobiernos modernos.
Todo esto en medio de oligarquías electivas, qué cosa. Paren el mundo que me quiero bajar.